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Cultural

Fernando Iwasaki: “Miro a los héroes desde la cercanía más humana posible”

El escritor peruano acaba de publicar Brevetes de historia universal del Perú, un libro que echa una mirada a nuestros héroes, los épicos y cotidianos, en su experiencia de seres de carne y hueso.

Iwasaki no traza ni bocetea biografías, sino echa una mirada al personaje histórico. Foto: composición LR
Iwasaki no traza ni bocetea biografías, sino echa una mirada al personaje histórico. Foto: composición LR

Asegura que este libro, Brevetes de historia universal del Perú (Alfaguara), pudo llamarse retrato, viñeta, perfil, pero prefirió tomarse una licencia y emplea el peruanismo “brevetes”,que no lo ha escuchado en otro país de habla hispana. Fernando Iwasaki, conectado desde Sevilla, vía Zoom, comenta las razones y las intenciones de su nuevo libro que presenta una galería de personajes de la historia peruana, por eso mismo, un libro para lectores peruanos.

Iwasaki no traza ni bocetea biografías, sino echa una mirada al personaje histórico, como él dice, “en su dimensión más próxima a la humanidad”. Así, a lo largo del libro, aparecen hombres y mujeres, algunos de vidas visibles, otros casi secretos, pero todos vistos en el espesor de su existencia, tocados con una prosa creativa.

“Sí, en efecto, es retrato, es perfil, acuarela, pero no un microrrelato”, explica el escritor para no confundir la historia de sus textos con la ficción.

Entre los epígrafes del libro, está el de Basadre, que define, de alguna manera, la naturaleza de tus textos. Dice que hay personajes de la historia sobre los que no hay “la necesidad de inventar y exagerar”.

Estoy de acuerdo, por eso elegí esa frase de Basadre, porque me parecía que describía muy bien el contenido del libro y, al mismo tiempo, me hacía ilusión poner a Basadre a dialogar con Stefan Zweig, Watanabe y Borges. Un poco la idea del libro era encontrar un territorio en que la historia sea un género literario.

Por la forma en que están escritos...

En el epílogo de este libro intento explicar qué entiendo en escribir historia como un género literario y eso forma parte del propósito de este libro. No quería que fuese un libro académico, convencional, con su bibliografía a pie de página, sino que fuera un libro en que su vista sobre figuras, algunos casos sobresalientes y en otros un poco secretas, fueran las miradas del padre, de la pareja, la mirada del hijo, del amigo. Verlos desde la cercanía más humana posible.

Eres también historiador. Te sirve como un radar para localizar personajes...

Sin duda. Lo que ocurre es que algunas de estas figuras yo las conozco desde niño, desde el colegio y desde mis estudios en la U. la Católica. Y luego, cuando tú, aparte de escribir historia, escribes literatura, efectivamente, tienes una especie de radar que te va diciendo cada cosa que lees si esto sirve para un texto académico o si esto sirve más bien para un texto literario. Pero a veces se te cruzan los cables y encuentras ese territorio común, que era lo que a mí me interesaba en este caso.

Me preguntaba si en alguna forma tus textos, en tanto toman personajes históricos, son una suerte de remix a las tradiciones de Ricardo Palma. Palma quiso ser historiador.

Creo que es algo legítimo de pensarlo así, pero lo que ocurre es que a mí me parece que muchas veces en la tradición lo que se buscaba era la anécdota y con ella lo que se perseguía era una sonrisa o, por lo menos, una complicidad. En el caso de este libro, yo diría que en la tradición literaria del Perú, El avaro de Luis Loayza, por ejemplo, o los textos pequeños que Loayza le dedica al Inca Garcilaso, serían los más próximos a este libro.

Intentas otra mirada...

