
La elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco, el 13 de marzo de 2013, representó un hito no solo en la historia interna de la Iglesia católica, sino también en la configuración de la acción externa del Vaticano. Por primera vez, un pontífice proveniente “del fin del mundo” –como él mismo se auto presentó aquella noche en la plaza de San Pedro, llevó al primer plano de la praxis diplomática de la Santa Sede una lectura teológico‑pastoral, cimentada en la misericordia, la opción preferencial por los pobres y la inclusión de los excluidos.
En diversos pasajes de Evangelii Gaudium (2013) el Papa Francisco reflexionó en torno a una teología centrada en la misericordia, la dignidad humana, la opción preferencial por los pobres, el discernimiento y el acompañamiento. Una teología encarnada en la vida concreta de las personas, antes que en la verdad revelada de tipo doctrinario. “A veces -señaló - nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la iglesia no es una aduana; es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
Esta frase sintetiza su visión de una iglesia abierta, sin limitaciones para ningún ser humano, no centrada en juzgar, sino en acoger y sanar. Una teología de vida concreta y cotidiana, inserta siempre en una biografía individual, en un aquí y ahora de la experiencia religiosa y humana.
Francisco retomó el magisterio latinoamericano y la teología del pueblo, pero le imprimió un carácter universal. Afirmó que la opción por los pobres está implícita en la fe cristológica. Que es una categoría teológica antes que sociológica. Esta concepción sobre la “Iglesia que nace de los pobres”, implica una inversión hermenéutica respecto de la teología dogmática clásica: el centro ya no es la definición conceptual de la verdad sino su encarnación histórica en la praxis de la caridad. En la vida humana concreta.
En este mundo, de realidades humanas tangibles, la misión pastoral del conductor de la Iglesia católica pasó de la teología a la política exterior del jefe de Estado del Vaticano.
Históricamente, la diplomacia vaticana ha funcionado como un sistema de soft power sustentado en la autoridad moral de la Santa Sede y su estatuto singular de actor soberano no territorial. El objeto y el alcance de esa diplomacia ha variado según la sensibilidad teológica de cada pontificado. Juan Pablo II se orientó a la lucha contra el comunismo y la defensa de la libertad religiosa; Benedicto XVI subrayó el diálogo fe‑razón en un contexto de secularización; Francisco, por su parte, trasladó la gramática de la misericordia al terreno de las relaciones internacionales.
En términos de la teoría constructivista de las relaciones internacionales, el Papa Francisco rearticuló la identidad de la Santa Sede como la “voz de los que no tienen voz”, para influir y transformar las normas y prácticas del sistema internacional. Para redimir los derechos de los pobres y los desposeídos. Para buscar la paz en cada situación concreta.
A partir de la búsqueda y el establecimiento de la justicia, también, en cada caso, configuró una diplomacia de los pobres para los pobres. Inspirada en dos principios teológico‑pastorales:
1.La preferencia por los pobres: Durante su pontificado, Francisco estructuró y ejecutó una amplia diplomacia social. Sus llamamientos a reducir la pobreza y la pobreza extrema en el ámbito de las Naciones Unidas, la FAO, el Grupo de los 20 y demás organismos internacionales, estuvieron dirigidos a impulsar soluciones concretas. Esa misma visión inspiró su iniciativa para la condonación de la deuda de los países más pobres y su compromiso con la ejecución de la Agenda 2030. Especialmente con los objetivos de reducir a la mitad la pobreza multidimensional, poner fin al hambre, eliminar todas las formas de malnutrición y duplicar la producción agrícola. Motivó, también, el lanzamiento del programa de las Tres T, tierra, techo y trabajo. Lanzado en el I Encuentro Mundial de los Movimientos Populares(2014): en sus palabras, “Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos”.
La diplomacia social de Francisco se expresó, por otro lado, con enérgica decisión en la defensa de los derechos de los trabajadores migrantes. Donde quiera que sus derechos fuesen violados o conculcados. Frente a las últimas deportaciones de la administración Trump, Francisco remitió una carta pública a los obispos de los Estados Unidos en la que denunció la asociación entre migración irregular y criminalidad, subrayó la dignidad inalienable de cada persona y advirtió que una política cimentada en la fuerza y el sacrificio de los más débiles “mal comienza y mal terminará”. Llamó a toda la comunidad católica a repudiar cualquier narrativa que justifique la exclusión o la construcción de “muros de ignominia”.
Para Francisco, la solución de los principales focos de conflicto en el mundo, como las guerras en Ucrania, Gaza, Yemen, Sudán, Siria y Etiopía o los conflictos internos y crisis políticas y sociales, como en los casos de Myammar, Nicaragua, Venezuela, Haití y la República del Congo, deben solucionarse por la negociación diplomática. A través de una práctica de solución de conflictos sustentada en la convicción de que la diplomacia por la paz no se funda en posiciones, sino en la búsqueda de soluciones.
Desde el estallido de la guerra en Gaza condenó los actos terroristas de Hamas, los bombardeos masivos y los castigos colectivos de Israel, afirmando la defensa del derecho internacional y de los derechos humanos, junto a un llamado continuo para el diálogo, la negociación y un acuerdo de paz fundado en el reconocimiento de dos Estados, con viabilidad y fronteras seguras.
Sobre la guerra en Ucrania mantuvo una posición firme de condena general al uso de la fuerza unilateral y, al mismo tiempo, evitó todo alineamiento con bloques militares. Preservando, así, los espacios para coadyuvar a una solución negociada del conflicto. En el convencimiento que “toda guerra es una derrota para la humanidad.”
Ese mismo equilibrio y visión pastoral lo aplicó a la negociación con China en la subscripción del Acuerdo Provisional sobre el nombramiento de obispos de 2014, que dispuso que en el nombramiento de obispos China los propone, pero el Papa conserva la decisión final. De esta manera obtuvo, por primera vez desde 1951, la normalización del nombramiento de obispos en China. Fue una negociación realizada pensando en los millones de hombres y mujeres católicos que viven en China. Una expresión del realismo pastoral diplomático.
En la última entrevista que concedió a Infobae, el Papa Francisco le pidió a su interlocutor: Recen por mí, por favor”. Y añadió con sentido del humor: ” A favor, no en contra, eh” El día de sus funerales , medio millón de personas en las calles de Roma y decenas de millones en el mundo entero ,rezaron por el y la humanidad. A favor.

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