“Ojalá que la constitución de la Bancada Liberal signifique recuperación de las ideas políticas, en esta época de política sin ideas”.,En los muros de Quito, ciudad capital del grafiti latinoamericano, leí hace muchos años lo siguiente: “Basta de hechos, queremos palabras”. Sin duda, en este llamado asomaba una cierta añoranza, no solo ecuatoriana, por los conceptos y las ideas. Entre nosotros, ahora cuando la política ha sido denigrada hasta volverse coto de caza de la corrupción, el odio y el agravio, la configuración de una Bancada Liberal, en el Congreso, es un anuncio de audacia y desafío. Por el título y por las trayectorias de quienes la componen. La audacia consiste en recuperar el valor y el significado de un adjetivo que ha sido manoseado, tanto por sus adherentes como por sus adversarios, hasta volverse, para algunos, una mala palabra. El desafío es estar a la altura de lo que ha sido históricamente el pensamiento liberal peruano y universal que, por supuesto, no se reduce a privatizarlo todo y de cualquier (con frecuencia, corrupta) manera. La todavía inconclusa construcción del Perú como nación no hubiera sido viable sin el aporte crucial de las tres generaciones liberales que Raúl Ferrero Rebagliati analizó en su texto de 1958: la generación de los precursores, con Baquíjano y Carrillo, Vizcardo y Guzmán, Hipólito Unanue y el Mercurio Peruano; la generación de 1821, con Luna Pizarro, Sánchez Carrión, Gonzales Vigil y Francisco Javier Mariátegui; y la generación de mediados del siglo XIX, con los hermanos Gálvez, Ureta y Luis Benjamín Cisneros, que fue la generación del Club Progresista y la candidatura civil de Domingo Elías. Los liberales peruanos forjaron el ideal de una república genuinamente republicana. Defendieron el equilibrio de poderes, los derechos de los indígenas, la abolición de la esclavitud y la lucha contra la corrupción. Se opusieron al mercantilismo de los empresarios que privatizan el Estado en su propio beneficio particular. Esta es la herencia que, sin duda, alienta a la novísima Bancada Liberal. En la historia de Occidente el liberalismo representa, ante todo, la tolerancia, a la que su más conocido mentor, el inglés John Locke, dedicó dos obras principales: La Carta sobre la Tolerancia y el Ensayo sobre la Tolerancia. Tolerancia en materia política y económica pero también, muy importante, en materia religiosa. Diríase que, para empezar, en materia religiosa. El ideal liberal primigenio, la libertad de conciencia, nace frente al cuius regio, eius religio del mundo preliberal y premoderno: cuando a los súbditos les correspondía la religión de su rey. En este terreno, nuestra novísima Bancada Liberal nace estimulando convergencias amplias y válidas. No es un tema secundario ni baladí, en estos tiempos de oscurantismos represivos y de urgente renovación eclesial, preconizada desde Roma. En el Perú, a diferencia de la mayoría de países de la región, no hubo partido conservador ni liberal que desplazara del poder a los caudillos militares durante los primeros cincuenta años de vida republicana. En la práctica, los militares fueron el partido conservador. Pero los liberales pavimentaron el camino que llevó a los partidos, en primer lugar al Partido Civil de Manuel Pardo. Ojalá que la constitución de la Bancada Liberal signifique una recuperación de las ideas políticas, en esta época de política sin ideas. Y ojalá que se constituyan también un foco conservador moderno y democrático y un foco socialista liberal y democrático. Focos o clubes sin necesidad de pretensiones masivas, en estos tiempos de democracia mediática. Y ojalá, sobre todo, que la Bancada Liberal retome la historia fecunda de nuestros liberales del siglo XIX y no las caricaturas del siglo XX, que empezaron con el efímero y oportunista Partido Liberal fundado por Augusto Durand en 1900.