Mira, hay dos personajes a quienes les dedico algunas líneas y hago referencias a lo que dijo Palma de ellos. Pienso, por ejemplo, en Rosa Campusano. Palma la presenta demasiado ligera, como si hubiera sido una mujer fácil, una especie de casquivana que engatusó a San Martín. Al contrario, a mí me parece que Campusano fue una mujer que, en primer lugar, era muy libre, ella decidió tener la vida que llevó de una manera soberana y autónoma con los prejuicios que siempre han existido, pues a una mujer que toma estas decisiones siempre se la ha visto con desconsideración. Ella fue libre, valiente, resuelta, apoyó la causa de la independencia y empeñó su patrimonio para conseguir fondos. Recibe la Orden del Sol y resulta que la República la castiga con los peores prejuicios coloniales, incluso la despojan de la Orden del Sol y ella muere en la absoluta pobreza.

¿El otro personaje?

Otro caso es de Manuela Madroño, que era un jovencita a quien Bolívar se la lleva desde Huaylas para que lo acompañe en su gesta, como una especie de concubina. Manuelita Sáenz le escribe a Bolívar y le dice “usted está con esa pervertida”. Esa pervertida tenía 17 años, una niña que se la llevó y, por supuesto, nadie tuvo la fuerza para decirle al libertador que no haga eso. Cuando Palma escribió una tradición sobre ella, cuando ya era anciana, pues también la presenta como alguien que se ríe recordando su vida con Bolívar, con el ejército, como si hubiera una especie de gracia en aquello. Creo que allí está un poco la línea divisoria entre lo que son las tradiciones y lo que para mí son estos textos. A mí no me interesa buscar la sonrisa. Busco que el lector se conmueva con estas historias.

Manuela López, la esposa de Chambi y, un poco más atrás, a Juana de Dios Manrique de Luna, la mujer que entrega las cartas a José Olaya. No están en la lupa del historiador.

Bueno, probablemente, en primer lugar, por haber sido mujeres. Si hubieran sido hombres, tal vez se les habría contemplado de otra manera. No tenemos ninguna duda del talento de Martín Chambi, a mí lo que me interesaba en este libro era rendirle un homenaje a su mujer de la que, efectivamente, nadie habla. Todo el mundo habla de los norteamericanos, que “descubrieron” la obra de Chambi, de los hijos, que, menos mal, son grandes albaceas. Pero Chambi también tenía una señora que lo esperaba en sus largas jornadas de ausencias. Allí había una empresa familiar, que era un estudio de fotografía que tenía que seguir trabajando para mantener una familia. Había moles de placas de cristales y lo que significa conservarlas. Allí tenía que haber alguien con el celo y primor suficiente para decir esto se guarda. Esa era la mujer de Chambi.

Siempre nos contaron de José Olaya, pero no de Juana de Dios Manrique de Luna, quien le entregaba las cartas.

Sí, alguien dio la voz de alarma que aún vivía la señora que entregaba los mensajes de Olaya. Hubo un deseo de parte del gobierno de tener una conversación con ella, de decirle por qué no habló antes. Claro, aquí viene algo muy humano. A ella la llevaron ante Olaya torturado y le preguntaban “¿usted lo conoce?”. Y lo vio hecho un despojo humano y ella tuvo que hacer de tripas corazón y decir “yo no lo conozco”. Ella sabía que con esa declaración lo estaba condenando a muerte y sabía que Olaya era padre de familia, que tenía una mujer. Es decir, allí hay un drama humano. Ella no podía, proclamada la independencia, salir y decir “yo estuve con Olaya” porque eso era llamar la atención con algo que en el fondo era su drama.

Otro caso es el campesino de Cerro de Pasco a quien el general realista Carratalá le roba su yegua. El cerreño los sigue a pie por los Andes hasta alcanzarlo en Huancavelica y, ante los ojos de cuatro mil soldados, le roba su caballo. En su fuga, extermina a sus perseguidores. Es otro héroe sin nombre.

