“A partir de ahora Trump tendrá un contrapeso para su poder que lo forzará a hacer algo que detesta: negociar”,“Si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos, lo hará en nombre de la libertad”. Thomas Mann. Aunque siempre se ha hablado de su carácter plebiscitario, las últimas elecciones legislativas de medio mandato eran especialmente simbólicas para los Estados Unidos. Donald Trump las había planteado como un acontecimiento de vida o muerte («es un referéndum sobre mí») para el que asumió un papel protagónico. Desplegó una agresiva agenda de presentaciones públicas donde redobló ataques contra sus oponentes e insultos a la prensa, y aprovechó la caravana de 5.000 migrantes hondureños que atraviesa México rumbo a la frontera estadounidense para inflamar los prejuicios de sus votantes. El desenlace de la votación admite muchas lecturas. Los demócratas se han anotado un triunfo al recuperar luego de ocho años la mayoría de la cámara de representantes, que tendrá la composición más diversa de todos los tiempos, con una histórica cifra de congresistas mujeres. Este resultado hiere de muerte algunas de las principales propuestas electorales de Trump, como la erección del muro en la frontera con México o la extinción de la reforma de salud de Barack Obama. Los republicanos, por su parte, han mantenido su dominio en el senado. Es verdad que 26 de los 35 escaños que se renovaban estaban en manos de los demócratas, lo que daba poco espacio para un cambio, pero da para pensar que, a pesar de su gobierno errático, su xenofobia, su machismo, sus medidas proteccionistas, su incendiaria política exterior, sus frecuentes exabruptos, su primitivismo intelectual, su patológica tendencia a la mentira, su delicada situación en la investigación de la trama rusa y su impopularidad en las encuestas (donde registra una aprobación de 40%, por debajo de sus predecesores), Trump no haya recibido un castigo terminal. También es verdad que las elecciones legislativas de medio mandato suelen penalizar a los presidentes (de hecho, Obama gobernó la mitad final de su segundo mandato con minoría en ambas cámaras). Pero, aunque habló de una «gran victoria», a partir de ahora Trump tendrá un contrapeso para su poder que lo forzará a hacer algo que detesta: negociar. A pesar de sus modales autosuficientes, su enojo contra el periodista de CNN Jim Acosta, a quien llamó «enemigo del pueblo» durante su primera comparecencia después de la votación, puede ser leído como una admisión de las dificultades venideras. Finalmente, luego de la elección de Jair Bolsonaro en la presidencia de Brasil, la pérdida del control total que Trump ostentaba en el legislativo es una buena noticia para América Latina. El presidente de los Estados Unidos tendrá dificultades para estrechar sus vínculos con Bolsonaro, famoso por despreciar a las mujeres, a las minorías y a las formas de la democracia. Nos esperan dos años más de furia y fuego, de golpes de mesa y exabruptos, aunque el poder de Trump ya no sea el mismo.