Convertir un ajuste capitalista clásico, en este caso además sin malla de protección social, en un acto revolucionario es de un grotesco cinismo.,¿Qué empujó a Nicolás Maduro hacia las medidas aparentemente ortodoxas de estos días? ¿El reciente atentado contra su vida? ¿Las tropas brasileñas en la frontera? ¿La intensificación de venezolanos en fuga hacia América Latina? Cuando ya parecía acostumbrado a administrar indefinidamente la debacle económica, Maduro ensaya una versión insólita de ajuste liberal. Los expertos opinan que ya es demasiado tarde para ello, y que la megadevaluación anclada en una moneda electrónica local (el cripto) y un par de medidas más solo puede empeorar las cosas en la economía venezolana. Para los afectados por la nueva hiperinflación, vaticinan, el resultado previsible será nuevos niveles de miseria. El paquete lanzado es de terror, con drásticos recortes de ingresos populares allí donde ya no parecía quedar nada que recortar, y nuevas alzas de los combustibles. La respuesta inmediata ha sido una huelga general que prácticamente no ha necesitado ser convocada. Venezuela entera ha entendido que está frente a un nuevo grado de catástrofe. Por su parte Maduro está feliz como una lombriz. Su tuit de anuncio es directamente ridículo: “Hemos encontrado la fórmula revolucionaria que coloca al trabajo en el centro del reajuste de la sociedad, basado en la producción de bienes y en el valor del salario. Así, eliminaremos para siempre el perverso modelo que dolarizaba los precios en el país”. Ya antes en un discurso había dicho: “Esta es una fórmula realmente impresionante, mágica, que descubrimos al estudiar desde nuestro propio pensamiento venezolano, arraigado en el de América Latina”. Un tipo de comentario que ha logrado superar el episodio de la comunicación entre un Hugo Chávez difunto y Nicolás Maduro vía pajarito. Convertir un ajuste capitalista clásico, en este caso además sin malla de protección social, en un acto revolucionario es de un grotesco cinismo. Aun asumiendo que la decisión tomada fuera de buena fe, Maduro no tiene ni los recursos, ni los técnicos, ni los márgenes de acción política necesarios para llevarla a cabo. Las críticas insisten, con razón, en que todo es maquillaje. Las empresas extranjeras más grandes que siguen en Venezuela ya se venían manejando con valores reales de la economía, y no se verán muy afectadas. En cambio los sectores empobrecidos, casi toda la población, seguirán básicamente en lo mismo, ahora invitados a jugar con billetitos nuevos.