Uno recuerda ciertas fotos eternizando imágenes que resultaron desagradables para millones de personas.,A propósito de fotografías controversiales, como la de hace poco dentro de una camioneta de policía (¿posada, trucada, con filtros? Como fuere, algo bastante almodovariano), uno recuerda ciertas fotos eternizando imágenes que resultaron desagradables para millones de personas. Se me ocurren tres ejemplos: La más famosa: la del cadáver del Che Guevara junto a unos soldados luego de su fusilamiento en la selva de Bolivia, en octubre de 1967. Lo habían capturado herido, y se ordenó liquidarlo pocas horas después. Guevara tiene los ojos abiertos, y una expresión perturbadora que -me parece- ayudó más a su leyenda mesiánica, que al verdadero propósito de sus ejecutores: posar orgullosos con la fiera derrotada. La imagen es muy, muy fuerte. ¿Homenaje, o escarnio con un cadáver? ¿Morbosa, o heroica? La respuesta depende de la antipatía o simpatía por el personaje. Otra: la foto que circuló en los medios -sacada de un video- de Alberto Fujimori en las escaleras de la derruida embajada del Japón, junto al cadáver de Cerpa Cartolini, líder del MRTA en la toma de rehenes que duró 126 días (diciembre 1996 - abril 1997). Aquí el cuerpo del terrorista está en el suelo, y la composición de la imagen ensalza al vencedor. Violenta, por decir lo menos, y producto de la euforia del momento… ¿pero había necesidad de graficar la barbarie, luego del indiscutible éxito del rescate? Y luego, las fotos más gratuitamente crueles y abusivas: las de Juan Carlos I de España posando feliz (¡¡) junto a elefantes que cazó con su propio rifle. La imagen pública del rey cayó al subsuelo con semejante desatino. Las tres pueden verse fácilmente en Internet. Y felizmente son anteriores a los filtros, efectos, y cuanto truco barato vende hoy la temible “posverdad”.