¿Hacia dónde va la Casa de la Literatura Peruana?
Legitimidad. Este 2024, la Casa de la Literatura Peruana cumple 15 años. ¿En qué factor yace su evidente referencialidad?
Uno de los espacios culturales emblemáticos del circuito cultural peruano es, sin duda alguna, la Casa de la Literatura Peruana (Caslit). Ubicada en pleno centro histórico de Lima, en la que fue la estación de Desamparados, su existencia y su consolidación son una muestra de lo que se puede hacer mediante la cultura. Pero hay que hacer memoria, el presente de la Caslit no obedece a la generación espontánea: cuando fue fundada en el año 2009, no pocos —entre diletantes, especialistas y gestores culturales— vaticinaban un futuro gris a cuenta de que se usaría ese lugar para el proselitismo político de turno (no olvidemos que la institución nació durante el segundo gobierno de Alan García, específicamente en el tramo donde más se cuestionaba su gestión). Felizmente, el tiempo y los hechos demostraron todo lo contrario.
Entonces, habría que preguntarse por las bases que sostienen la referencialidad/legitimidad de la Caslit, con mayor razón ahora que tiene un nuevo director, el escritor Juan Yangali (de acuerdo a la biodata, un par: cuenta con más de 20 años de experiencia en el sector educativo y cultural, y desde el 2021 es presidente fundador de la Asociación Civil Cultura Solidaria, “la cual tiene como objetivo la ejecución de intervenciones culturales en zonas vulnerables del país y que ha implementado a la fecha más de 20 espacios de arte y lectura en comunidades rurales del Perú”). Además, Yangali se desempeñó, durante varios años, como corrector en La República.
En la línea del entrecomillado, destaquemos una de las actividades que bajo su gestión (iniciada en mayo pasado) la Caslit está llevando a cabo: el programa ‘Viajeros literario ¡el mundo es un libro!’. A la fecha, con este programa, la Caslit ha recibido a “más de 500 personas de comunidades como Villasol de Jicamarca, El Paraíso de Villa María del Triunfo, Flor de Amancaes, Barrios Altos, Cantagallo, Pamplona Alta, entre otras, y continuará hasta fin de año”.
Toda iniciativa que apueste por la difusión de la lectura debe ser apoyada. Es más: la no lectura hay que combatirla como si tratara del peor de los males. En este orden de cosas, saludamos esta dinámica. Pero también es cierto que bajo las mismas, y a las pruebas (evidencias) nos remitiremos, no se construye una referencialidad institucional con impacto directo en la sociedad. La inquietud es válida porque una de las características de la política cultural (por llamar de alguna manera a la propaganda) de la gestión presidencial de Dina Boluarte es precisamente tirarse abajo todo modelo de gestión cultural previo a su llegada (los extraños cambios, acicateados por el populismo, en el Mincul y el Minedu desde que asumió el poder, son palmarios).
En sus 15 años, la Caslit ha pasado por contextos que ponían en peligro su continuidad (la agitación política, la pandemia, el acceso al centro, la ignorancia de quienes la querían convertir en el hogar de la PCM, et al.) y los ha superado gracias a un modelo de gestión cultural con líneas de trabajo definidas y metodologías contemporáneas, no con actividades desarticuladas.
De Yangali depende quedar en la historia de la Caslit. O en el buen recuerdo. Que no es poco.