Eloy Cacya Cárdenas: “Los montañistas tenemos vocación de servir”
El montañista arequipeño acaba de publicar el libro El secreto de Bomboya, un testimonio sobre cómo halló los restos mortales del joven Ciro Castillo Rojo, perdido en el Cañón del Colca.
Hay momentos en que su vida solo pende de una cuerda. Arriba, el sol, las nubes; abajo, el vacío, una profundidad que se parece a la garganta de la muerte. Hasta ahora no se explica cómo es que, siendo hijo de una familia de agricultores del Colca, terminó seducido por los abismos. Eloy Cacya Cárdenas es un andinista y rescatista arequipeño de alta montaña que en muchas ocasiones ha ofrecido sus servicios en ayuda a los familiares de personas extraviadas o desaparecidas en la geografía agreste de nuestro país. Así procedió en el caso de Ciro Castillo Rojo, el joven universitario que se perdió en el Cañón del Colca con su enamorada, Rosario Ponce, en el 2011, al que buscaron legiones de personas y rescatistas sin mayor suerte. Cacya Cárdenas, movido por voluntad propia, se interesó en hallarlo y logró ubicarlo en la mitad de un abismo de 300 metros, en la montaña Bomboya, después de 7 meses.
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Después de 11 años, ha decidido contar cómo fue el rescate a través del libro El secreto de Bomboya (Ed. UNSA), en coautoría de Percy Núñez Saravia, con quien integra la Asociación de Rescatistas de Alta Montaña, Aramec Perú.
El libro, prologado por el mexicano Gabriel Herrera Salazar, es un testimonio que detalla, con una secuencialidad cronológica, cómo fue la búsqueda de Ciro Castillo Rojo, las dificultades que hubo, no solo por la geografía del terreno sino también por algunas circunstancias que se vivió en el caso. En ese sentido, El secreto de Bomboya es revelador e intenta poner algunos asuntos en su lugar.
El libro "El Secreto de Bomboya" contará las experiencias de Eloy Cacya Cárdenas en el rescate de Ciro Castillo. Foto: Editorial UNSA
El montañista
Eloy Cacya Cárdenas siempre se veía como su padre, un agricultor del pueblo Pinchollo, en Cabanaconde, Arequipa. Allí nació en 1968 y también allí realizó sus primeros estudios.
“Yo, en mi familia, soy un caso raro. Mis padres, mi familia, es campesina, pero yo me dediqué al montañismo cuando esta profesión es muy cara. He sido aventurero, pues el vestuario y los equipos son importados y de marca, pero a pesar de todo eso, lo he hecho”, dice Eloy Cacya a través del teléfono.
Admite que fue el espíritu de aventuro que lo empujó hacia las montañas. Además, su pueblo precisamente queda al frente de esas prominentes cumbres que se conocen como La Fortaleza. No tuvo otra que hacerle caso al llamado de las montañas, por ello viajó a Huaraz, a estudiar un curso, según él, rápido, en el centro de Estudios de Altas Montaña.
“Pensé que solo era un curso de unos cuantos días. Pero no, esto del montañismo era una cosa seria. Y tuve problemas, yo no tenía equipo. Los instructores me dijeron que estaba loco, pero les pareció que venir de tan lejos y sin equipo, era tener cojones. Me prestaron equipos y me dieron todo. Así pude realizar esta carrera y graduarme de montañista en Huaraz”, afirma Eloy Cacya.
Como rescatista, tiene todo un historial. No solo hizo el hallazgo de Ciro Castillo Rojo, también lo hizo con Oliver Toledo, perdido en el desierto de Cocachacra, Arequipa, en el 2013; John Barrientos, perdido en el Misti, en el 2014; Ángela Carmelino, perdida en Calca, Cusco, en el 2018; Giacomo Boccoreli, extraviado en el río Cañete, Lima, en 2020; José Adriazola, perdido en Cotahuasi, Arequipa, en 2021, entre otras personas.
Eloy Cacya en tanto ha nacido en la zona, como que tiene cierta comunión con la naturaleza, su espíritu como que está unido a los apus. Esa es también su gran ventaja, además de conocer bien la geográfía del cañón del Colca. Eso le sirvió, por ejemplo, para auxiliar a dos reporteros de National Geographic que llegaron al cañón para hacer un reportaje sobre el cóndor andino y que será publicado en la próxima edición de la revista.
“Estaban preocupados. Ya tenían que irse y se lamentaban que no había nadie que les haya podido llevar hasta donde anidaban los cóndores. En el margen del poco tiempo, yo los llevé a las alturas y abismos y pudieron fotografiar los nidos. Al marcharse, me pidieron mis datos para ponerme en su reportaje. Yo feliz”, narra el montañista.
¿Qué le ha llevado publicar El secreto de Bomboya?
Primero, porque mucha gente me pregunta cómo fue el rescate de Ciro Castillo Rojo. Segundo, muchos toman al Cañón del Colca como malo, peligroso, pero no, es bello, con su flora y fauna salvaje. Tercero, he encontrado pinturas rupestres, cerámica, canales y caminos incas y deben ponerse en valor.
