Era urgente reforzar la lucha contra la corrupción, especialmente en la fiscalización de actividades privadas por donde dineros sucios se colaron al Estado y la política.,Por las circunstancias en que asumió el poder Martín Vizcarra merecía una tregua, un respiro, para poder desarrollar el plan que tenía para el Perú. A grandes rasgos creo que los políticos, analistas y el país en general le dieron ese tiempo. Pero pasados un par de meses ya hay suficiente evidencia para opinar sobre el rumbo del gobierno y alertar sobre sus problemas. Y considero que el resultado malo, lejos de lo que se necesitaba en un momento crítico para el país. Más importante que mi opinión, por supuesto, es la opinión pública. Esta imagen negativa es compartida por un creciente número de ciudadanos en las últimas encuestas. La más reciente, Datum, ofrece cifras de lo que se puede venir: la aprobación del Presidente cae de 54% a 45% en un mes y, más impactante, la desaprobación sube de 19% a 44%. ¿Debería sorprendernos esta tendencia? No lo creo, estaba cantada. Desde un inicio un sector de analistas señaló que sin bancada el gobierno requería ponerse por encima de la política menuda y retomar agendas reformistas para lograr una base de apoyo que le diera cierta protección. Como señaló en una columna Fernando Berckemeyer, más que de virtud se trataba de supervivencia. Debía ser prudente, claro, para no entrar en peleas idiotas con un Congreso irresponsable. Pero para lograr esa base de apoyo era necesario audacia y firmeza. Entusiasmar. Era urgente reforzar la lucha contra la corrupción, especialmente en la fiscalización de actividades privadas por donde dineros sucios se colaron al Estado y la política. Pero también se podía relanzar la reforma universitaria, enfrentar desde un inicio la violencia de género, fortalecer a SERVIR, entre otros temas. Mostrar que había un plan y ambición para realizarlo. El desprestigio del Congreso Fujimorista le podía servir para mostrar, por oposición, que otra forma de gobierno era posible. Un Congreso dedicado a la defensa de intereses pequeños, algunos ilegales y corruptos, viene mostrando en forma cotidiana su incapacidad para enfrentar sus taras y representar el interés general. Vizcarra pudo defender con más fuerza la fiscalización a las cooperativas, exigir más transparencia y proponer acciones para controlar el dinero ilegal en la política. Nada de eso se hizo. Las invocaciones al bien común o al bienestar general que sonaban interesantes al inicio del gobierno hoy suenan vacías, no aterrizan. No transmiten coherencia en sus políticas y le temen al Fujimorismo, el grupo derrotado por sus votantes de segunda vuelta. No menciona la palabra género para no molestar. Rehúye defender el Museo de la Memoria y permite que un par de ex militares abusivos se zurren en las víctimas de la violencia. Así se ha instalado la imagen de un gobierno sin banderas, de un premier sin agenda. Pero las cosas son peores que simple inmovilismo. Esta debilidad está produciendo una degradación institucional ya iniciada con el anterior gobierno. Puede sonar paradójico hablar de degradación si lo que nos ha faltado en estos años son reformas institucionales y han abundado los casos de corrupción. Pero desde la transición algunos sectores del Poder Ejecutivo actuaban como un límite a intereses ilegales y corruptos. Con todas sus taras, el Ejecutivo marcaba cierto rumbo y atraía a profesionales de nivel que limitaban las celular cancerosas. Pues bien, esos diques se están rompiendo. Intereses ilegales se han instalado en el Congreso y otras instituciones. La información presentada por Ricardo Uceda en un reciente reportaje muestra cómo una serie de sospechosos actores operan en el Consejo Nacional de la Magistratura y la ONPE con total impunidad. Mi impresión es que un Ejecutivo débil está llevando a que se incremente la acción de los corruptos. Y en estas condiciones es cada vez más difícil atraer profesionales de peso al Estado. En resumen, les quedó grande el gobierno. O, seamos optimistas, les viene quedando grande: rectificar es posible. Y no necesariamente para evitar su caída, algo que puede suceder si el Fujimorismo decide que le cuesta mantener vivo a un Presidente débil. Mi preocupación es más profunda: tres años más de lo mismo serían una tragedia.