Cultural

Celebremos a Julio Ramón Ribeyro

El pasado miércoles 4/12 se cumplió un año más de la partida de quien es el mayor cuentista peruano. Sirva esta fecha para recordar/valorar otra de sus facetas: la no ficción, registro en donde también destacó.

Julio Ramón Ribeyro.
Julio Ramón Ribeyro.

Este miércoles 4 de diciembre, se cumplió 30 años de la muerte de Julio Ramón Ribeyro. Las muestras de admiración y, muy en especial, de cariño, no se hicieron esperar en medios tradiciones y redes sociales. En realidad, no sorprende y alegra que sea así. La figura de Ribeyro es la que más ha crecido a nivel de referencialidad en el imaginario literario e hispanoamericano. Su obra de ficción, pensemos en los cuentos, con personajes grises y a la caza del asombro cotidiano, tranquilamente pueden calzar con sensibilidades actuales. Leídos sin el lazo de pertenencia, lo que narra Ribeyro bien puede ocurrir en Lima, como en Santiago, Buenos Aires y Bogotá, a saber.

A la celebración de su ficción, que adquirió una dimensión superior con el cuentario Invitación al viaje y otros cuentos, pese a ser muy irregular –aunque hay voces que defienden su sentido orgánico; son voces autorizadas, sin duda, pero a la vez conforman una minoría- y a la leyenda editorial que no cuaja por inverosímil, hay que sumar otros registros que cultivó y que de a pocos vienen ejerciendo un magisterio en creadores y escritores en actividad.

Algo muy positivo está pasando con Ribeyro. Una muestra de su radiación, la vimos con el señalado cuentario durante la última FIL de Lima. Bastó un stand temático sobre el cuento homónimo de la publicación para que el público (miles de personas) sintonizara con su Ribeyro personal. Así son los clásicos, generan un apego particular no necesariamente ligado a su valoración oficial. Ese stand temático debe ser vitalicio, no solo por el autor que lo inspira, sino también para que levante las ediciones de la FIL si es que andan a media caña.

¿Pero qué hay del Ribeyro, digamos de una manera, de no ficción? En ese terreno, nuestro autor tampoco fue menos. Incluso podría animarme a indicar que el tiempo de este Ribeyro es ahora. En el espectro de la escritura literaria del siglo XXI, particularmente la que se escribe en castellano, no pocos de los caminos formales anunciados como novedad ya habían sido abordados por el autor del cuento “Solo para fumadores”.

Hablamos de un despliegue que no solo se queda en la elasticidad formal, sino que esta dinámica se ajusta a una sensibilidad a la caza de nuevas maneras de escribir. En su registro de no ficción, hallamos con claridad su conflicto, del que sacó todo el provecho posible: Ribeyro asociaba su escritura a su estado de ánimo y prueba de ello es su famoso diario La Tentación del fracaso, en cuyas páginas nos encontramos, en más de un tramo, a un escritor para quien escribir le resulta una empresa más que complicada.

La tentación del fracaso nos ofrece luces de las luchas internas de Julio Ramón Ribeyro. En más de una ocasión nos preguntamos cómo fue que con tanto pesar, impotencia creativa y aplastante aburrimiento pudiera elaborar una obra generosa en títulos. Quizá una posible respuesta se encuentre en una especie de ocio deliberado, un dejarse llevar, aceptando que en la compilación lenta era factible empezar a armar un proyecto narrativo.

Y así fue.

Ribeyro no solo es el más grande cuentista peruano, su nombre también debería figurar entre los máximos referentes de la tradición del dietario, y, como bien sabemos, en novela, teatro, aforismos y demás registros no lo hizo nada mal.

Algunos títulos suyos están siendo reeditados, pero de estos ninguno supera el grado de La caza sutil, publicado por Milla Batres en 1975, y del que por décadas teníamos conocimiento del mismo por fotocopias y de lo que nos hablaban algunos profesores y amigos en los bares. Tuve la oportunidad de tener en manos esa edición, cuya portada de fondo verde y una desgastada máquina de escribir en el centro eran el aviso de lo que sus páginas nos depararían: un Ribeyro distinto pero firme en su compromiso con la literatura como tal: escribía de los autores que le gustaban y miraba con espíritu crítico a todas las tendencias literarias.

