Rafael Chirbes o la sugerencia del estilo: “Mimoun"
Rafael Chirbes es una voz imprescindible de la narrativa hispanoamericana. “Mimoun”, su primera novela, es toda una joyita que encapsula sus demonios literarios. Es un escritor a leer en estos tiempos de creciente y festiva deshumanización.

Mimoun. Ese es el título de esta joyaza de la novela breve en español. Su autor es el valenciano Rafael Chirbes (1949-2015). Mimoun fue publicada por Anagrama en 1988 porque resultó finalista del Premio Herralde de Novela de dicho año. No la hubiera leído a no ser por la tercera edición de su vigésimo aniversario, en la que podemos encontrar, a manera de notas introductorias, un texto de Carmen Martín Gaite y la reproducción de una entrevista al editor Jorge Herralde, quien principalmente habla sobre la necesidad de rescatar esta novela del que es considerado uno de los más sólidos narradores españoles de las últimas décadas.
Manuel, el narrador-protagonista, es un español que quiere escribir un libro, pero a las justas logra sobrepasar la férrea barrera del entusiasmo. Vive en Marruecos, en la ciudad de Fez, en donde trabaja como profesor. Pese a la vida tranquila que lleva, le sigue punzando la ansiedad de escribir un libro, para lo cual toma la decisión de irse a Mimoun (“creyente” en árabe), en donde se supone va a encontrar la tranquilidad y el silencio para echar andar su proyecto literario.
Desde las primeras páginas, Chirbes nos envuelve con un estilo sugerente, contenido, en clara intención por privilegiar una atmósfera sensual y mortuoria, adecuada con la creciente degradación interna de Manuel, quien debido a su insomnio se lanza en las madrugadas a recorrer la ciudad a la caza de aventuras, sin saber después qué es lo que ha estado haciendo.
Personaje interesante, puesto que tranquilamente puede ser la metáfora del escritor que hace vida literaria sin escribir. Pero no está solo, tiene en Francisco, Hassan, Aixa, Rachida y Charpent a sus cómplices tanto en lo amical como en lo sexual. Todos ellos son absorbidos y humillados psicológicamente por el hormonal escritor que no escribe, quien, de a poco, va hartándose del lugar del que estaba seguro empezaría a “vivir hacia adentro” para escribir.
La muerte de Charpent en extrañas circunstancias es el pretexto que Manuel estaba esperando para irse de Mimoun. Solo él piensa que los demás lo ven como sospechoso, porque la policía aún no está segura si fue accidente o asesinato. Se siente culpable por todo el daño ocasionado a los que ha conocido, quiere pedir disculpas, pero el orgullo a mostrarse débil se lo impide.
La prosa de Chirbes para detallarnos la perplejidad de su protagonista alcanza, en no pocas páginas, niveles altamente magistrales, puesto que, como señalé líneas arriba, el estilo es sugerente, alejado de las pirotecnias verbales que en muchas ocasiones matan buenos o interesantes pasajes. En ese estilo sugerente, están cobijados todos los demonios literarios de Chirbes, como los conflictos sexuales, morales, la sensación de culpa y una visión gris de la condición humana, que hemos podido ver en celebradas novelas de largo aliento como Crematorio (2007) y En la orilla (2013), y muy en especial en sus diarios A ratos perdidos.
Como autor de ficción, pese a que sus novelas tenían un argumento, la trama como tal no le interesaba mucho, le importaba más construir capas de sensaciones capaces de despertar distintas lecturas en el lector y en ese aspecto yace su riqueza, su transmisión que nos ponía en bandeja a personajes atribulados por las dudas personales y las de su tiempo.
Hace muchos años lo entrevisté y esto fue lo que dijo de la escritura:
“La escritura es –entre otras cosas- una forma de purificación, de convertir los fantasmas íntimos en algo de uso público, como es la literatura. Conviertes lo de dentro en algo que tiene vida propia –una novela- y te es ajeno. No sé si es una visión muy actual, pero creo que el novelista aprende sus contradicciones a medida que escribe, algo paralelo a lo que ocurre con el psicoanálisis (aunque yo soy bastante poco freudiano). Hay que entender que las contradicciones de dentro siempre están tejidas con las del tiempo en que se vive. No hay alma que flote, que esté fuera de la historia”.
Y sobre la trama:
“A mí lo de la trama no me interesa mucho, creo que lo que cuenta es la sensación de que a medida que lees vas aprendiendo, que el libro te va colocando en un sitio que tú no has pisado antes y que te va iluminando, te va haciendo entender”.
En su texto, Carmen Martín Gaite indica que Chirbes depuró su estilo como narrador por mucho tiempo y esta novela se publicó recién cuando tenía 39 años (es decir, no fue víctima del apuro). A partir de entonces, Chirbes no conoció otro camino que no fuera el del constante reconocimiento.
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