¿Cómo es posible que no podamos, siquiera, respetar un simple y claro pedido para apagar el teléfono al momento de despegar?,Esta es una historia que, sin duda, a muchos de ustedes les parecerá familiar. Organizar un viaje con la debida anticipación y días antes del vuelo recibir un aviso de que la aerolínea decidió unilateralmente cambiar tu itinerario y chantarte el horario que le viene en gana sin importarle tus planes o urgencias. ¿Y si reclamas qué responden? Pues sin mediar explicación o disculpas te dicen, “lo tomas o lo dejas”. Y, por supuesto, como el tiempo apremia y tus planes son impostergables te tragas el sapo y aceptas el abuso y la falta de respeto aunque te hierva la sangre. Me pasó hace poco y no me siento orgullosa por ello, pero a veces, qué le queda a uno. Ese fue mi tonto consuelo. Ya en el vuelo fueron otras las circunstancias que me hicieron caer en cuenta de lo permisivos que podemos ser y la poca capacidad que tenemos para hacer respetar nuestros derechos. Me sorprendió la cantidad de personas a quienes las indicaciones de seguridad poco les importaban, empezando por el uso del celular. ¿Cómo es posible que no podamos, siquiera, respetar un simple y claro pedido para apagar el teléfono al momento de despegar? A los más cercanos les pedí que lo hicieran pero solo recibí miradas de, “y a ti qué”, o de absoluta indiferencia. Reclamar me hizo ver como bicho raro y, ante la falta de apoyo, opté por dejar la pelea. Total, ni al personal de la aerolínea parecía preocuparle. Seguramente muchos han vivido situaciones similares en otros espacios y con diferentes protagonistas. Situaciones que se repiten a todo nivel y en toda circunstancia, y que deberían llevarnos a reflexionar sobre por qué aceptamos, sin mayor problema, el abuso, la prepotencia o la falta de respeto. Pensarán algunos que dramatizo por actitudes que, aunque censurables, se han vuelto tan comunes que se toleran con asombrosa indulgencia. Nuestra indignación suele ser fugaz y se mantiene hasta que llega el nuevo tema de moda. En otros lugares del mundo por menos de lo que sucede a diario en Perú se toman calles pero aquí, nada pasa. Ser “pechos fríos” es uno de nuestros mayores dramas.