Juan Casamayor: “No conozco a ningún autor que esté seguro de lo que ha escrito”
El editor español de Páginas de espuma, invitado a la FIL Lima 2022, ha convertido su sello editorial en un referente del cuento en español. En su catálago, hasta ahora, incluye a dos autores peruanos.
Es hijo y nieto de médicos, y pudo ser uno más de ellos, pero su gusto por la lectura de cuentos nunca tuvo cura. Por eso Juan Casamayor (Madrid, 1968) se echó encima la tarea de crear una editorial independiente exclusiva de cuentos, como es Páginas de espuma. Filólogo de profesión, doctorado en Literatura, creó la editorial en 1999 y empezó a editar a cuentistas españoles y después, como quien obedece a un llamado natural, miró hacia Latinoamérica y comenzó a publicar a autores de nuestro continente. En esta lista están, entre otros, Guadalupe Nethel y Antonio Ortuño (México), Edmundo Paz Soldán y Liliana Colanzi (Bolivia), Samanta Schweblin y Andrés Neuman (Argentina), María Fernanda Ampuero (Ecuador). También los peruanos Fernando Iwasaki y Katya Adaui.
Casamayor ha demostrado que con una editorial independiente se puede alcanzar también grandes metas, como haber convertido a Páginas de espuma en un referente del cuento en español. Asimismo, creado un premio internacional para el cuento, el Premio Ribera del Duero. Otro logro suyo es publicar cuentos completos de autores clásicos como Allan Poe, Henry James, Bram Stoker, Fernando Pessoa, Guy de Maupassant y Antón Chejov, de quien ha editado cuatro tomos que incluye cuentos inéditos.
—La novela es el género engreído de la industria editorial, cómo hallas un nicho para el cuento. ¿Es olfato, asesoría?
—Voy quedar bastante mal con la respuesta, pero ante todo un editor es un lector. Y yo soy un lector muy reincidente de cuentos. Yo leo, por supuesto, otros géneros, pero el cuento es el género donde yo, como lector, me hallo más cómodo. No acabo de entender cómo no había una editorial de cuentos si existían editoriales de poesía y de teatro, que son más difíciles sacar adelante. No entendía eso.
—¿Las condiciones para lanzar una editorial de cuentos estaban dadas?
—Esa era la paradoja. Era el momento creativo de cuentos en distintos países y no había una editorial. En España, en los 90, confluía una generación de escritores que tenían una convicción muy grande y decían que podían ser poetas, novelistas, pero no iban a renunciar a su faceta de cuentista, que iban a publicar sus libros de cuentos e iban a defenderlos. Esos escritores eran Mercedes Abad, Eloy Tizón, Hipólito Navarro, entre otros. Son escritores que forjaron un cuento distinto, con otras sensibilidades y es allí donde se empieza a nutrir Páginas de espuma. Con esa generación española y con los nietos del boom, como Paz Soldán, Jorge Volpi, son los autores que han atestiguado una buena salud del cuento. Entonces, faltaba conectar esa buena salud del cuento en los 90 con una decisión editorial sólida para canalizar eso. Los lectores estaban allí y yo estaba atentos a eso.
—El boom fue de la novela. Un autor como Ribeyro, a pesar que publicó sus cuentos, no tuvo el relumbrón que debía...
—Es verdad, no tuvo el relumbrón que debía tener. Quizás porque perdió algún tren, no el literario, porque esas cosas pasan. O sea, no estuvo en Barcelona, no tuvo agencias, pero desde la segunda mitad del siglo XX, yo me atrevo a decir, si algún autor se seguirá leyendo, ese será Ribeyro. Ribeyro es un autor eterno, de secta. Es como Marcel Schwob, el escritor francés que creó toda una nueva biografía imaginada para escribir literatura. En él se fijó el grupo Sur, Borges , Victoria Ocampo, Casares. También Bolaño y Vilas -Mata. Yo creo que Ribeyro pertenece a esa categoría de autores eternos que pese a que no tuvo ese relumbrón en el boom, como le pasó también a otros escritores. Pero me pregunto, ¿el boom realmente qué fue, a quién alumbró y a quién no. ¿Cuántas escritoras hay en el boom?, ¿es que no se escribía?, ¿no habían o no hubo intención de que ellas estuvieran incluidas?
