
El reciente “apagón eléctrico” que es una de las medidas estrella del Estado de Emergencia decretado por el gobierno interino de José Jerí, no es solo un acierto temporal contra el crimen. Es una confesión de fracaso estatal tan obvia como humillante. La medida, que busca dejar a oscuras y sin señal los dispositivos de los reclusos, no es una proeza tecnológica; es un acto de desesperación que nos obliga a plantear la pregunta esencial: ¿Por qué se tuvo que recurrir a esto?
De todas las instituciones que requieren reforma y presupuesto (la Policía, el Poder Judicial, la Fiscalía), el INPE es la más acotada y, paradójicamente, la más sensible y gravitante. Es la más pequeña en tamaño institucional, pero su control es la llave para desarticular la cúpula operativa de la delincuencia. Que no se haya reformado hasta ahora no es una cuestión de complejidad técnica, sino de falta de voluntad política. Un celular indebido dentro de una prisión vale cientos fuera de ella en términos de lucha contra las extorsiones.
El INPE, en su esencia, tiene una misión triple: vigilar, controlar y, por más utópico que suene, resocializar. Es el contacto directo, diario y sin filtros con la población penal. Unos cien mil internos que sobrepasan casi en doscientos por ciento la capacidad de albergue. Que desde sus muros se dirijan secuestros, sicariatos y extorsiones millonarias es la prueba de que el Estado ha permitido la cooptación de una de sus instituciones más sensibles. Si el crimen aterroriza las calles, la verdadera infección está dentro de la autoridad que supuestamente lo encierra y dentro del encierro mismo.
La historia del INPE es la de una corrupción crónica e institucionalizada, un lamentable clásico de clásicos en los noticieros Las requisas a lo largo de los años han revelado no solo celulares y chips, sino módems, routers, licor, armas blancas, armas de fuego, lujos, drogas a granel y dinero en efectivo. La pregunta no es cómo ingresa todo eso, sino quién lo permite. Detrás de cada extorsión exitosa, detrás de cada llamada de amenaza, no hay un celular mágico: hay un guardia del inpe comprado, un funcionario negligente o una red de contactos que opera con una impunidad garantizada. Esta es la verdad histórica que el "apagón" intenta ocultar con un corte de luz.
Y el INPE es también la institución de la eterna promesa incumplida. Llevamos años escuchando sobre la inminente instalación de bloqueadores de señal, wifi o tecnología de geolocalización de llamadas. Proyectos licitados, anunciados con bombos y platillos, que terminan en el limbo administrativo, abandonados o implementados con equipos defectuosos que milagrosamente dejan de funcionar al poco tiempo. La decisión de Jerí de recurrir al corte de energía es el certificado de defunción de esa promesa tecnológica y de la ineficacia de las gestiones anteriores. Carece de toda épica.
Jerí ha asumido funciones bajo la sospecha inherente a un gobierno de transición forzada y a un pacto de partidos con gran rechazo en la población. Su permanencia no proviene de las urnas, sino del colapso político. Por ello, propongo que debiéramos con un escepticismo permanente. Que nadie se arañe por ello. Más bien, propongo un reto que ponga prueba su entusiasmo ante las redes en beneficio de toda la ciudadanía: Reformar el Inpe. ¿Quién se podría oponer? Los resultados serían casi inmediatos.
La gran ventaja de su mandato de diez meses es, precisamente, la ausencia de ambiciones reeleccionistas. Jerí tiene la licencia para tomar decisiones impopulares y de alto costo político, utilizando su legitimidad de crisis para declarar la guerra a los intereses creados y a los presos mismos, líderes de mafias a quienes, ahora más que nunca, nadie de va a poner de su lado.
El desafío de Jerí no es la medida de fuerza, sino la reforma silenciosa y estratégica que debe iniciar en el INPE. Su papel, se quiere trascender en algo más que no sea haber llegado a la presidencia de carambola calculista, es ser un catalizador político que rompa el molde de la inacción:
Jerí no va a resolver la criminalidad estructural, pero sí podría romper el molde de la inacción. El "apagón eléctrico" es el símbolo de la inoperancia pasada. El desafío ahora es que el INPE se convierta en el símbolo de que la voluntad de cambio no era un simple show de diez meses, sino un reto asumido con seriedad, con o sin la ayuda de un interruptor. La pregunta, señor presidente, no es si puede, sino si de verdad quiere.

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