El Inka Naani es uno de los trechos mejor conservados de la red de caminos incas (Qhápac Ñan). A la vera del camino se observan lagunas, pueblitos que parecen haberse detenido en el tiempo, y excepcionales ruinas incas.,Rolly Valdivia / Revista Rumbos Los Apus convencen al viento y a las nubes para que castiguen, con su aliento arrebatado y sus gotas de tormenta, a los extraños andariegos que intentan cruzar sus dominios de altura y sus tierras agrestes; entonces, la ira proverbial y milenaria de los dioses de montaña, se convierte en un rugido atronador que estremece las pampas y quebradas, también el alma y el corazón de la gente. PUEDES VER: Chacas: Un rincón junto al cielo El Inka Naani es una intensa travesía pedestre. Foto: Luis Yupanqui. Y se hace difícil continuar. Bruma, viento y lluvia, gotas heladas que se filtran por los resquicios de la ropa, senderos de piedra que se disfrazan de fango y se tornan resbalosos. Solo queda detenerse y tratar de congraciarse con los Apus, como lo hicieron los antiguos, como lo siguen haciendo los hombres del Ande, como lo hicimos nosotros. Siete llamas para el Apu Cuentan las voces de la memoria colectiva que el mismísimo 'Hijo del Sol', tuvo que enfrentarse a la enjundia de las montañas y cochas que tutelan las comunidades, los pastos y las aguas que circundan al gran Inka Naani, un legado histórico, legendario y kilométrico, que serpentea en las alturas aparentemente inhóspitas de Áncash y Huánuco. Escenarios bucólicos en una ruta ancestral. Foto: Luis Yupanqui. No es un consuelo, pero en la angustia de la borrasca reconforta saber que el inca, el poderoso señor del Tahuantinsuyo, lloró de impotencia en el abra Waga (4,358 m.s.n.m.), cuando el Apu Angurajay –ofendido por la construcción del camino y por el incumplimiento de una promesa del gobernante- le dio la 'bienvenida' con una proverbial tempestad que impedía el paso de su fastuoso séquito. Un puma en el dintel de una de las puertas del complejo arqueológico de Huánuco Pampa. Foto: Luis Yupanqui. El Angurajay había advertido que sólo autorizaría el uso de la vía, si le ponían barbas (reforestaban) a sus faldas. El cusqueño aceptó la propuesta, pero por diversos motivos no honró su palabra. La apocalíptica granizada fue la forma de protestar de la rencorosa montaña, su manera de dejar en claro la infinita precariedad del hombre frente a su inmenso poder. Un pago a la tierra y las montañas para pedir su protección y cuidado. Foto: Luis Yupanqui. Dicen que fue tanta la desesperación de los quechuas, que uno de los sacerdotes se atrevió a increparle al engreído del Sol su falta de respeto y cortesía hacia los dioses. Ante semejante y devastadora circunstancia, se decidió que la única manera de aplacar el enfado del irascible Apu, era ofrendar siete llamas en una ceremonia ritual. Cien kilómetros de Esperanza Las jornadas son intensas, distintas e inolvidables en el Inka Naani (camino inca, en el quechua de la región), un sendero de más de 100 kilómetros que remonta montañas, se burla de los precipicios y se viste de existencia y esperanza. Pasos de barro, pasos de piedra. Pasos que te acercan a las portadas y paredes de piedra de Huánuco Pampa, la imponente capital del Chinchaysuyo (provincia de Dos de Mayo, Huánuco). Llamas cargueras. Foto: Luis Yupanqui. Los pobladores muestran sus trabajos a los caminantes. Foto: Luis Yupanqui. Cerros sagrados, lagunas mitológicas Despertar antes que el gallo; bueno, si es que hay algún gallo cerca. Partir con premura para sacarle la vuelta a la lluvia. Mirar por última vez las desvencijadas casas de adobe de Soledad de Tambo, Taparaco o Isco; el desolado patio de la escuela de San Cristóbal de Tambo, las chacras sembradas con papa, cebada o arveja en todas las comunidades, y también las cumbres enhiestas que parecen otear a los peregrinos del Inka Naani. Soledad de Tambo es el punto de partida de la caminata. Foto: Luis Yupanqui. Escuchar las leyendas y mitos narrados con maestría por Basilio Trujillo Zorrilla, el guía vivaz y elocuente; sentir el misticismo en las cercanías de los cerros sagrados y en las riberas de la laguna Sacracocha, rebelde, corajuda, partida en dos por el embrujado hondazo del inca. Gozar cada paso cuando el sendero es amplio y corre mansito al lado del Taparaco, un río robusto de tormenta; odiarlo en los tramos empantanados como la bajada a Ayash, un pueblo sombrío, tenso, en conflicto con la actividad minera; sufrirlo en la pendiente escalonada que conduce a Waga y en el interminable descenso final a Colpa, un periplo que machaca las rodillas. Huánuco Pampa y el silencio de los Apus Y a pesar del cansancio y del ardor de las ampollas, se avanza a Huánuco Pampa o Huánuco Marka, también Huánuco Viejo. Qué importa el nombre ahora, sólo quieres estar ahí, respirar hondo y sentirte bien en aquella ciudad magnífica, edificada durante el mandato de Túpac Yupanqui. Descanso en una escalera de piedra. Foto: Luis Yupanqui. Afanes arqueológicos bajo un cielo copado de nubes. Y vas del acllawasi al ushnu, y de allí al área residencial, y ves unos pumas de piedra y una puerta trapezoidal. Me detengo. Llueve. Barro otra vez -ya no importa- ya no estoy en el Inka Naani y sus kilométricas jornadas. Busco refugio y espero que el cielo se calme solito, sin hojitas de coca, sin ayuda de los Apus. Una experiencia única en los caminos andinos. Foto: Luis Yupanqui. En Rumbo Llegar: De Lima a Huaraz por una vía asfaltada (407 kilómetros). El viaje dura ocho horas aproximadamente. De Huaraz a Huari hay 150 kilómetros de distancia. Las unidades salen de la calle Huaraz. Llevar: Ropa abrigadora, poncho de lluvia, suficiente agua para la caminata, botas de trekking, bolsa de dormir.