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Domingo

Gustavo Rodríguez: “Si no elegimos nacer, por lo menos elijamos cómo morir”

El narrador Gustavo Rodríguez ha ganado el prestigioso Premio Alfaguara de novela con Cien Cuyes, un libro en el que aborda las carencias y el abandono en el que viven los ancianos en nuestro país, golpeados aún más por la pandemia. En esta entrevista habla de esta publicación y reflexiona sobre temas de actualidad como el racismo, la crisis política, sus recuerdos y su adolescencia. 

Rodríguez ganó el Premio Alfaguara de novela con Cien Cuyes. Foto: Hugo Díaz/La República
Rodríguez ganó el Premio Alfaguara de novela con Cien Cuyes. Foto: Hugo Díaz/La República

La broma más usada en la ceremonia que se dio hace dos semanas en Madrid, para anunciar que Gustavo Rodríguez había ganado el premio Alfaguara con su novela Cien Cuyes, es que tuvieron que despertarlo muy temprano, con el peso de las seis horas de adelanto que nos lleva la capital española. Es curioso, el tiempo es una presencia constante en los días que vive actualmente el narrador. Se hace largo cuando se piensa que su nueva novela llegará a Lima recién en la última semana de marzo y se hace corto cuando uno se entera que Rodríguez escribió a toda velocidad este libro, para contar con urgencia la soledad y el abandono en el que viven nuestros ancianos. El paso del tiempo, los plazos que se cumplen, las llagas que dejó la pandemia, su novela abre puertas por las que no queremos atisbar, pero que tarde o temprano cruzaremos, sin excepción.

Creo que para ir al origen de tu amor por los libros hay que conocer a un personaje clave. Dime, Gustavo, ¿quién es María Bardales?

María Bardales era una quinceañera, hija de la cocinera de la casa de mi abuela paterna. Cuando me mudé a Trujillo de niño, y cuando mis padres me dejaron por una temporada en esa casa, por las noches esta chiquilla me leía. Ella quería estudiar Pedagogía y terminó estudiando para ser maestra. Yo tuve la suerte de que conmigo practicara, me imagino, esos dones. Me leía un libro que se llama Los titanes de la literatura infantil, con cuentos de los hermanos Grimm, de Perrault, de Oscar Wilde, Las mil y una noches. Yo tengo la teoría romántica, pero creo no muy equivocada, de que fue en esas noches que se instaló en mí esa relación de afecto con ese artefacto llamado libro.

Anoche, en una conferencia que organizó Penguin, decías que en algún momento decidiste escribir para demostrar a los críticos que podías ser buen narrador, pero en una columna de diciembre dijiste que escribes porque es una manera de constatar el afecto que te tienen, de “vivir por adelantado tu velorio”, ¿cuál de las dos afirmaciones es la real?

Creo que las dos son complementarias, porque el matiz con respecto a mi primera respuesta, tiene que ver con cómo era recibida mi literatura, o sea, lo que me motiva a escribir es entrar en comunión con los demás, compartir mi mundo con los demás, lo cual puede conllevar, en el mejor de los casos, a tener un velorio en vida, que es algo parecido a lo que ocurrió anoche en El Virrey cuando se celebró el premio (Alfaguara), pero la otra frase tiene que ver no con lo que me motivaba a escribir, sino con el ahínco que le puse a demostrar que sí era capaz de hacerlo.

Al inicio de tu aventura en la literatura había muchas puyas, muchos golpes…

Yo creo que empecé a escribir algo tarde, en la segunda mitad de los noventa, cuando empezaba la novedad de los blogs. Y con la tecnología viajaban opiniones, muchas anónimas, de ida y vuelta. Yo empecé a publicar en ese momento y sentía algún tipo de fiereza especial, de fijación especial hacia lo que yo podía escribir. Lo digo de otra manera, creo que criticaban más mi biografía que mis textos. Porque no debemos olvidar que yo, hacia los años 90, era una persona más o menos conocida por escribir anuncios, por destacarme en la publicidad. Y cuando alguien que es muy conocido en una actividad de pronto pasa a otra, pues, quienes se dedican a esta segunda actividad, pueden ver con suspicacia al recién llegado. Entonces, yo sentía muchas críticas, yo tengo en mi mente varias críticas de gente que conozco y que son vigentes ahora que no lo han vuelto a decir más. Creo que porque maduraron, porque también mejoré, porque los años pasan.

Alguna vez leí que tienes temor a que digan que tus libros son entretenidos, que esa palabra es halagadora pero no tiene prestigio.

