Hoy el Santuario Histórico de Machu Picchu cumple 35 años de creación, en Rumbos celebramos el aniversario con esta crónica sobre uno de los lugares menos visitados de la ciudadela incaica: el Templo de la Luna. ,Álvaro Rocha / Revista Rumbos Marchamos torpemente por un resbaladizo sendero donde viejas aguas murmuraban entre piedras plantadas antes de la memoria de los hombres. De pronto, los árboles se espaciaron, se hizo un claro y aparecieron algunos andenes y una roca de enormes proporciones, en cuyo interior se alcanzaba a distinguir escaños, plataformas y hornacinas. Habíamos llegado al elusivo Templo de la Luna. PUEDES VER: Cusco: inauguran el primer hotel Hilton Garden en Perú Ubicado en las abruptas laderas que caen por el lado norte del Huayna Picchu, el Templo de la Luna ya era conocido por Hiram Bingham que lo llamó la 'Gran Caverna'. Federico Kauffmann Doig señala que debió ser un lugar de culto de suma importancia por el esmero con que fueron trabajadas las paredes que revisten la gruta. Lo fabuloso del asunto es que, a pesar de que en esos mismos instantes miles de personas hormigueaban por Machu Picchu, en el Templo de la Luna no había un alma. Y esa es la mejor manera de disfrutar los monumentos incas: en silencio. Solo nos llegaba el rumor del inquieto río Urubamba que corría caprichoso rumbo a latitudes más tropicales. Hay dos maneras de asomarse al Templo de la Luna, la primera, más espectacular y esforzada, requiere subir hasta la cima del Huayna Picchu para luego iniciar un largo descenso. La segunda implica tomar un sendero que se desvía a la izquierda en la misma base del Huayna Picchu: se pueden apreciar escaleras hechas en roca viva, y muros que te separan del abismo, antes que el camino se desplome en la selva. El Templo de la Luna está a 2.050 metros de altura, esto es 400 metros menos que Machu Picchu. Kauffmann hace un símil de esta cueva con una vulva de la Pachamama o Diosa Tierra, de la cual según las leyendas habrían sido expelidos nuestros ancestros. Lo cierto es que en los ochenta, cuando los controles no eran tan estrictos, grupos de mochileros pasaban la noche en este lugar sagrado consumiendo el cactus San Pedro. En los alrededores se pueden ver un par de recintos de planta octogonal. Se respiraba un aire a misterio, a gloria pasada, cuando abandonamos este formidable conjunto que combina a la perfección la fuerza de la naturaleza con la mano humana.