La historiadora Cecilia Méndez es una de las más sugerentes observadoras de la actualidad peruana. En esta entrevista analiza las movilizaciones contra el Gobierno y critica algunas lecturas que se han hecho sobre ellas. Discute, sobre todo, el papel que se le asigna al denominado centro político.
— Leí su muy interesante columna “Cuando hacer política es delito” y el añadido que escribió en su cuenta de Facebook. ¿Cuestiona usted al centro político?
— No, por qué tendría que cuestionar a los centristas. A quienes se les está cuestionando su derecho de manifestarse políticamente son a quienes, independientemente de su filiación ideológica, están expresando sus derechos y pidiendo que se les respete su humanidad. Vuelvo sobre el centro luego, pero quiero referirme al drama devastador que estamos viviendo, que es la indiferencia de un sector de la población no mayoritario, creo, frente a las personas asesinadas, a los deudos, que tienen un perfil social y lingüístico muy específico…
— ¿Que es muy diferente a Lima?
— No son limeños. De hecho, la represión a las protestas en Lima se recrudeció cuando llegaron a protestar. Los que se están movilizando de la manera más sostenida y más organizada en estos meses son campesinos, comunidades estigmatizadas cuando tratan de expresar una posición política o su visión del país. Sobre el centro, creo que hay que reflexionar sobre ciertas definiciones a partir de la coyuntura. El centro me parece que se entiende como una posición política cuando existen una izquierda por un lado, y una derecha del otro.
— Como una posición política que intenta aglutinar un poco de ambos lados.
— Pero la izquierda se ha diluido, ha sido deglutida por la derecha, como lo puso en mejores términos el economista Óscar Ugarteche en una conversación que tuvimos en el programa Plaza Boyka, en el que participó. Ugarteche recordaba cómo la izquierda partidaria que llevó a Pedro Castillo al poder votó con el fujimorismo. Si tenemos este Tribunal Constitucional es porque la izquierda de Perú Libre votó por eso. Es muy equivocado definir de izquierda al movimiento que vemos en las calles. Si tuviéramos a una izquierda radical movilizándose frente a la derecha radical en el Gobierno, entonces podríamos hablar de un centro. Lo que creo es que los que defienden una posición de centro no defienden una posición política.
— Sostiene que defienden una posición de clase.
— Es una posición de clase. Yo he hablado de Gustavo Gorriti, lo respeto muchísimo. Uso sus textos en mis clases, cómo no agradecer sus reportajes importantísimos para la democracia. Pero, precisamente, por eso llama la atención que él vea a las manifestaciones como violentas, como no democráticas, con una cierta nostalgia por el movimiento que sacó a Alberto Fujimori. Incluso lo dijo en una entrevista que tú le hiciste…
— La recuerdo. Aunque no dijo que eran completamente antidemocráticas, sino que había demandas de un sector que no necesariamente podía considerarse como democrático. Ese fue el espíritu de su declaración.
— También lo dijo en el programa de Glatzer Tuesta, habló de la violencia…
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— Bueno, violencia ha habido. Eso sí podemos…
— Violencia ha habido, por supuesto, pero no es lo prioritario y no es lo que está sosteniendo las movilizaciones. Lo que las sostiene es la organización campesina. No estamos acostumbrados a ver a los campesinos como actores políticos, de igual a igual. Yo estoy de acuerdo con algo: si estas movilizaciones no son apoyadas por estos sectores que se consideran de centro, van a fracasar. Eso no quiere decir que la salida la tiene que dar un líder prestigioso de centro, que eso sí fue lo que dijo Gorriti en tu entrevista. Eso sí lo discuto, porque creo que, hablando en términos generales, hay una falta de tolerancia con la incertidumbre que se vive, que puede ser leída como una posibilidad.
— ¿Pero por qué razón un líder de centro -más allá de cómo definamos “centro” usted o yo- no podría ser una salida en estos momentos?
— Por supuesto que podría ser una opción. Si la gente vota por él y si las movilizaciones quieren tener un líder de cualquier característica, con tal de ser democrático, yo lo apoyaría cien por ciento.
— ¿Entonces?
— Lo que digo es que cuando se señala que no hay líderes, que la salida la tiene que poner una persona prestigiosa de centro, ahí es que reacciono. Porque ¿quién le da el prestigio a un líder?
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— ¿La gente?
— ¿Pero qué gente? Justamente vamos a eso. Mario Vargas Llosa puede ser prestigioso para alguna gente y no será prestigioso para las comunidades de Puno porque está avalando a un Gobierno que las masacra. Voy al hecho de que el prestigio social no es algo unánime. Es algo que una cierta clase social, una élite, ha monopolizado, independientemente de su orientación ideológica-política. Creo que falta un poco de humildad en ver que un líder campesino también puede ser un líder político. Claro, la experiencia de Pedro Castillo obra en contra de todo este discurso, pero Castillo no es los comuneros de Puno. El Perú es un país muy diverso y no podemos estigmatizar a los campesinos por el simple hecho de estar pidiendo democracia. Volvamos al tema principal, Enrique, que es lo que me interesa resaltar: el origen de este movimiento.
— De acuerdo.
— El origen de este movimiento y la madre de todos los reclamos es que desde un comienzo a estas personas no se les quiso reconocer su voto. Los que protestan, ¿por qué reaccionan de una manera tan apasionada? Porque desde un comienzo, y esto no nace con el gobierno de Boluarte, se les quiso negar, anular su voto. Se formó incluso una comisión en el Congreso. Y ellos lo dicen: el presidente que ellos habían elegido puede tener todos los defectos del mundo, pero ganó legítimamente. Al no reconocerlo están haciendo algo profundamente antidemocrático. Entonces, ¿cómo se puede hablar de un movimiento que pide que respeten su voto como uno no democrático? Ese es el principal motor de la movilización.