Más que temer a la palabra, me generaba cierta inquietud. Eso se ha ido debilitando con el tiempo, porque por alguna razón, sobretodo en América Latina, en Hispanoamérica mas que en países sajones, no sé quién decretó que lo solemne debe ser lo más importante. Pero, a ver, a Stendhal lo encontraron un día carcajeándose, agarrándose la barriga, mientras leía un libro, y lo que estaba leyendo era El Quijote. Entonces dices: “Caramba, ¿en qué momento el español perdió de vista al Siglo de Oro, a Quevedo, a Cervantes”. Entonces, creo que estoy a favor de una reivindicación de la ternura y del humor a la hora de contar nuestras tragedias.

Hablemos de tu nueva novela, siento que más que de la ancianidad y la decadencia, de lo que quieres hablar es de la muerte.

Sí, probablemente sea la novela en la que más claro tenía el tema que quería tocar, tratar de naturalizar a través de la literatura el tema de la muerte. Para mí es el gran tabú de nuestros tiempos, sobretodo en Occidente, porque de ella se habla mucho menos que de sexo. Obviamente que en la literatura la muerte está siempre presente, está presente en batallas, en asesinatos, pero no está muy presente abordando cómo es el proceso de morir naturalmente, de cómo no desgarrarnos ante algo que es tan complementario a la vida.

¿Has pensado en tu propia muerte en estos meses?

Pensaba más en mi vejez, pero también pensaba en el tipo de muerte. O sea, hay un tipo de muerte en uno de los personajes de la novela que me parece sublime, y ese es el tipo de muerte que yo quisiera tener, en compañía de mi familia, con control absoluto de la puesta en escena, porque si no elegimos nacer, por lo menos elijamos cómo morir.

¿Por qué dices que una gran inspiración para tu nueva novela es tu suegro?

Porque el último par de años a su lado a mí me enseñaron el valor de saldar todos tus pendientes cuando sabes que te vas a ir. ¿Ves? Yo mismo caigo en el eufemismo, digo “te vas a ir” cuando debería decir “morir”. Él tuvo una muerte muy digna y serena, y rodeada de amor, creo que no hay mejor manera de morir que esa.

Escribiste la novela a toda velocidad, en dos meses, en sesiones de seis horas por día, ¿qué cosa tan urgente querías contar?

Nunca en mi vida he escrito con tanto frenesí. Usualmente mis novelas las escribo en un año o dos años, pero aquí me puse a escribir sin pausa porque ya tenía varios años acumulados de ansiedad con respecto al envejecimiento, la soledad y la muerte. Claro, esto fue acelerado por la pandemia, por el reguero de muertes que hubo, por la soledad de los ancianos, y por la muerte de mi suegro.

Es una cosa de la que hablamos poco.

Yo creo que los ancianos han sido las mayores víctimas de la pandemia, los niños también. Pero la naturaleza nos lleva a cuidar de los niños, a estar al pendiente de ellos. Con los ancianos creo que empieza una constante perversa, en la cual una persona que no es útil, de repente ya no nos genera tanta atención. Yo creo que hay algo de egoísmo metido en esa ecuación moral.

¿Sabías que la tasa de natalidad viene cayendo en el Perú desde 2012? Quizá, sin darnos cuenta, vamos camino a ser una sociedad de viejos.

Definitivamente, mientras la mujer adquiera, con toda razón, independencia de sus objetivos y deseos, obviamente va a dejar de ser una fábrica de niños y se ocupará de todas sus necesidades. Tener un piso para tener hijos cómodamente va a ser más difícil con el paso del tiempo, entonces es natural que poco a poco nos acerquemos a indicadores de países más desarrollados en ese aspecto. Perú siempre ha sido un país de media tabla en indicadores de desarrollo, pero tarde o temprano termina pareciéndose en algunos aspectos a otros países. Y claro, vamos a tener un gran problema con nuestros ancianos.

¿Dirías que el Perú es un país preparado para acompañar en el tramo final a sus ancianos?

