“Fernando Tuesta siempre ha considerado la bicameralidad parte indispensable de una reforma política”.,Dos percepciones sobre el bicameralismo en el 2019. En una entrevista Fernando Tuesta lo considera “la madre de todas las reformas”, y en esa medida digno de ser discutido en la comisión que preside. Vicente Zeballos, ministro de Justicia, estima que “no es pertinente” que la comisión de Tuesta toque el tema de la bicameralidad. ¿Qué pasa? La postura del ministro viene luego de otra similar del premier César Villanueva, coincidencia que sugiere una corriente de opinión sobre este tema, el cual podría estar siendo visto como una radioactiva piedra en el zapato del gobierno. Quizás la idea de un Senado simplemente no le gusta. No ha sido la opinión de Martín Vizcarra. Villanueva y Zeballos pueden estar pensando en varias cosas. Por ejemplo, en los efectos del pasado referendo, que por motivos tácticos le dio a la bicameralidad un tinte negativo, y puede haber complicado legalmente una aprobación. O quizás la ven como una puerta para la descartada reelección de actuales congresistas. Tuesta siempre lo ha considerado parte indispensable de una reforma política. Ya en el 2012 sostenía que ella “permite una mejor representación (poblacional, territorial), un mejor control de las leyes a través de la revisión, una mejor elección de altos funcionarios del Estado, entre otras cosas”. La declaración de Zeballos no se opone a estos argumentos. Solo les niega la centralidad que les da Tuesta, al grado de proponer posponerlos para un futuro indefinido. Se abren preguntas. ¿La próxima reforma política ofrecida tendrá que esperar a que el bicameralismo se vuelva un tema viable? ¿Cómo reconocer ese momento? Pero el debate ni siquiera ha comenzado en el seno de la comisión encargada de la reforma, y no se sabe si la opinión de Tuesta es compartida por los demás miembros. Podría resultar que la bicameralidad ni siquiera sea considerada en la propuesta, sobre todo si existen reales posibilidades de que sea rechazada. La cuestión, entonces, se divide en dos: el momento conveniente para tentar la discusión pública de la bicameralidad, y la naturaleza de la propuesta misma. En esta bifurcación la comisión de alto nivel tiene que jugar cuidadosamente sus cartas para evitar ser llevada a un cuello de botella político.