Fanatismo religioso es una amenaza crucial del S. XXI., París fue, en la fatídica noche del viernes 13-N, el epicentro del terrorismo internacional del Estado Islámico, con un saldo de 129 personas asesinadas y 352 gravemente heridas. Hay tragedias que ocurren en otros espacios y que, por tanto, nos resultan lejanos, pero los peruanos –principalmente los mayores de cuarenta años– sabemos, por nuestra terrible experiencia relativamente reciente, de qué se tratan los ataques terroristas y de los sentimientos que producen, sobre todo al día siguiente del lanzamiento de los explosivos, del disparo del fusil, y de la escena de los cadáveres regados tras el ataque: indignación, rabia, aturdimiento, indefensión, inseguridad. Eso es lo que sienten hoy los ciudadanos de París luego del terror que vivieron desde las diez de la noche del viernes 13, cuando se desató un ataque masivo que empezó con las explosiones en el estadio de Francia en Saint-Denis durante el encuentro amistoso entre el seleccionado local y el de Alemania; continuó en el restaurante Le Petit Cambodge en el distrito X; y siguió con la masacre en la sala de espectáculos Bataclan cuando el grupo californiano The Eagles of Death Metal daba un concierto e irrumpió un grupo de yihadistas disparando con fusiles Kalashnikov a los asistentes y quedando como rehenes muchos de ellos. Es evidente que un ataque de esta naturaleza, en seis lugares simultáneamente, busca sembrar el pánico entre los ciudadanos, contribuyendo a expandir la sensación de que nadie está libre, que le pudo pasar a cualquiera, con el objetivo de crear una presión social hacia los gobiernos con el fin de ceder ante las amenazas crecientes del Estado Islámico. Porque es obvio que este ataque sucede como reacción por el inicio de las operaciones aéreas de Francia contra la organización yihadista en Irak en setiembre de 2014 y que se amplió a Siria un año después. De estos ataques conocemos de sobra los peruanos, pero también de que, cuando las organizaciones terroristas acometen este tipo de acciones, a veces se explica porque empiezan a sentirse débiles y creen que pueden corregir la sensación de fragilidad que proyectan con atentados cada vez más insanos. Y también sabemos que estos ataques suelen generar una respuesta decisiva para detener la propagación de los atentados terroristas en muchas partes del mundo, como la que seguramente vendrá en breve. Pero no hay duda de que estos atentados continuarán, ni de que el fanatismo religioso constituye la gran amenaza mundial del Siglo XXI. Y este es un asunto que, por más que hoy se vea lejano, debe ser parte del interés nacional, y de nuestra agenda de política exterior.