En el escenario político peruano es evidente que la tecnología ha liberado la agresividad contenida, volviendo a la acometividad casi un sinónimo de insulto.,En el 2007 publiqué “Mucho concho”, una columna sobre el “concho telúrico de acometividad” de los peruanos detectado por Héctor Velarde 40 años antes. Conviene regresar al tema hoy que la acometividad anda a toda máquina en la política. Ahora que el concho es menos moderado, más callejonero, quizás su descubridor no lo reconocería. Para Velarde el concho de sus tiempos era “una reserva contenida, generalmente dormida (…) de agresividad”. Su aparición solía funcionar como una válvula de escape. Su marca era aparecer inesperado, como un sorpresivo giro en el discurso. Tal vez como algo más fuerte que la propia persona que lo lanza. Pero la válvula de escape se ha escapado. En el 2007 Twitter estaba recién fundado, y la acometividad política todavía en pañales, al menos comparativamente. Acometer contra el rival político exigía un nivel mínimo de argumentación y de articulación, que podían ser ideológicas o prácticas. Por eso el número de practicantes era mucho menor, y los medios convencionales se sentían en la obligación de ponerle cierto freno. Para el 2014 las cosas ya habían cambiado. Ese año dije en esta columna que “una página web llamada Twitter ofrece a sus lectores un acopio siempre refrescado de insultos desde todas partes, y no está sola. Esto va camino de convertirse en un género por derecho propio, y virtuosos reconocidos. Hoy es una convención establecida que la etiqueta de los comentarios en la red es que no hay etiqueta alguna”. Como era de esperar, fui molido a tuits por ese comentario, y la revolución de las redes sociales siguió su curso. Pero este año 2018 Jack Dorsey, el jefe de la empresa, ha tenido que declarar: “Esto no es una plaza pública sana y asumimos la responsabilidad de arreglarlo”. En el escenario político peruano es evidente que la tecnología ha liberado la agresividad contenida, volviendo a la acometividad casi un sinónimo de insulto, haciéndola pasar de modesto concho a verdadera segunda naturaleza de los debates. El tuit ha pasado de la pantalla de las computadoras a los micrófonos de la política. Héctor Velarde fue un visionario. Pero no llego a captar el alcance que llegaría a tener su descubrimiento. El humilde concho identificado a mediados de los años 60 hoy infesta las redes sociales y cubre de furia las primeras planas.