La algarabía ha dado paso al silencio en un bulevar comercial de la ciudad mexicana de Culiacán (noroeste), sitiada y con su economía herida desde hace casi tres meses por una guerra entre narcotraficantes que deja cientos de muertos.
Antaño lleno, uno de los restaurantes de esta zona exclusiva luce vacío al caer la noche. "Se traspasa", anuncia otro local en renta del céntrico Paseo del Ángel, que meses atrás estaba de moda.
"La vida en Culiacán prácticamente feneció", dice a la AFP el chef Miguel Taniyama, dueño de este restaurante de comida méxico-japonesa, quien batalla para pagar servicios, renta y sueldos ante la falta de clientes.
Masacres, desapariciones forzadas, bloqueos de vías y quema de vehículos han dado al traste con la actividad económica de esta ciudad de 800.000 habitantes, cuna del cártel de Sinaloa fundado por Joaquín "Chapo" Guzmán y su compadre Ismael "Mayo" Zambada, presos en Estados Unidos.
La guerra explotó el 9 de septiembre, tras revelarse detalles sobre la rocambolesca captura de Zambada, presuntamente secuestrado y llevado en un avión privado a Nuevo México (Estados Unidos) por Joaquín Guzmán López, hijo del "Chapo", el pasado 25 de julio.
La lucha entre "Chapitos" y "Mayos" ha dejado más de 400 asesinatos y cientos de desaparecidos, según la fiscalía del estado de Sinaloa, cuya capital es Culiacán.
Y el balance sigue empeorando. Trece personas murieron en la noche del miércoles al jueves de la semana pasada, informó la prensa local citando a un responsable de seguridad, Leoncio Pedro García Alatorre. Un restaurante Sushi Ranch fue atacado.
Un día antes, cinco cuerpos habían sido encontrados frente a la Universidad autónoma de Sinaloa. "Las clases de este jueves se llevarán a cabo de manera virtual" por razones de "seguridad", anunció la universidad.
A la cuota de sangre se suma la pérdida de unos 30.000 empleos en Culiacán, casi un tercio de los trabajadores inscritos en el seguro social, según la Cámara de Comercio de la ciudad. La cifra sería mayor si se considerara el vasto sector informal.
Incluso, en plena escalada, el club de fútbol profesional Dorados de Sinaloa, que llegó a ser dirigido por el astro argentino Diego Maradona, se mudó momentáneamente a Tijuana a fines de octubre.
Otras localidades de Sinaloa resienten el golpe, como Altata, en la costa del Pacífico, que los fines de semana solía estar repleta de turistas ávidos de sus mariscos.
Hoy los meseros pasan horas en las puertas de los negocios esperando comensales.
"Hay compañeros que se rinden y tiran la toalla", comenta el chef Taniyama, de 54 años, que junto con otros empresarios pide ayudas como la suspensión del cobro de impuestos.
Cristina Ibarra, presidenta del Colegio de Economistas de Sinaloa, compara el "paro técnico" en este estado agrícola con los cierres ocasionados por la pandemia de covid. De hecho, algunas empresas volvieron al teletrabajo.
"Va a ser más difícil recuperar la actividad económica en las zonas turísticas", sostiene Ibarra. "Las personas no pueden trabajar libremente (...) porque se encuentran en constante peligro", agrega.
La economía de Sinaloa basa su dinamismo en el comercio y los servicios, especialmente de restaurantes y hoteles.
La violencia se mantiene pese a que Culiacán es hoy un teatro de operaciones militares, con patrullajes continuos y enfrentamientos con grupos criminales.
Unos 11.000 efectivos, dotados con tanquetas y aviones artillados, han sido desplegados desde que Zambada y el "Chapito" quedaron en poder de autoridades estadounidenses.
El pasado 23 de octubre, soldados mexicanos abatieron a 19 presuntos delincuentes durante un enfrentamiento, anunció la Secretaría de Defensa.
A pesar de sus dificultades, el 21 de noviembre el chef Taniyama y estudiantes de culinaria organizaron la preparación y venta de una tonelada de aguachile, plato típico de Sinaloa, para ayudar a meseros y músicos como Juan Manuel, cuyo grupo del género "banda" se quedó sin trabajo hace tres meses.
Fue un respiro para los sinaloenses, que armaron una fiesta a plena luz del día en la principal avenida de Culiacán, animada por mariachis y bandas. Para Taniyama, fue una inyección de optimismo.
"Teníamos setenta días encerrados, con miedo, con terror; hoy rompimos eso (...), hoy volvemos a vivir", expresó el chef ante una multitud.
Pero no hay alivio para las familias de los desaparecidos. "¡Ya, por favor! ¡Quiero a mi hijo de vuelta!", dice sollozante Rosa Lidia Félix, de 56 años, quien no sabe nada de José Tomás, de 28, desde el 1 de noviembre.
La desaparición forzada es una de las facetas más crueles de la violencia del crimen organizado en México, que contabiliza unos 100.000 casos y más de 450.000 asesinatos desde 2006, cuando se militarizó la lucha antidrogas.
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