Lo de dolo acudió a mi mente a raíz de lo que está sucediendo en el conflicto entre los poderes Ejecutivo y Legislativo.,Una de las consecuencias inesperadas de los escándalos de los audios de las bandas del Poder Judicial y el político, ha sido un renovado interés por el derecho. El mismo que vemos ultrajado por los hermanitos, una y otra vez. Pero, aunque sea por frustración y a la fuerza, vamos descubriendo nociones que sostienen nuestro contrato social. O que no lo sostienen pero deberían hacerlo. En la época de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, por ejemplo, aprendimos la existencia del delito llamado “cohecho pasivo impropio” (el cual, entonces como ahora, me hace pensar en masturbación). Estos días me descubrí pensando en el concepto de “dolo”. A diferencia del mencionado delito que pertenece a los arcanos del derecho penal, el dolo ha rebasado las fronteras del derecho y es, hasta cierto punto, parte del habla cotidiana. Del mismo modo que términos tales como “narcisismo” o TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) han salido de los linderos del psicoanálisis, siendo recuperados y transformados por el ámbito coloquial. Lo de dolo acudió a mi mente a raíz de lo que está sucediendo en el conflicto entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Al buscar en el DRAE la acepción, me encontré con que había un dolo malo –el que todos conocemos- y, para mi sorpresa, un dolo bueno. Algo así como el colesterol. Veamos lo que dice el diccionario. En términos jurídicos, la DRAE lo define como “Voluntad deliberada de cometer un delito a sabiendas de su ilicitud”. Hasta aquí, nada nuevo. En cambio, el dolo bueno es no solo –para mí- una revelación. Resulta que es muy pertinente para la situación de entrampamiento político en la que nos encontramos. Dice: “Sagaz precaución con que cada cual debe defender su derecho”. En ese momento pensé en el Presidente Vizcarra y, por intermedio suyo, en todos nosotros los peruanos. La respuesta del parlamento a la cuestión de confianza, a la que Vizcarra se apresuró en responder con un tuit que había ganado el Perú, amerita por lo menos una profunda reflexión. ¿Hay razones para confiar en el documento ambiguo emitido por el Congreso y presentado por Daniel Salaverry? Los precedentes que conocemos –las vacancias de ministros por caprichos imperiales de la Sra. K, las reiteradas humillaciones, trampas y finalmente vacancia de PPK, la infidencia cometida acerca de las reuniones secretas entre Vizcarra y Keiko Fujimori, etcétera-, ¿no inducen más bien a prepararse para lo peor? Dolo bueno se requiere, señor Presidente. En grandes dosis. Su creciente popularidad refleja que los ciudadanos se sienten adecuadamente representados. Pero si más adelante resulta que le han tendido una celada y se ha quedado sin municiones, de poco le va a servir esa aprobación que hoy lo aúpa. Ellos, los integrantes de Fuerza Popular y el Apra, lo saben bien. El dolo a secas es su modus operandi, como el de los “cuellos blancos”. Relea el clásico verso de Vallejo: Confianza en el anteojo, no en el ojo; en la escalera, nunca en el peldaño; en el ala, no en el ave y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.