Ese dato está en las memorias del general Miller, que lo cuenta con asombro porque era un gran aficionado a los caballos. En sus memorias, recuerda a este gran jinete peruano y no hay manera de saber el nombre. A mí me parece que es un personaje como para dedicarle una película, porque, fíjate, le roban la yegua en Cerro de Pasco y él, en represalia, le roba el caballo nada menos que al jefe del estado mayor del ejército español ante la perplejidad de cuatro mil soldados. Salen a perseguirlo, no atinan con los disparos y con los últimos que lo persiguen, él, en vez de ir por el puente, atraviesa el río Mantaro donde mueren ahogados sus seguidores. A mí me parece una hazaña brutal. Es como para pensar quién es el patrono de la caballería peruana para poner a este hombre a su lado. Era un jinete extraordinario.

Pero hay héroes culturales también.

Claro, como Jorge Basadre, que si bien lo recordamos por sus libros de historia, también fue quien reconstruyó la Biblioteca Nacional después del incendio. Y por supuesto Emilio Choy, que no solo invitaba siempre a los jóvenes estudiantes de arqueología al barrio chino a comer, sino que él financiaba investigaciones arqueológicas, incluso compró un yacimiento arqueológico en Cajamarca para que los chicos de San Marcos pudieran excavar allí...

-¿Y es verdad que nunca enseñó en San Marcos. La universidad le publicó su libro Arqueología e historia...

Nunca fue profesor, porque decían que no tenía título y porque no tenía título no podía enseñar.

En ese sentido, tu libro ofrece una galería de personajes que han sido ninguneados, como son los artistas, el escultor ayacuchano Gaspar Ricardo Suárez, becado por Castilla y José Gil, el pintor retratista de San Martín, Bolívar y otros héroes de la independencia.

En el caso de Gaspar Ricardo Suárez, su obra está a la vista en París. Cuando uno va a la Ópera Garnier de París, en la fachada, allí está la obra escultórica de este hombre. Sin embargo, en el Perú, usted, nada, lo pusieron de bedel, portero. Fue Palma el que se enteró de que había estado en Europa, que tenía una formación artística y se lo llevó a restaurar cuadros, pero él quería hacer escultura. Presentaba sus maquetas para los concursos de Bolognesi y otros héroes peruanos y él veía que estás esculturas siempre se las daban a los artistas extranjeros. Y cuando se presentó a una beca, lo más triste es que le dicen es “usted después de haber estado en Europa, encima quiere seguir ganando premios”. O sea, es el colmo del ninguneo. En el caso de José Gil, cuando llegaron los artistas europeos, fue dejado de lado. También ninguneado.

Una parte gruesa del libro es la visión que ofreces sobre las mujeres, muchas de ellas maltratadas, abusadas, vejadas, en su vida personal, algunas veces por sus propias parejas. Esa frase de Micaela Bastidas “yo ya no tengo paciencia”, que hemos tomado como una expresión contra con el abuso español es, en realidad, contra Túpac Amaru...

Sí, no sabemos qué hizo José Gabriel en Yauli, pero sí sabemos que la hirió profundamente, porque esos reproches es de esposa herida. Entonces, otra vez viene lo que yo llamo la mirada del escritor. Son vencidos, son capturados y condenados a muerte, lo humano es, es, en ese momento, pensar “y voy a morir, pero sin perdonar a mi marido”. No, en ese momento, tiene ese gesto que, además, yo lo considero muchas veces intrínseco de tantas mujeres que, con una mirada, te dan a entender “yo te perdono”. Y luego ella va a morir, porque sabemos que murió, prácticamente a patadas, en el cadalso. Para que José Gabriel luche, se enfrente a los caballos, al ejército español, yo pienso que ella lo perdonó. Esa es la la fuerza que ella le dio.

-En el caso de Aurora Cáceres, su esposo, el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, le dice, que si quiere tener una libertad completa, por ahora eso no es posible, “por una cuestión meramente material”.

