Las esperas de Patricia Portocarrero
Esperó para convertirse en actriz. Esperó para ser madre. Esperó para el protagónico en televisión nacional. Patricia Portocarrero y su aguante para alcanzar lo improbable. El 2020 ya le guiña el ojo: se estrenó la segunda temporada de Los Vílchez, creó su productora, presentará su monólogo en el Teatro Municipal, y en un mes aparecerá cantando en Locos de amor 3. Anda en tacos, pero sin frenos.
El gran oficio del actor no es actuar sino esperar.
Espera el actor de cine, cuando debe repetir una escena minúscula solo para que lo graben desde distintos planos. Espera el actor de televisión para grabar unos minutos al día después de haber estado horas de horas buscando qué hacer.
Patricia Portocarrero llegó a las 8 de la mañana a la Casa Souza, un palacete barranquino de principios del siglo pasado, para interpretar a Maldina, una madrastra maliciosa y tripolar en la nueva ficción de Pro TV Producciones (aún de estreno desconocido). Son las cinco de la tarde, y está por filmar su última escena del día. Han sido seis escenas las de este jueves. Seis escenas de poco más de un minuto. Patricia saca su cuenta con los dedos, como una colegiala: “he estado nueve horas para hacer siete minutos”.
En un buen día serían quince o veinte. Pero no más. Es parte de un pacto implícito: impaciente o no, el actor debe aprender a esperar. O en todo caso, a volver vivos los tiempos muertos. Patricia se aferra a su celular, la boya salvavidas de esta era y de la que vendrá. Desde allí activa sus proyectos, suma seguidores en sus redes sociales e intenta ser la mejor madre a distancia.
Suele decir que muchas mujeres la habitan: la fiestera, la relajada, la preocupada, la familiar, la solitaria. Pero si alguna se apodera más horas de su vida es la Patricia mamá. Una piel inarrancable que se intentó poner desde los veintes. Una espera que tardó 19 años. Y por la que agradece todas las noches antes de acostarse.
Patricia Portocarrero se convirtió en madre, en enero de 2013, cinco meses antes de cumplir los 40 años. Guardó reposo recién a los ocho meses y medio, cuando el vestuario de Las Bandalas (la obra musical donde se reencontró con Katia Palma y Saskia Bernaola) dejó de quedarle. “No voy a parar. Si este niño nace es porque viene fuerte”, se dijo a pesar de sus temores y pérdidas.
Y en eso anda, a mil revoluciones, experimentando la gran revolución que supone hacerte cargo de una vida que nace de ti. O a partir de ti. Una condición para la que no nacen todos. Pero que ella siempre persiguió.
El nene que le pintó un cuadro, a rayones, diciéndole que era una mamita muy linda y que nunca la abandonaría cumplirá siete años la semana entrante. Milan se llama, como la ciudad italiana fundada por los celtas.
Todo esto me lo contará después, porque a Patricia Portocarrero aún le queda una escena por filmar. Regresará en cuarenta minutos, alborotada, con una peluca de mechones morados hasta aquí, una especie de cueva que se encuentra justo debajo de la escenografía y al lado de los vestidores.
En siete minutos saldrá con un vestido naranja, lista para hacerle unos retratos en las calles aledañas color pastel. Se recostará sobre los paredes, se cogerá el cabello, levantará las manos como una rockera, se apoyará sobre su pierna derecha, mordiéndose los labios, y mirará el cielo naranja en pose filosófica. Todo sin que el fotógrafo alcance a decirle algo.
La sesión durará un minuto y medio: Patricia entrará a cambiarse de nuevo. Saldrá en cinco minutos con una blusa amarilla, un jean despintado y una vincha. La performance se repetirá, con la exactitud de un cronómetro por segunda y tercera vez. Su último atuendo será una minifalda, aretes de argolla, y el cabello levantado como un plumero.
Se volvió metódica y ordenada después de trabajar durante once años como recepcionista y secretaria de una cementera. Su primera ‘chamba’ antes de estudiar actuación y danza contemporánea. Los oficios que su padre, un abogado estricto y querendón, le prohibió con firmeza.“Mientras yo viva, jamás”, le dijo. Y así fue. Siguió los terapéuticos caminos del arte una vez que su padre falleció.
Ingresó a Pataclaun a los 28 años, edad en la que las Wendys y Quecas ya hacían montajes. De ahí que Katia Palma y Saskia Bernaola, chibolas a inicios del 2000, la fastidiaran de ‘tía’. Junto a ellas estelarizó El santo convento, en el 2006. Y si bien, Sor Rita fue un personaje con cierto suceso, el velo y la bola roja impidieron que provocara en el público ese éxtasis que llaman fama.
Su consolidación arrancó en el 2015 con Ven, baila, quinceañera, una teleserie donde interpretó durante tres temporadas a una viuda picarona y ‘chonguera’ que pone toda su astucia al servicio de sus dos hijos. Tanta simpatía despertó María Elena Vílchez que en el 2019 se estrenó un spin-off, teniéndolos como epicentro ficcional.
El lunes se estrenó la segunda temporada de Los Vílchez. La expectativa se plasmó en las cifras (23,2), liderando el rating.
Al avant premiere asistieron unos invitados ilustres desde Canadá: su familia. Tres de sus cuatro hermanos viven en el extranjero desde hace décadas. De hecho, Ernesto, el mayor, lleva 38 años en Canadá. Dice Patricia que Ernesto se sorprende cuando le piden fotos en la calle o la ve firmando autógrafos. En gran medida, se perdió la vida de su hermanita menor.
Una hermanita que habla del amor con el mismo brillo con el que se refiere a su maternidad. Se quedó embobada de su actual pareja en el reencuentro de exalumnos de su colegio hace dos años. Nunca se había cruzado con él durante sus años escolares. Era, más bien, el padre de una de sus estudiantes de teatro en otra escuela al que no veía hace diez años. Hasta que haciendo cálculos reparó en que él, un administrador tres años mayor, se cambió de colegio justo cuando ella pasaba a primero de secundaria.
Y es desde ese reencuentro, en octubre de 2018, que cuentan el inicio de su noviazgo. En la fiesta de exalumnos de 2019, Patricia apareció con una orquídea blanca en su vestido. “No le gusté a nadie en el colegio. Nunca nadie me cayó. Fui a la fiesta de promoción con el hermano de mi amiga. ¿Qué crees? El hermoso me dio una orquídea. Mi sueño se hizo realidad. Hasta chapamos en el patio (risas)”.
Ad portas de los 47, Patricia Portocarrero se ha propuesto darle check al listado de todos sus pendientes. El 13 de febrero se estrenará Locos de amor 3 y, con ello, una sorpresa: Patricia entonando baladas.
A mitad de año volverá al teatro bajo la dirección de Bruno Ascenzo, y en el último trimestre del 2020 llevará su unipersonal ‘Es lo que hay’ a Arequipa y al Teatro Municipal. “Las mujeres cohabitamos con la muerte durante muchas veces a lo largo de nuestra vida (embarazos fallidos). Eso me pasaba de vueltas, y por eso decidí hablarlo. Qué poderosas somos para reponernos”.
Como frutilla del pastel, ha lanzado su propia productora (Laporto), donde generará contenido digital, como series web.
“La mierda es abono. Después de lo horrible, confía en que algo bueno va a pasar, porque pasa. Créanme: sí pasa”.
Esperó tanto, Patricia Portocarrero, que todo parece haberse alineado. Anda en tacos, pero sin frenos.