En verdad a las dos ferias las beneficiaría un espacio limeño adecuado para el propósito ferial. Un recinto que mejore los servicios al expositor y al visitante.,A un par de días de su clausura, ya circula por la 23 Feria del Libro de Lima, FIL, la versión de que sus visitantes podrían llegar a 600.000. Así habría superado a la feria gastronómica Mistura por segundo año consecutivo. No hay en realidad competencia entre estas ferias, que además se dan en momentos distintos del año, pero la comparación entre sus públicos se presta a comentarios. Sería un error deducir mecánicamente que hay más público para los libros que para los platos. Más bien hay consideraciones como que en Lima hay pocas librerías y poco hábito de frecuentarlas, con lo cual una feria de novedades bibliográficas con descuentos se vuelve muy atractiva. En cambio Mistura compite con una verdadera explosión de restaurantes nuevos, todos de fácil acceso. Sin embargo, las multitudes que acuden a Mistura todos los años, en torno a los 400.000 comensales, no son nada desdeñables. Pensamos que la gente no acude tanto por la comida en sí misma (hay ofertas) sino por las novedades en el mundo de la cocina: artes rescatadas de regiones remotas, aterrizajes internacionales, nuevas aproximaciones a lo tradicional, excelentes chefs en toda la gama económica. Una parte del problema de Mistura para seguir creciendo está en su trashumancia. No ha encontrado un espacio central y estable donde aparecer cada año, una ciudad sin espacios feriales suficientes. La otra parte está en que la parte del público de la comida con ánimo exploratorio y experimental es mucho menor de lo que se supone. En cambio la FIL ha logrado instalarse de manera permanente, suponemos, en el antiguo bosque de Matamula, Jesús María. Esto en cierto modo facilita la visita, y convierte a la feria en una ceremonia anual que se ha vuelto familiar. Mientras que hemos perseguido a Mistura por escenarios siempre cambiantes, desde el Rímac, el 2017, y la Costa Verde, este año. En verdad a las dos ferias las beneficiaría un espacio limeño adecuado para el propósito ferial. Un recinto que mejore los servicios al expositor y al visitante, y que deje atrás la atmósfera de paradita agigantada que las ferias, y no solo estas dos, tienen ahora. Ya el Estado ha construido un Centro de Convenciones. ¿Por qué no avanzar hacia un campo ferial?