Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy muy seguro, dijo Albert Einstein. Esta frase cobra vigencia cuando recibimos información de que, por ejemplo, se inaugura un parque de las aguas en una ciudad que está sufriendo de estrés hídrico, como es el caso de Piura.
Aseguran que los camiones cisterna no se daban abasto el día de la inauguración del parque, llevando agua para que el proyecto pudiera funcionar sin problemas. El costo de la obra se elevó hasta los 15 millones de soles, y a lo largo de la construcción se han producido varias observaciones de Contraloría y de los propios vecinos, que cuestionan el derroche del agua en una ciudad y una región que está atravesando graves dificultades para garantizar el líquido vital para consumo humano y de la agricultura, y que está viendo peligrar la cosecha anual de sus productos agrícolas.
Piura es una región crecientemente afectada por la escasez de agua. Hace poco fue víctima del fenómeno de El Niño y el ciclón Yaku. Según la Red de Estudios para el Desarrollo, la represa Poechos está trabajando al 2% de su capacidad y según Cooperacción, el 60% del reservorio está concesionado a la agricultura. Se trata de la principal fuente de recurso hídrico para la región. Sin duda, esta situación pone en peligro, además de la producción agrícola que representa el 30% del PBI regional, a la agroindustria de exportación, que es muy importante para Piura, en especial el limón y el mango. No podemos olvidar la seguridad alimentaria, que ya es deficitaria según estudios realizados.
La paradoja del parque de las aguas de la ciudad de Piura es que las viviendas de alrededor carecen del servicio de agua potable, como buena parte de la ciudad.
Hay algunas obras faraónicas que nos obligan a pensar en la frase de Einstein. Como el estadio para 10.000 personas en un poblado de 2.000 habitantes, piscinas en pleno altiplano, un bypass para miles de vehículos al día pero que solo recorren cientos de autos a la semana. O el monumento a la maca, al árbitro, o una versión nacional de la Estatua de la Libertad, que pueblan nuestras ciudades y que son muestra perpetua del despilfarro oficial de los escasos recursos públicos.