Para el rescate, ¿fue convocado por los familiares?
No, mi esposa fue quien me dijo. Se había enterado por el parlante comunal. Me acerqué a los familiares de los jóvenes perdidos para ofrecerles mi servicio y ayuda como guía de montaña, pero ni bien me presenté, uno de ellos, molesto, me dijo: “¿Si, en qué te puedo servir?”. Al aclararle que soy montañista, me respondió: “Ah, entonces anda busca a mi hijo, se ha perdido con una señorita”. Cuando le pido más detalles, me dice: “Si lo que quieres es la recompensa, entonces anda y encuéntralo y te daré la recompensa”. No entendí que el señor sea tan materialista, más todavía en el momento que vivía. En mis adentros, me arrepentía haberme metido, pero yo no soy de retroceder. Cuando le quise pedir más detalles, me dijo: “Cualquier información, con la Policía de Alta Montaña” y me dio su tarjeta. Busqué quien me acompañe en ingresé al cañón por mi cuenta. Los montañistas tenemos vocación de servir. Ahora estamos esperando que pase el mal clima para seguir buscando al adolescente Kevin Ramos y a la belga Natacha de Crombrugghe, perdidos en el cañón. Los vamos a encontrar.
En el libro señala que hubo problemas con policías...
Bueno, sí. Cuando preguntaba, me decían que “todo estaba bajo control” y me daban orientaciones para ir por tal o cual lugar, cosa que no me parecían lógicas. Yo me iba por el lado contrario...
Después de hallar a Rosario Ponce, llevaron a los rescatistas Topos de México con un sabueso especializado.
Mire, Topos de México solo es nombre. La señorita responsable es de Lima, Lurín, y había trabajado en el terremoto de Pisco. El joven que la acompañaba sí era de México, y no es que desmerezca a esta persona, pero tenía medio pie mutilado y para hacer trabajo de montaña, imposible. El sabueso no era tal, sino una perrita común y estaba en celo.
Pero trabajó con ellos...
Sí. Cuando le digo al señor Castillo que me iba por trabajo a Huaraz, me dice que no vaya y me pregunta cuánto me pagaban allá. Le dije el monto y no insistió. Fue allí cuando me dijo que de Lima venía el equipo de los Topos de México y me pidió, por favor, que les lleve a la zona. Yo, de buena fe, los llevé. Después me enteré que estaban allí por la recompensa.
¿Se buscó a Ciro Castillo con videntes también?
Sí, contrataron a un vidente. Después, los Topos de México, como no eran andinistas, contrataron a Soluciones Verticales, un grupo de rescatistas. Allí contrataron a chamanes. Para mí eso era pura ficción.
¿A usted no lo contrataron?
No. Algunas veces nos han apoyado en pasajes y comida. Cuando descubro el cuerpo del joven, un abogado amigo me sugiere que haga un contrato con el señor Castillo. Pero yo, viendo su situación que vive como padre, pienso que seguro después tendrá alguna consideración con mi persona, y no lo hice. Pero debo decir que los cinco días que trabajamos para sacar el cuerpo del joven sí me pagó. Es el único pago.
Pero hubo recompensa...
Sí, y se entregó en un programa televisivo. El señor Castillo autorizó que se la dieran a los Topos de México.
Realizó varias incursiones. ¿Cómo halló el cuerpo de Ciro?
Fue en el último día de la última incursión. Habíamos peinado la zona, cuando dirijo la mirada a la mitad de un abismo de 300 metros, diviso una mancha roja. Con mi cámara acerco la imagen y veo el cuerpo del muchacho. Al fin lo habíamos encontrado.
Rescatarlo de medio abismo era más que difícil...
Totalmente. Cuando se enteraron de que hallamos los restos del joven, todos, fiscales, policías, técnicos, quisieron entrar, pero cuando vieron el abismo, desistieron. Solo llegamos dos hasta el cadáver. Lo malo o anecdótico es que quien traía la bolsa para los restos no subió. Cuando movimos el cadáver, expidió un fuerte olor que mi compañero empezó a vomitar. Así que yo solo bajé el cuerpo al descubierto en la canastilla. Me caían larvas, pero yo más temía que se desprendan piedras afiladas y me caigan en la cabeza, al cuerpo o a la cuerda. Así llegué hasta faltar cien metros para descender, en donde me apoyaron otros.
Usted va a presentar el libro. ¿Invitará al señor Castillo...?
Eso ya es cuestión de los organizadores. El señor, después de que encontró a su hijo, no ha regresado ni por el vuelto, ni siquiera para decirme te debo o no te debo. Una vez estuve en Lima, mal de los bronquios, lo llamé por teléfono. Le digo que quiero hablar con él, me dice que está en el hospital y que vaya. Justo lo encuentro en el pasillo y me pide que le aguarde en la sala de espera, que ya regresaba. Esperé una, dos horas, nunca regresó, hasta ahorita que converso con usted.