No tengo estadísticas como para corroborarlo, yo puedo hablar de la impresión que me da ver que no hay políticas específicas. O sea, si no vivimos en una sociedad de bienestar, pues en una sociedad en donde el bienestar está ausente, los más débiles siempre van a sufrir más, es elemental. Por eso creo que los ancianos la van a llevar peor, o la están llevando peor. Por otro lado, hay un fenómeno asociado a esto y es la informalidad de quienes cuidan a los ancianos. En la novela, la protagonista es Eufrasia, una cuidadora, que, primero, es mujer, porque quise recordar que siempre tendemos a pensar que quien cuida es mujer, es un estereotipo que sigue vigente. En segundo lugar, Eufrasia está en un régimen precario, tan precario como la salud de los ancianos que cuida, con el adicional de que en sociedades como la nuestra, tan conflictuadas con respecto a la relación clase social y raza, hay una enorme familiaridad con estas mujeres que cuidan ancianos, son entre comillas parte de la familia, pero no lo son, no van a heredar. A veces quizá ni siquiera comen en la misma mesa. Entonces, esa ambigüedad es curiosa a la hora de enfrentar temas como este.

En Traducciones Peruanas, este libro que recopila parte de tus columnas, hay un artículo que se llama “Abuelita, ¿cuándo bajas?”, que se trata de la historia de una señora mayor a la que su familia le ofrece trasladarla al primer piso de su casa, lo que le trae mejoras en todo sentido, pero ella se niega a dejar su habitación del segundo piso porque allí están todos sus recuerdos. ¿Piensas que, con el afán de mejorar su condición de vida, pasamos por alto el peso que para los ancianos tienen sus afectos y su memoria?

Quizá pensemos en ellos como posesiones trasladables, es muy complicado eso porque es natural que haya conflicto entre alguien que cada vez más vive de su pasado y una generación nueva que tiene que encargarse de esta persona, sin haber tenido su recorrido vital y con la premura económica que hay. Es muy complicado. En una relación en la cual un hijo no puede tener a su madre o padre en su propio entorno, porque ya no puede mantenerlo bajo su propio techo, yo no podría decir que ese hijo es un villano si decide trasladarlo a una residencia, no podría, cada familia tiene sus propias condiciones y circunstancias. Pero lo que no se puede perdonar es que, esté donde esté, el anciano esté abandonado.

¿Cuál es tu relación con Trujillo?

Es mi patria chica Trujillo, es la ciudad de muchas de mis primeras veces, conocí Trujillo a los 4 años y me fui de allí a los 16. Muchas de las vivencias que he tenido en Trujillo, son parte del magma de memoria al que acudo cada vez que quiero escribir un artículo, relato, ensayo o una novela.

¿Te cholearon alguna vez en Trujillo?

Justo acabo de escribir un artículo para la revista Granta. Me pidieron que de un testimonio de cómo se siente ser peruano en la cotidianidad, ante este clima de protestas que estamos viviendo. Justo empiezo el artículo recordando la primera vez que me sentí choleado a los 14 años.

¿Cómo fue?

Una chiquilla hermosa, rubia, de familia pudiente de Trujillo, se fijó en mí, aparentemente, y alguien de mi colegio le dijo que le parecía increíble que ella se hubiera fijado en un cholo como yo. Fue la primera vez que sentí que alguien me choleaba, y me di cuenta de que en nuestro país hay una infinita escalera por la cual nos ubicamos mutuamente, según cálculos que se hacen a la velocidad de la luz, para tratar de destacar o desplazar a otros, y eso desde pequeños, estoy hablando de chicos de 14 años.

Le dijiste a Jaime Chincha hace unos días que uno de las peores cosas de la crisis actual es que se está normalizando el racismo, ¿qué es lo más duro que has escuchado en estos días?

Lo que más me ha chocado es lo que una amiga me contó, que escuchó en un restaurante, que alguien dijo: “que los fumiguen a todos”, como si se pudiese considerar cucarachas a nuestros compatriotas. Eso es muy fuerte. Es una velada apología al exterminio. O sea, que tengamos corazones que sientan eso es muy peligroso. Yo nunca he estado en una guerra civil, pero cuando leo literatura o novelas que tratan de entender este fenómeno, que tratan de ir al alma de las cosas como decía Flaubert, estas cosas cotidianas aparecen y me preocupan mucho.

Poco antes de la segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo dijiste: “Me siento anestesiado, pero soy un idiota optimista en el fondo. Pienso que en toda crisis aparece cierta oportunidad. Y la oportunidad es que estamos discutiendo cosas que no discutíamos antes”. Quizá tu visión era certera, pero aún no salimos de la discusión, y la hemos transformado en otra cosa, algo más grande y atroz.