Lo que le dice Gómez Carrillo es una cosa inmunda, pero sin embargo es posible que todavía existan hombres así, por lo tanto, yo siento que este brevete hasta cumple la función de poner en evidencia un comportamiento absolutamente negativo. Y este libro de algún modo sirva a los jóvenes y se den cuenta de que esto es una cosa que no se puede hacer de ninguna manera. La verdad, es que sí, en el libro hay muchas mujeres por las que me preocupé buscarlas y documentarme sobre ellas, porque, probablemente, a lo largo de la historia, hemos privilegiado muchísimo el protagonismo de los hombres. Y creo que era importante romper una lanza por estas figuras, como esa mujer que trabajaba para la esposa de Andrés Avelino Cáceres, que se ponía los fusiles bajos sus ropas y llevaba municiones entre las frutas y verduras y que un día no volvió más, porque, seguro, el ejército de ocupación la capturó, quizás la torturaron, sin duda la ejecutaron. Y solo sabemos que se llamaba Gregoria, porque la esposa de Cáceres nos deja sus nombre en sus memorias.

En la historia reciente, cuando describes a Luchas Reyes, expones cómo, a través de sus canciones, ella recrea su biografía de mujer maltratada y que, en varios sentidos, es la biografía de muchas mujeres de nuestro país.

Yo muchas veces pensaba que era una mujer tan querida, se escuchaba sus canciones, se cantaba, y de pronto haces la conexión. Ella representaba, cantaba, la vida tal como era de muchísimas mujeres que habían sido víctimas de abuso, de atropello, madres solteras. Lucha Reyes muere muy joven. Es decir, todo esto es algo que sale de una manera brutal en el libro. Yo no me lo había propuesto así. Lo que pasa es que a medida que iba escribiendo las historias y me documentaba sobre los personajes, veía cómo tenían en común esa juventud malograda, terriblemente frustrada. Por eso, en el prólogo digo que siempre he tenido presente que algunos de los más grandes escritores peruanos murieron muy jóvenes. Javier Heraud a los 21, Melgar a los 24. A los 31, Valdelomar y Oquendo de Amat. A los 35 años muere Mariátegui, es la edad de mi hija. Sebastián Salazar Bondy muere los 40, igual que Tito Flores Galindo. Vallejo a los 46 y yo fecho aquel prólogo el día que cumplo 58 años, que era la edad que tenía Arguedas cuando se suicidó. Yo sé que no he escrito nada comparable a los que han dejado estos peruanos. Creo que la conciencia de eso, como digo en ese texto, me lleva a pensar en la figura de Príamo, que va a rendirle un homenaje al matador de su hijo para que este le devuelva el cadáver de su hijo, y entonces por eso es una historia universal del Perú, porque para mí este libro es como el discurso de Pericles, que está en la guerra del Peloponeso, donde nos reunimos para saber por qué merecía la pena haber muerto por Atenas, por qué merecía la pena de haber muerto por un país como el nuestro.

Como das entender en el prólogo, hubo escritores que se inmolaron por el Perú, por el país que valió la pena vivir, un brevete tuyo habla del montonero Cayetano Quirós, quien, a cambio de una beca para su hijo, participa en la guerra de la independencia, donde muere fusilado por los realistas. Para él valió la pena morir.

Era un personaje perseguido por la justicia, que reconoció haber robado, violado, asesinado, pero también decía yo tengo cien fusileros y nosotros podemos retrasar el avance del ejército realista. “Si usted quiere, general, le decía a San Martín, nosotros podemos cumplir esa función”. Había gente que no quería eso, pero él tenía en mente la beca que había pedido para su hijo. A mí me parece que en ese momento él era un esclavo, un delincuente, pero a su hijo le podía dejar otra cosa: un país libre.

Nació en Acarí, Arequipa. Estudió Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Egresado y bachiller en Literatura. Ha publicado artículos y reportajes en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Sus textos literarios han sido incluidos en la “Antología de la Poesía Arequipeña”, de Jorge Cornejo Polar y en la muestra de poesía de Perú y Colombia “En tierras del cóndor”, de los colombianos Juan Manuel Roca y Jaidith Soto. Ha publicado el poemario Manuscrito del viento y libro de perfiles Rostros de memoria, visiones y versiones sobre escritores peruanos.