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Violencia en Bolivia

“Camacho, que no pertenece a partido alguno y que no participó en elecciones, está invadiendo sedes de gobierno”.

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Una nueva etapa de violencia empezó a abrirse paso en la historia boliviana. Este último fin de semana, el comandante de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, solicitó públicamente la renuncia de Evo Morales en medio de protestas y amotinamientos en los que también participaba la policía, amenazando con sacar al presidente.

No se pedía la renuncia a su candidatura, que sin duda decepcionó a muchos por no respetar la voluntad popular del referéndum del 2016 que rechazaba una nueva reelección, sino que se le pedía a Morales, por medio de la violencia, renunciar al mandato constitucional de presidente que debía terminar el 22 de enero del 2020 y que había ganado en una elección exenta de cuestionamientos en el 2014 con más del 60% de los votos.

Evo Morales llegó tarde para asumir responsabilidades, reconociendo las irregularidades fraudulentas que exhibía el informe de la OEA, en el que también se sugería, finalmente, que el entonces presidente boliviano podría haber ganado la primera vuelta, pero no con los suficientes votos para obviar una segunda vuelta.

Ahora, tras su renuncia y salida hacia México, la derecha más recalcitrante empieza a abrirse camino. Luis Fernando Camacho, empresario y líder del Comité Cívico Pro Santa Cruz, entró a Palacio de Gobierno con una Biblia bajo el brazo, a quemar la Wiphala, más conocida como la bandera de los pueblos originarios de Bolivia. En un acto simbólico colonialista, se escuchó a Camacho vociferar: “¡La Pachamama nunca volverá a Palacio, Bolivia es de Cristo!”. Las Fuerzas Armadas acompañaron estas irrupciones con crucifijo en mano, en medio de un discurso “antiindios”, “procristianos” y en un claro intento de tomar el poder.

No hace falta estar de acuerdo con Evo Morales para ver que esto es solo el inicio de una ola política violenta e incluso los más férreos opositores de Morales reconocieron la revolución étnica y cultural que significó su liderazgo, la reducción de la pobreza, del desempleo.

Mientras tanto, Camacho, que no pertenece a partido alguno y que no participó en elecciones, está invadiendo sedes de gobierno y liderando esta suerte de movimiento religioso, ultraconservador que ahora parece pretender llevar a lo político.

Es imposible celebrar lo que está ocurriendo en este país hermano. Pero los errores se pagan caro. Solo queda esperar que el pueblo boliviano tenga la fuerza para reponerse y decidir el nuevo curso de su historia.

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