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Opinión

La reina Dina se sube el sueldo, por Paula Távara

Todas estas son expresiones arcaicas del poder y de un ejercicio del poder en el que no existen ciudadanos sino súbditos. 

Paula Távara
Paula Távara

Esta semana, en el distrito de Cerro Colorado de Arequipa, un grupo importante de ciudadanas y ciudadanos se manifestaron contra un vehículo en el que viajaba el Ministro de Vivienda, pensando que en él viajaba Dina Boluarte. El rechazo fue tal que el ministro Whittembury tuvo que huir de la zona sin lograr llevar a cabo actividad alguna.

Esta protesta fue una más de las múltiples muestras de rechazo a la que la ciudadanía se sigue avocando. Porque, aunque no veamos grandes movilizaciones que pongan en jaque la estabilidad de este gobierno, el rechazo que genera no ha hecho sino crecer.

Según la última encuesta de Datum Internacional la desaprobación de Boluarte supera al 94% de la población y su aprobación a penas pasa raspando el margen de error para ubicarse en 3%.

Tanto rechazo genera la mandataria, que incluso quienes fungen de sus aliados y la sostienen en el gobierno, no tienen más opción que negarla tres veces ante las cámaras.

Boluarte, sin embargo, no parece inmutarse ante semejante rechazo. Como dijo hace no mucho tiempo la congresista Paredes “no sé con qué material le han operado la cara”.

Más que al efecto de ingentes cantidades de bótox que pudiesen colmar su rostro, el cinismo y desvergüenza desde el que gobierna Boluarte se relaciona directamente, como dijimos hace un año en esta misma columna, con su entendimiento “del ejercicio del poder gubernamental no desde el republicanismo sino desde el pensamiento absolutista y autoritario. ¿Y cuál es el mayor referente de un poder absoluto y totalitario? La monarquía”.

La reina Dina ha hecho marca de su mandato las joyas (producto del Rolexgate), los vestidos de satén, la angurria por subirse a cada viaje oficial que pudiese y su profundo deseo de enriquecerse y hacerlo enrostrándoselo a todos sus opositores. Todas estas son expresiones arcaicas del poder y de un ejercicio del poder en el que no existen ciudadanos sino súbditos.

A falta de trono, Boluarte pretende un programa de televisión desde el que mirar y mentir al pueblo sin que este pueda replicar.

A falta de castillos, coronas y diezmos como los de las antiguas realezas, Boluarte ha obtenido esta semana dos nuevas formas de engrosas sus ganancias desde el Estado.

Primero, en lo que es ya noticia internacional, el Consejo de Ministros aprobó esta semana, y procedió a promulgar en tiempo récord, el tan cuestionado incremento de sueldo de Boluarte.

En un país con más de 70% de informalidad laboral y donde, según cifras de COMEX, unos 7.6 millones de trabajadores y trabajadoras tienen ingresos menores a la Remuneración Mínima Vital, la “monarca wannabe” emitió el viernes 04 de julio un decreto en el que más que duplica su salario, pasando de unos 16000 soles mensuales a más de 35500 soles.

Cuando tuvo que dar cuenta del supuesto préstamo de los Rolex en 2024, Boluarte dijo que los había aceptado “quizás en el ánimo de querer representar bien a mi país”. En esta ocasión, el Ministro de Economía y algunos de los aliados de gobierno han hablado de la mala imagen que puede dar del país que su gobernante gane menos que sus colegas de la región.

¿Qué han entendido todas estas personalidades sobre el ser gobernante? Parece que solo aquello de que “la plata llega sola”.

Al tiempo que Boluarte se aseguraba un sustancioso sueldo, grati y pensión vitalicia, el periodista Carlos Viguria, de IDL Reporteros, hacía pública la aprobación de una nueva directiva gubernamental sobre “tratamiento de regalos, donaciones, cortesías y beneficios similares en el Despacho Presidencial”.

Según la norma (que más que norma parece autorización), los funcionarios de Palacio de Gobierno, Boluarte y Santivañez incluidos, solo tienen prohibido recibir regalos si estos son entregados “con la finalidad de decidir o influir en las decisiones de la administración pública”. Traducción: sólo si la coima es evidente, si me lo das diciendo “te regalo y me regalas” entonces están prohibidos.

Pero, además, la directiva exceptúa de toda prohibición a aquellos regalos “propios de las costumbres de comunidades rurales (…) o entregados por gobiernos locales, gobiernos regionales (…) como consecuencia de su participación en ceremonias o actos oficiales”. ¿O sea que, si el Rolex se entrega tras una inauguración de obra pública, todo bien?

Sigo: están eximidos de la prohibición, aquellos regalos cuya “recepción se produce sin tener relación alguna con la condición o con el cumplimiento de sus funciones como servidor”. Como ya se cuestionó en el caso de las cirugías supuestamente hechas “durante sus horas de descanso” ¿Existe un momento del día en que la presidenta de la república deje la investidura presidencial?

Lo que se ha hecho con esta directiva no es sino oficializar el waykismo, liberar las prebendas y dar justificación a la recepción de quien sabe cuántos “regalos y cortesías” que Boluarte pueda estar acumulando.

No cabe sino recordar que, como señaló la especialista en comunicación política Patrycia Centeno, “los nuevos tiranos procuran ser algo más originales (que los dictadores de antaño con traje militar), aunque sus fastuosas excentricidades siguen desenmascarándolos”.

Boluarte nos ha mostrado una vez más su desvergüenza en el poder y su incapacidad moral para gobernar. No tiene capacidad moral para gobernar el país quien se sirve de él para alimentar sus deseos y ambiciones personales, incluidas las de enriquecimiento.

Sin embargo, con los actores políticos, oficialistas y de oposición, centrados hoy en las negociaciones de alianzas previas al inicio de la contienda electoral, Boluarte parece saber que tiene cancha libre para seguir haciendo del Palacio de gobierno SU palacio, y del dinero público SU festín.

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