—Ese cuestionamiento al boom es casi reciente, ¿no?
—Y es que no se trata de quitarle el canon de lectura al boom. No, son absolutos, son maestros, pero el canon hay que abrirlo. Hay otras opciones de lectura, que pueden ser Ribeyro, de Perú; Marbel Moreno, de Colombia; Armonía Somers, de Uruguay o María Eugenia Estensoro, de Bolivia. Hubo otras opciones.
—¿Qué te hizo mirar a Latinoamérica? Has publicado autores de Ecuador, Bolivia, México, Perú, Argentina.
—Latinoamérica es una cantera 19 veces más grande que España. Son 19 países. Es absurdo, por no decir idiota, comparar España con Latinoamérica. Es como comparar Perú con Europa, en donde la diversidad también es enorme. Cuando yo empecé, el 1999, tenía una herencia lectora muy latinoamericana. Mi sensibilidad lectora tenía un mapa literario que incluía distintas literaturas latinoamericanas. Si bien yo era muy jovencito como editor, cómo no iba a estar atento a eso cuando me llegaban manuscritos del joven Fernando Iwasaki, del joven Andrés Neuman, autores indispensables para entender ahora Páginas de espuma. Y desde entonces ha habido un ejercicio de continuidad de lectura, de edición y si me voy por el lado fenicio, hemos consolidado una presencia en todo el continente.
escritores
—En tu catálogo está Iwasaki y Adaui, ¿vienen más?
—Por ahora, no. La última vez que vine a la FIL de Lima, antes de esta feria, pregunté a quién tengo que leer y todo el mundo me dijo a Katya Adaui. Ahora, cuatro años después, Katya está en el catálogo. Así es, yo hago esa pregunta, me dicen nombres y yo voy comprando sus libros. Lo que me pasó con Katya es que muchos libreros, periodistas, me dijeron tienes que leerla. Y como pasé un verano aquí, una semana de descanso en Piura, me leí toda la obra de ella y me quedé enamorado de su obra. Me dije: “ojalá un día coincidamos en esa maravilla que es la edición de un libro, entre quien lo escribe y quien lo edita. Y así sucedió.
—¿Y el caso de Iwasaki?
—Cuando Fernando me llevó Ajuar funerario aún no publicaba en Alfaguara ni nada. O sea, fue una apuesta a un autor que arrancaba en el 2004, porque yo, para publicarle ese año, habría leído su manuscrito el 2002. La editorial era muy jovencita. Iwasaki aún no era el autor que es ahora.
—Se suele decir que el cuento es el trampolín para para ir hacia la novela, ¿con tu editorial ya no hay que pensar así?
—Es que es absolutamente ridículo. Es como si habláramos, de la misma forma, que la novela es un trampolín para el cuento. Son géneros distintos y hermanados.
—Te pregunto porque para la industria editorial el éxito del escritor está, sobre todo, en ser novelista.
—Mira, lo que sí tengo claro es que desde un punto de vista estrictamente comercial, no niego que la novela hoy en día es un género que tiene más repercusión mediática y comercial porque así también lo quiere la industria del libro. Lo que habría que valorar es que la industria del libro es, como se dice en España, la pescadilla, que es un pez que se muerde la cola. O sea, si yo no empujo al cuento, el cuento no vende y si el cuento no vende, es que yo no empujé. Y entramos a un círculo vicioso. Lo que ha demostrado Páginas de espuma es que si el género se empuja, sí hay lectores. En el aspecto literario, artístico, es totalmente falso que un género se lleve al otro.
—Como editor, naciste independiente. ¿Sigues siendo independiente?
—Sigo siendo, absolutamente, independiente.
—¿Vas en camino a ser una transnacional?
—No, para nada. Además, tenemos un problema de base, que es lo que define a un editor independiente. Un editor independientes es el que hace, como dice Jorge Herralde, de un gusto personal una aventura rentable.
—¿Como editor, te has encontrado con autores intocables?
—Mi experiencia es totalmente contraria. El escritor no solo es el que escribe sino tmbién el que asume que su obra debe ser corregida. Si eso quiere es que está deseando ser leído. No conozco a ningún autor que esté seguro de lo que ha escrito. Siempre están lleno de dudas.