Alfonso Graña en la Amazonía
Personaje. Alfonso Graña es reconocido como rey y gobierna sobre miles de súbditos en un territorio cuya extensión equivale a la mitad de España.
Por: Eduardo González Vlaña
Todo comenzó cuando Alfonso Graña le preguntó a su abuelo:
-¿Qué hago para hacerme rey? -Vete a América. Allá no existen reyes y aquí, en España, están de sobra.
Eran los años 20 del siglo pasado y el diálogo se desarrollaba en Avión, un pueblo de la empobrecida Galicia, donde la mayoría había tenido que marcharse por hambre. Nacido en 1878, tenía 19 años al llegar a Belén de Pará (Brasil), donde lo registraron como analfabeto.
Unos años más tarde, era un hombre rico en Iquitos. Ya era un “cauchero”, pero todavía no se convertía en “rey”.
La historia no es tan veloz.
En busca de una corona
Hará fortuna en Iquitos, pero eso no le basta. Con otro amigo gallego toman un deslizador y se hunden en el horizonte rumbo del Pongo de Manseriche, donde, según les había anunciado un brujo, los estaba esperando el destino.
Una noche, entre los sueños inducidos por la ayahuasca, un “maestro” les anunció que la corona estaba cerca.
Era cierto. El destino los esperaba, pero de manera diferente. En medio de la noche de brujería, ambos habían visto una corona y muchas cabezas. ¿Significaba eso que se convertirían en reyes con miles de súbditos?
El vaticinio era algo confuso pero acertado. Se encontraron con una tribu de huambisas, de la familia de los jíbaros. Como se sabe, estos guerreros son conocidos por su costumbre de reducir la cabeza de sus enemigos y de convertirlas en trofeos.
El amor lo convierte en rey
El amigo fue de inmediato degollado y quizás su cabeza, del tamaño de un puño, adornó en el futuro el collar de un guerrero feroz. Cuando Alfonso iba a correr la misma suerte, una bella joven lo miró. Era la hija del curaca quien solicitó al mismo la libertad del prisionero y, además, que se lo entregara como esposo.
Convertido en real yerno, Alfonso asumirá también las costumbres y el estilo de vida de los jíbaros. El alto y rubio extranjero también usará cerquillo y participará en las tareas de cacería.
Muerto su suegro, Alfonso Graña es reconocido como rey y gobierna sobre miles de súbditos en un territorio cuya extensión equivale a la mitad de España. Asumirá la dignidad de Apu sobre las tribus jíbaras, aguaruna y huambisas en los ríos Nieva y Santiago del Alto Marañón.
Alfonso I hará un gobierno sagaz. Establecerá alianzas con las tribus vecinas y resguardará la unión de las tribus confederadas. Logrará que su gente extienda el comercio hasta la próspera ciudad de Iquitos.
Las relaciones entre aquella autoridad regional y el gobierno peruano nacieron como fruto de una noble acción de los jíbaros. En 1933, un avión de la Fuerza Aérea del Perú se estrelló en la selva. A bordo iba como piloto el oficial Alfredo Rodríguez Ballón.
En una aventura sin precedentes, Alfonso I y los suyos rescatan el cadáver superando los peligrosos rápidos. Luego lo embalsaman, construyen un féretro y lo llevan a Iquitos. La gratitud y reconocimiento de la FAP pronto llegaron hasta el valiente gallego.
En el 2017, un nieto suyo llamado Kefrén Graña era líder de la Federación de Comunidades Wampis de Río Santiago.
Aprendió a leer y escribir en Iquitos y, cuando ya era rey, enseñó a sus vasallos a curtir pieles, a extraer la sal de las lagunas y a fabricar chozas y a preparar sabrosas comidas gallegas con mono y con paiche.
He leído que el monarca gallego se dejaba ver de vez en cuando en Iquitos. Lo acompañaba un séquito de jíbaros, paseaban en un carro descubierto y se devoraban todos los helados de la ciudad.
He escrito varios artículos sobre Alfonso Graña, rey de los jíbaros. Por esta razón varias personas me han escrito aseverando que descienden de él, lo cual no pongo en duda ni certifico. pero debo aclarar que mi único interés es periodístico.
Un día, según me contó el anciano jíbaro Pepejó, Alfonso I se metió en el cuerpo de un ave y se fue volando de regreso a la tierra donde naciera. A todos nos llega la hora.
*Escritor. Autor del libro El poder de la ilusión, sus memorias.