“El mal tiene profundas raíces en sociedades como la nuestra y ratifican la urgencia de la guerra que estamos librando contra la cultura violenta y machista que lo incuba”.,Hace unos días en Ica siete hombres violaron a una joven con esquizofrenia. ¿Su motivo? Vengarse de una prima de la víctima que no habría accedido a su chantaje económico y sexual. Compartieron un vídeo de su acto por redes sociales que fue visto por dicha prima. Tras la denuncia cinco fueron capturados, dos están prófugos. Al escuchar la noticia en la radio tuve una sensación de horror y sorpresa. Había algo en el caso que hizo lo sintiera como diferente ente los muchos casos horrendos que conocemos. ¿Qué era ello? Cualquier agresión sexual es espantosa por ser dirigida contra personas vulnerables, no creo haya escalas del horror entre estos actos: todos son terribles. Además, el caso muestra rasgos frecuentes en una sociedad machista que, lamentablemente, no deberían ya sorprendernos: las violaciones en grupo son comunes. Pensando sobre qué era lo que hacía el caso tan impactante, escuché horas después a una doctora del Instituto de Salud Mental Delgado-Noguchi comentar la noticia. Ella ofreció una serie de datos que me ayudaron a responder a mi sensación. La doctora explicaba que la violación contra personas con ciertos tipos de discapacidad es muy común en el país pues, al ser más difícil que comuniquen lo sucedido, son más vulnerables frente a los agresores. Estas personas sufren con más frecuencia estas agresiones porque su discapacidad facilita la impunidad. Quienes cometen estos actos, entonces, nos estarían mostrando lo que quisieran hacer en su vida cotidiana y que no hacen porque temen ser denunciados. Cuando se sienten seguros, como en este caso, actúan como manda su voluntad. Y fueron siete personas las que actuaron brutalmente, ninguno habría intentado detener a sus cómplices. Entonces, además de las razones evidentes (violencia, violación en grupo), el caso creo que resulta especialmente horrendo porque nos muestra una cara monstruosa y común de nuestra sociedad contra las personas con discapacidad. La vulnerabilidad del prójimo, en vez de producir empatía, ternura, cuidado, motivó abuso y maltrato por la alta posibilidad de actuar con impunidad. Y la presencia de otros no los inhibió, al revés, parece que los habría potenciado. En La República de Platón se narra el mito del anillo de Gyges. El mito muestra las maldades que realiza un pastor al encontrar un anillo mágico que lo hacía invisible. Para Glaucón, adversario de Sócrates en el diálogo, ninguna persona podría ser justa ante la tentación de tremendo poder. Todos harían el mal de saber que no serían descubiertos. El mito se asocia con el poder: quienes se sienten por encima de la ley se creen invisibles y pierden su brújula moral. En este caso la invisibilidad la ofrece la condición de discapacidad del prójimo. No creo (y Sócrates tampoco) que ello siempre sea cierto. Sé que el ser humano muestra también actos hermosos de empatía y generosidad. Pero casos como este muestran que el mal tiene profundas raíces en sociedades como la nuestra y ratifican la urgencia de la guerra que estamos librando contra la cultura violenta y machista que lo incuba.