"En estos momentos, las fuerzas en favor de la reforma política y judicial se han alineado detrás del gobierno. Con errores, con excesos y a veces con propuestas francamente pueriles".,Más allá de la eventual mediocridad de muchos de los protagonistas de la batalla política declarada entre el Ejecutivo y el Congreso, debe quedar claro que estamos ante una versión, algo diluida, de una lucha antigua, entre quienes buscan un destino más liberal para el país y quienes se resisten y tratan de asegurar la permanencia de un statu quo conservador. De eso se trata a la postre. El combate no es reciente y de algún modo define el escenario político nacional de la última década. Porque finalmente detrás del antifujimorismo hay una opción política, mal que bien ubicada en una suerte de centro liberal, que se opone a la entronización de aquello que Keiko Fujimori propone, una opción cada vez más ubicada a la derecha del espectro ideológico. En estos momentos, las fuerzas en favor de la reforma política y judicial se han alineado detrás del gobierno. Con errores, con excesos y a veces con propuestas francamente pueriles, el Ejecutivo, sin embargo, ha galvanizado alrededor suyo el proyecto de ajustar los estándares institucionales del país hacia los de un orden democrático liberal. Lo que corresponde, en consecuencia, es darle apoyo crítico. Conminarlo a limar los yerros, pero asumiendo que el tenor general va en el sentido correcto. Negarse de plano solo revela la entraña obstaculizadora de quienes ansiaban ver los tres años siguientes a un Vizcarra timorato, a una suerte de PPK reciclado, incapaz de marcar agenda alguna. En la causa invocada se agolpan no solo la reforma judicial o la reforma política –que es el motivo del desencuentro coyuntural- sino también el enfoque de género en la educación, las políticas de natalidad y planificación familiar, la conformación de un Estado laico, la despenalización del aborto, los derechos humanos, la lucha feminista, la transparencia administrativa, los mecanismos de democracia directa, etc. Ese combo, aún no cuajado ideológica y políticamente, es el que lucha por la construcción de una sociedad distinta a la de un Estado conservador, mercantilista y autoritario como el que la ultraderecha peruana quiere afianzar. Vizcarra no es un liberal ni mucho menos. Tampoco lo es, claro está, su opaco y diletante Premier (recordemos su aguachento tuit sobre la “ideología de género” y su reticencia a confrontar con un Legislativo retardatario), pero de hecho está más cerca de esos ideales –así sea por un involuntario acomodo destinado a sobrevivir en la actual encrucijada- que las huestes del aprofujimorismo. El centro liberal ha recogido la indignación ciudadana despertada ante el develamiento de la entraña corrupta del Estado peruano. Cabe ser optimista. Hay varios hechos sociológicos, además, que apuntalan ese optimismo. Las nuevas generaciones no se tragan sapos a cuenta del libramiento de la violencia terrorista o el delirio inflacionario de los 80; la segunda generación de migrantes hará lo suyo: el incontenible y maravilloso proceso de cholificación de las élites peruanas, augura un mejor futuro para el país. Y difícil no creer que esas fuerzas sociales apuntan a una modernidad liberal antes que a una vocación reaccionaria. Los ultraconservadores saben que están siendo derrotados, por eso su grita y su alharaca, por eso su desesperación por cooptar cuadros políticos y por reclutar operadores mediáticos. Saben que la historia marcha en sentido inverso al de su proyecto. Conforme pierda influencia el sector que aún cosecha de la crisis de los 90, como es el fujimorismo, se abrirán paso tendencias más liberales y modernas. Pudo ser Keiko la fase superior del fujimorismo, pero insensatamente optó, por razones crematísticas, por convertir al fujimorismo en un furgón de cola ideológica de la ultraderecha. Hizo lo mismo que Alan García ha perpetrado con el APRA, convirtiendo un gran partido –fiel de la balanza política en el Perú- en algo parecido a lo que en su momento devinieron la Unión Nacional Odriísta o el Movimiento Democrático Pradista, residuos partidarios sin protagonismo electoral ni social. -La del estribo: Lo peor que le puede pasar a una obra de teatro es que la calidad de un buen guion termine arruinada por actuaciones insolventes. No es el caso de la extraordinaria puesta en escena de La reunificación de las dos Coreas, obra dirigida por Alfonso Santistevan, con estupendas actuaciones de un elenco notable y con una adaptación escenográfica correcta. Le quedan pocas semanas más en la Alianza Francesa y debe ser de lo mejor que hay en estos momentos en la nutrida cartelera teatral limeña.