Necesitamos una larga conversación y creo que estamos encaminándonos a ella. Cuando tienes un problema con una persona y estás encerrado con esa persona durante 24 o 48 horas o una semana, evidentemente te vas a agarrar a golpes verbales con esa persona, tus sentimientos se van a exacerbar, pero creo que tarde o temprano va a tener que caer el diálogo por su propio peso, porque no se puede más. O te matas, agarras un cuchillo y matas a la otra persona, o terminas cediendo en algunas cosas. Yo creo que estamos en ese largo proceso de diálogo que al inicio es tortuoso, para que después podamos llegar a acuerdos básicos, pero básicos de verdad.

De convivencia, por ejemplo

Yo partiría de una pregunta básica: ¿Queremos vivir en una república, sí o no? Y si queremos vivir en una república: ¿Queremos vivir en democracia? Y entendamos primero qué es democracia. Una vez que estemos de acuerdo en eso, yo creo que ya podemos empezar a discutir cosas que en otros países ya fueron discutidas hace tiempo.

El extremo de ese punto de vista es que primero debemos discutir que no debemos matarnos los unos y los otros.  

Sí, esa es una de las obviedades que estamos olvidando. ¿Cómo hemos llegado a olvidar que el Estado no puede matar civiles? Por más que entre los civiles inocentes haya habido azuzadores salvajes. El Estado jamás puede rebajarse al nivel de los peores salvajes de su sociedad. El Estado no puede hacer eso.

Tú hablas de la visión que debería tener el Estado, que debiera haber hecho lo posible por evitar las muertes, pero también hay un sector de la población que está impasible ante los muertos, que parece anestesiado ante la muerte, ¿por qué hay gente a la que le parece natural que estas otras personas ya no estén?  

Porque nos faltan líderes inspiradores, gente que nos diga: “Un ratito, esto está mal”. Creo que lo peor de la actual Constitución no es el capítulo económico, que puede ser perfectible, ahí no veo ningún problema. El problema es la representación política que tenemos, ya no hay carreras políticas, nadie le rinde cuentas a nadie, la gente confunde votación con democracia. Eso sí hay que refundarlo definitivamente.

¿Por qué lanzaste un podcast en el que contabas las complicaciones de ser padre de tres hijas?

(Sonríe) Hace tres años escribí una novela que se llama Treinta kilómetros a la medianoche, mientras la escribí me daba cuenta de cómo me había cambiado la vida ser padre y lo difícil que había sido entender el crecimiento de mis hijas, de adolescentes hasta adultas, y cuando me llamaron de Podimo, una plataforma internacional que quería lanzar un podcast conmigo, inmediatamente pensé que todas esas reflexiones que no pudieron entrar a la novela, porque le habrían quitado agilidad, podían estar en ese podcast. Son productos complementarios de esa misma preocupación. De hecho, yo escribí la novela a hace tres o cuatro años y el podcast salió al año siguiente.

¿Y sigues pensando que eres un machista en busca de redención?

En constante redención, sí, siempre. Nunca voy a dejar de ser machista en constante redención, porque cada vez el mundo se parece menos al mundo que me crio. Me adaptaré, trataré de comprender, pero siempre va haber algo latiendo en mí que no termina de entender del todo.

¿Es verdad que leer novelas ayuda a no perder la memoria, que hay estudios neurológicos sobre ello?

Lo leí en un artículo del New York Times, donde un experto en esto, en memoria, sobretodo en la vejez, decía que leer no ficción no es tan retador como leer ficción, porque cuando lees ficción tienes que estar muy atento a los personajes, a sus particularidades, para después ir acordándote más adelante. Tienes que recordar nombres, detallitos, y esa era la razón por la cual decía que era un mejor ejercicio leer novelas.

¿Y es cierto que tienes una condición que hace que olvides lo que lees o que olvides las películas que has visto?

Yo olvido mucho, yo jamás podría enseñar literatura.

A pesar de que lees bastante.

Leo bastante, podría compartir el amor por la literatura, pero sería incapaz de enseñarla.

O sea que eres una especie de contradicción a este estudio neurológico.

Bueno imagínate cómo sería si no leyera novelas, (se ríe). Para mí sería imposible enseñar literatura porque las referencias no me salen muy rápidamente, tendría que caminar a la biblioteca o buscar en Google. Pero en una pizarra jamás podría recitar un poema que me ha gustado porque no se me graban, me olvido los nombres de mis personajes de mis propias novelas, a veces no me acuerdo cómo se llaman.

¿De tus propias novelas?

Sí, a veces me olvido, tengo que pensarlo un poquito más, me pasa. Y me pasa que a veces olvido los nombres de la gente que conozco también. Es un tema muy mío. Quizá por eso tengo que inventar muchas cosas, tengo que inventar lo que falta.