Es muy extraña la lógica del comando de campaña fujimorista, que pretende recuperar la popularidad de su lideresa.,Algo hay que reconocerle al discurso que Keiko Fujimori ofreció este jueves para sentar su posición sobre la reforma política propuesta por Martín Vizcarra el último 28 de julio: pocos han quedado indiferentes. Desde explicaciones psicoanalíticas como la de Jorge Bruce —que interpreta el tono y la postura de la jefa de la oposición como muestras de miedo por el caso Lava Juez—, hasta críticas por el extraño gusto que revelan las escenografías de sus alocuciones, pasando por las lógicas lecturas políticas y judiciales, todos han tenido algo que decir. Lástima que, salvo los cada vez más desesperados operadores y periodistas del fujimorismo, los comentarios favorables hayan resultado más bien escasos. No debería sorprendernos. Es muy extraña la lógica del comando de campaña fujimorista, que pretende recuperar la popularidad de su lideresa aplicando una y otra vez la misma receta que la viene hundiendo a una velocidad vertiginosa. El trauma por la derrota de las elecciones de 2016 parece ser de tal magnitud que ha terminado por aislarlos de la realidad, con todas las consecuencias que quedan a la vista. Solo así se explica que una peruana descendiente directa de japoneses, casada con un ciudadano de los Estados Unidos, recurriera a una innecesaria referencia a los «asesores extranjeros» de Vizcarra, justo ahora que el sensible tema de la xenofobia está en medio del debate nacional, por la migración que huye al Perú desde la Venezuela de Nicolás Maduro. O que se presente como un faro que luchará contra la actual corrupción, como si los peruanos fueran víctimas de un ataque de amnesia colectiva, olvidando que si hay un partido involucrado en Lava Juez es Fuerza Popular, con la mención a la Señora K, a Héctor Becerril o a Miki Torres. Por no mencionar el proceso de Joaquín Ramírez o la investigación que se le sigue dentro del megacaso Odebrecht. O se oponga con tono amenazante a una reforma política apoyada por la inmensa mayoría de los peruanos, resista a que la entrevisten periodistas independientes o respalde a un Fiscal de la Nación vergonzoso y abrumadoramente rechazado en las encuestas. Tampoco debería sorprendernos que este mensaje haya sido una declaratoria de guerra contra Martín Vizcarra. Por segunda vez en menos de seis meses, Keiko Fujimori emprende una campaña que pretende demoler y destituir a un Presidente del Perú. No le ha importado el desgaste que le produjo la confrontación contra Pedro Pablo Kuczynski, que esta nueva ofensiva coincida con su momento de mayor debilidad y un alza de Vizcarra en las encuestas, o que de nuevo sumirá al país en un trance con graves consecuencias económicas, políticas y sociales. A Keiko Fujimori le haría mucho bien que dejara de echarle la culpa de su fracaso a los demás y actuar como una política madura, capaz de plantearse una autocrítica y corregir sus errores. Su salud política y espiritual se lo agradecerían, y de paso el país no sufriría las consecuencias de sus permanentes pataletas.