En más de un tramo de su monumental diario, el autor confiesa que, en lugar de escribir cuentos, prefiere leer todo lo que pueda; de alguna u otra forma, sabía que la cita con la loca de la casa (la inspiración/la imaginación, como indicó Santa Teresa de Jesús) tendría que darse tarde o temprano. De esta manera, Ribeyro, esperando esa cita, empezó a escribir artículos y ensayos, desde la única óptica que creía conveniente: privilegiando su mirada de escritor.

Los textos fueron publicados en periódicos y revistas, los cuales nos revelaban su lado intelectual y sensibilidad de lector. Pero no hay que caer en un posible prejuicio, si bien es cierto que muchos de estos escritos estaban signados por un evidente alejamiento de la jerigonza académica, Ribeyro conocía la teoría de la que, en su tiempo, se escribía y publicaba.

Si la memoria no me falla, este auge por el Ribeyro de no ficción ya se venía trabajando editorialmente desde mediados de los años 2000. Tengo presente la publicación de Prosas apátridas del 2007 y la última del 2019 con prólogo de Fernando León de Aranoa. Del mismo modo, la esperada edición de La tentación del fracaso, la del 2015 con textos de Ramón Chao y Santiago Gamboa y la del 2019 con presentación de Enrique Vila-Matas. Eran títulos que desde los años 70 y 90, respectivamente, se movían en el espectro del rumor, de la leyenda. Ese regreso llegó a cuenta de Seix Barral.

¿Pero cómo así se impone este Ribeyro no ficción? ¿Por qué estos títulos llegaron a gustar a los lectores y motivar a cientos de lectoescritores en el ámbito hispanoamericano? Cálculos de lado. Para quien escribe, el Ribeyro no ficción firma su historia en el presente siglo en el año 2012, cuando se rescata uno de sus títulos más escondidos y que requería una legitimidad editorial.

Así es, como ya lo consignamos: La caza sutil.

En lo personal, me consta la calidad y el cuidado de las ediciones de la universidad chilena Diego Portales. Su catálogo es, por decir lo menos, excepcional. La edición de La caza sutil estuvo a cargo del narrador y periodista chileno Diego Zúñiga, quien llevó a cabo un monumental trabajo de investigación y recopilación, ya que no solo se conformó con el material de la primera edición, sino que adicionó otros (una docena más, en realidad), en testimonio de una franca labor detectivesca. 200 páginas bien puestas. Dos lustros después, Alfaguara publicó también este libro de ensayos y le sumó 200 páginas más.

En el prólogo “A la orilla del mundo”, Zúñiga nos brinda un adictivo acercamiento a la figura de este escritor esquivo y “fumador ejemplar”, quien, en más de un instante de ofuscación emocional, barajó la idea de dedicarse a la crítica literaria, motivado por el desánimo que le suponía que su obra ni siquiera diera visos de ser reconocida, sumado, como suele ocurrir, a la depresión causada por la pérdida de una mujer que amó demasiado. Así de intenso era Ribeyro: la escritura iba al compás de su estado emocional. Sus diarios son la mejor prueba de esa dependencia.

Este libro, leído entre líneas, nos pone en bandeja al desapercibido ensayista que escribía de lo que le gustaba y de lo que no, de lo que le parecía sobrevalorado, ejerciendo una sensibilidad para la lectura que lo mantenía leal a sus convicciones. Aquí Ribeyro deja constancia de su voracidad lectora.

Zúñiga se pregunta por el aporte de La caza sutil y otros textos a la obra de Ribeyro. Su respuesta es contundente.

La cito:

“En estos treinta y tres ensayos encontramos su inteligencia, su intuición, su humor, su manejo perfecto para relatar una historia en tan solo un par de páginas, y también sus dudas acerca de lo que mejor sabía hacer: escribir, escribir, escribir”.