"Parte de las desgracias políticas de Keiko Fujimori pasan por haber creído que lo suyo pasaba por desligarse de su padre, al punto de socavar en la práctica la posibilidad de su indulto y, una vez ocurrido, por zarandearlo de tal forma que sin duda ha contribuido a crear el escenario político predisponente a la decisión judicial en contrario".,La figura de Alberto Fujimori vuelve a conmocionar a la opinión pública del país. El indulto humanitario que le otorgase Pedro Pablo Kuczynski ha sido revertido por un juez y ello ha bastado para que la atmósfera política del Perú nuevamente se polarice alrededor del exgobernante. Ha opacado, inclusive, el triunfo político del presidente Vizcarra respecto de la aprobación parlamentaria de sus cuatro proyectos de ley y la convocatoria al referéndum. Cuando el gobierno estaba a punto de meter el gol de la victoria, toda la tribuna se fue del estadio a ver otro partido, el que protagonizaba un jugador que se resiste a retirarse del escenario político nacional. Son varias las razones de por qué, dieciocho años después de haber concluido su mandato y con 80 años a cuestas, el país sigue albergando los odios y adhesiones que cualquier circunstancia vinculada a Fujimori produce. El régimen de Alberto Fujimori fue extraordinario, en el buen y en el mal sentido. No solo por haberse derrotado a Sendero Luminoso durante su gestión, sino, sobre todo, por haber desmontado el orden social y económico dejado por otro gobernante que a pesar del tiempo transcurrido desde su gestión, también polariza y levanta emociones, como fue el régimen de Velasco Alvarado, cuyo golpe militar acaba de cumplir cincuenta años de ocurrido. Y respecto de lo malo, la corrupción de los 90 generó impronta y la destrucción institucional fue total. No se salvaron ni siquiera instancias privadas fuera del tejido público (medios de comunicación, artistas, empresarios, etc.). Ello fue, en su momento, inédito. Fue además un proyecto inconcluso, cuyas incompletudes tienen aún valor pendiente republicano: extender las reformas de mercado y recuperar la institucionalidad democrática dándole impulso nuevo. El fujimorismo tiene un presente activo. A diferencia de lo ocurrido con el franquismo o el pinochetismo, que también dejaron huella, pero no herederos, el fujimorismo ha podido reciclarse. Llegar dos veces a la segunda vuelta presidencial y con el fundador histórico en medio de desventuras judiciales no es poca cosa. Y lo es más aún haber colocado el número de congresistas del actual periodo legislativo. El crecimiento de Fuerza Popular presupone un proyecto político de primer orden, hecho que acrecienta el revuelo sobre las circunstancias que rodean la vida del exmandatario hoy al borde de regresar a la cárcel. Y por si fuera poco, el fujimorismo tiene aún gran futuro político. E increíblemente, quien más parece tenerlo –como es Kenji Fujimori- lo tiene por reivindicar el espíritu auroral del padre, lejos del derechismo ultraconservador con el que su hermana Keiko ha signado al movimiento. Parte de las desgracias políticas de Keiko Fujimori pasan por haber creído que lo suyo pasaba por desligarse de su padre, al punto de socavar en la práctica la posibilidad de su indulto y, una vez ocurrido, por zarandearlo de tal forma que sin duda ha contribuido a crear el escenario político predisponente a la decisión judicial en contrario. Con el fujimorismo no se cumple el axioma que vinculaba la vigencia de un movimiento político a la vida de su fundador, como fue el caso del odriísmo o del pradismo, partidos que dejaron de existir al poco tiempo de fallecidos sus inspiradores. El caso del fujimorismo se parece más al del APRA, partido que no solo supo sobrevivir a la muerte de Víctor Raúl Haya de la Torre sino que llegó al poder dos veces después de ello. El suicidio político del keikismo, perpetrado con ahínco por la lideresa de Fuerza Popular, y que es de difícil reversión, no parece que vaya a borrar la honda huella que ha surcado el fujimorismo en el Perú. Simplemente, induce a una nueva transformación y heredad, aunque aún conducida por alguien de la estirpe familiar, lo que sigue poniendo en entredicho su posibilidad política de trascender más allá de las fronteras del ADN. -La del estribo: una solicitud a quien resulte elegido hoy en las elecciones municipales: que en coordinación con la Policía de Tránsito disponga todo lo necesario para desterrar una práctica atroz que se extiende por toda la ciudad, como es la ejecutada por benditos choferes que han interpretado auténticamente que basta con prender las luces direccionales de sus vehículos para proceder a estacionarse, con concha y pana, en cualquier calle o avenida que se les antoje, generando una congestión de los demonios. ¡Cárcel para todos!