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Opinión

Un fantasma recorre el mundo: la Generación Z, por José Ragas

Por lo pronto, han logrado hacer retroceder una serie de medidas que los perjudicaban y sostener movilizaciones por varias semanas en un escenario adverso.

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José Ragas

La ola de protestas que desde finales de agosto hasta la fecha ha sacudido diversos gobiernos y sistemas políticos a nivel mundial ha cogido desprevenidos a analistas políticos, pero sobre todo a autoridades. Se trata de una ola de descontento que, a pesar de las distintas geografías que involucra (Asia, Europa, América Latina), ha ido encontrando elementos comunes contra los cuales expresarse, logrando movilizar a un número importante de personas y obteniendo resultados nada desdeñables, como la caída del primer ministro de Nepal luego de quemar el Parlamento.

Esta nueva ola de movilizaciones comenzó en Indonesia y, luego de una serie de tensiones entre la población civil y el Gobierno, terminó con la ocupación de las calles y una lista de demandas que deben ser cumplidas por las autoridades en el plazo de un año. Desde ahí, otras ciudades y colectivos tomaron como referencia lo ocurrido en Indonesia para confrontar agendas antiderechos y autoritarias de sus respectivos gobiernos. Lo peculiar es la rapidez con la que esta ola de protestas se extendió y que el colectivo central sea, sobre todo, generacional.

Esta coyuntura, de alguna manera, permite establecer una cierta continuidad con la ola desplegada en la década de 2010, que comenzó con la Revolución Árabe y el Occupy Wall Street. La pandemia cortó en cierto modo este ciclo, al imponer una cuarentena y la consiguiente restricción del espacio público. Una excepción notable fue la movilización ocurrida en Lima en noviembre de 2020, en medio de la pandemia, para impedir la implementación del gobierno de Manuel Merino. Aun cuando la pandemia interrumpió las protestas, dejó en evidencia varias de las demandas de las marchas en cuanto a cobertura de servicios básicos y apoyo a los más necesitados.

La pandemia tuvo también un efecto directo en las causas de las actuales movilizaciones: energizó a la derecha radical, permitiendo la difusión de información falsa en torno a las vacunas y al origen mismo del virus. Esto desplazó la atención por la necesidad de mejor infraestructura y recursos para prevenir futuras pandemias y problemas sociales, a la discusión estéril de mentiras para ganancia política o de votos. El fin de la pandemia no trajo necesariamente las mejoras esperadas en el nivel de vida, por lo que las causas estructurales que no se habían solucionado previamente persistieron.

Los países donde se produjeron las actuales protestas incluyen, además de Indonesia y Nepal, Eslovaquia, Francia, Paraguay, Argentina, Filipinas y Perú, entre muchos otros. Los motivos han variado y algunas movilizaciones se han alimentado, a su vez, de otras demandas, ya sean nacionales o globales, como el respaldo a la población palestina en Gaza o contra casos locales de corrupción. A pesar de las diferencias, el colectivo juvenil conocido como “Generación Z” es el que ha liderado o ha tenido mayor visibilidad en los diversos lugares donde estas protestas se han originado.

En términos cronológicos, se denomina como integrantes de la Generación Z a quienes nacieron entre fines de los años noventa y los 2000. Es decir, en el caso peruano corresponderían a los últimos años del fujimorismo y los primeros del retorno a la democracia. Su adolescencia y adultez temprana fueron de la mano con el boom económico del país, pero, desde hace algún tiempo, varios de sus integrantes han entrado en un proceso de precarización e inestabilidad que explica las motivaciones detrás de su adhesión a las protestas.

Al bordear los treinta años, un elemento común es que son “nativos digitales” y la primera generación que nació y creció con internet. Esto es importante para comprender los códigos compartidos no solo entre compatriotas, sino también con otros usuarios de la web a nivel mundial, y que prefieran simpatizar con íconos de manga como One Piece antes que con consignas partidarias, por demás anacrónicas y distantes luego de la crisis de partidos de las últimas décadas.

Se trata de un grupo humano con experiencia previa y trayectoria en movilizaciones. La más inmediata, como señalamos, la de noviembre de 2020, y que ha sido acaso la más importante de nuestra historia reciente, pero también otras asociadas con la legalidad y la defensa de derechos sociales en los años previos. La experiencia en otros países ha hecho que no solo comiencen a expresarse en las calles como forma de presión efectiva contra el gobierno de Dina Boluarte, sino que empiecen a establecer alianzas con otros grupos, como los transportistas.

Considerando matices, el descontento contra la corrupción gubernamental, el autoritarismo de los poderes del Estado, el ataque contra la libertad de expresión y el desmantelamiento progresivo de beneficios sociales son parte de una plataforma transversal donde los jóvenes (y sus familias) se sienten más vulnerables. El ascenso de una derecha radical y los ataques a los sectores públicos (algunos de ascenso social, como las universidades públicas) y básicos de convivencia democrática han llevado a una respuesta internacional que no cesará, al menos, de manera inmediata.

Lo que han logrado hasta ahora en Perú es importante y se suma al esfuerzo de muchos miles de compatriotas a nivel nacional que han confrontado la represión y el avance de un gobierno indolente frente a las muertes provocadas por las fuerzas del orden, así como por sicarios. Por lo pronto, han logrado hacer retroceder una serie de medidas que los perjudicaban y sostener movilizaciones por varias semanas en un escenario adverso.

Esperemos que, a medida que estas se mantengan y se amplíen, el descontento consiga que las autoridades tomen las medidas mínimas para evitar que las condiciones de vida de esta generación sigan decayendo y que, junto con la precarización, tengan que salir del país para obtener lo que las autoridades les negaron aquí.

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