César Miró y “Todos vuelven”
Quienes hemos vivido algún tiempo fuera de la patria sabemos de memoria esa canción. Por mi parte, he pasado un poco más de la mitad de mi vida fuera del Perú y, muchas veces, en secreto, he tarareado esos sones.

Escribe: Eduardo González Viaña
Recordar con exactitud los viejos tiempos es la seña más evidente de tener mala memoria y mucha imaginación: eso es lo que pensaba anoche mientras conversaba con mi anciana amiga Marisa.
De pronto, un recuerdo llegó hasta nosotros.
-Todos vuelven -dijo ella.
Luego apareció, implacable, la canción que todos escondemos.
“Todos vuelven a la tierra en que nacieron
al embrujo incomparable de su sol.
Todos vuelven al rincón donde vivieron,
donde acaso floreció más de un amor…”.
Quienes hemos vivido algún tiempo fuera de la patria sabemos de memoria esa canción. Por mi parte, he pasado un poco más de la mitad de mi vida fuera del Perú y, muchas veces, en secreto, he tarareado esos sones.
“Todos vuelven” es, en verdad, la canción del emigrante. La compuso un peruano viajero que, además, escribía novelas y formaba parte de un grupo musical y, como certificado de honestidad y valentía, estuvo una vez preso por razón de sus ideas.
Su autor, César Miró (1907- 1999) nació en Lima. Fue escritor, periodista y compositor, entre sus muchas ocupaciones, pero más que eso, fue un inventor de la nostalgia. Aunque sus familiares usaban su apellido compuesto (Miró Quesada) había preferido obviar el segundo. Según me contó, lo tuvo que hacer en Estados Unidos porque los gringos suelen usar uno solo y lo llamaban “Mister Quesada”.
Muy joven todavía, frecuentó, en la avenida Washington de Lima, la casa y la amistad de José Carlos Mariátegui.
En esa misma época, aquel que habría de ser el mayor historiador de la República, Jorge Basadre, compartió con él por motivos políticos la cárcel en la isla de San Lorenzo. Acusados ambos de urdir un complot contra el presidente Augusto B. Leguía, se les envió severamente escoltados a ese escalofriante penal. Allí pasaría su cumpleaños número 20 antes de ser deportado a Montevideo, De allí saltó a Europa y poco después llegaría a París donde entablaría amistad con César Vallejo.
En otra época, veremos a César Miró en Los Ángeles a punto de incorporarse al mundo de Hollywood con una película llamada Gitanos en Hollywood que abordaba la vida de los latinoamericanos residentes en Estados Unidos. Aquel proyecto no llegó a cuajar porque el empresario se desanimó, pero a César le dio la idea para componer la canción “Todos vuelven”.
Otro intento cinematográfico suyo fue el de filmar una película al lado de José María Arguedas en el puerto de Malabrigo. Esa película también se frustró, pero le dejó una hermosa canción que lleva el nombre de la pequeña bahía cercana a la ciudad de Trujillo.
César escribiría y publicaría una docena de libros, y ya en la plenitud de su vida sería un artista polifacético.
Por mi parte, compartí con él toda una semana en un tren decimonónico que avanzaba desde Moscú hasta Tiflis, la capital de Georgia. Ambos, al igual que los profesores Alberto Escobar, Alberto Tauro del Pino y Mario Herrera Gray, éramos huéspedes de la Sociedad de Escritores de la Unión Soviética. Me encontraba allí porque había sido invitado por el gran poeta Evgueni Evtushenko, pero esa es otra historia.
En el tren, debido a la diferencia de edades (yo apenas llegaba a los 30 y creo que César ya era setentón), se me había encomendado cargar con unas soberbias garrafas de vino obsequiadas por los campesinos georgianos. Tanto nosotros como los guías soviéticos llamábamos a César para que nos cantara “Todos vuelven” y él, con gran bondad y una guitarra georgiana, así lo hacía.
A mis años no tenía una carga apreciable de añoranza, pero tal vez podía inventarla. Creo que esa canción me hizo conocer el color de la nostalgia.
De todas maneras, escuché a mis amigos veteranos hablar del “Rinconcito rojo” que había en la vivienda de José Carlos Mariátegui y recordar las charlas interminables que habían sostenido con el filósofo.
No es un aniversario de su nacimiento ni de su muerte, pero todos los días hay recordatorios de su canción eterna. Además, el aire nos trae en sus manos la flor del pasado y su aroma de ayer. Recordaremos a César Miró porque descubrió para nosotros la voz misteriosa de la nostalgia y la canción que es el santo y seña de los latinoamericanos que viven y sueñan fuera de su patria.