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Opinión

¿A quiénes están matando?, por Rosa María Palacios

El Perú puede y debe comerciar con el mundo entero porque solo la libertad de comercio hace más prósperos a todos los países. 

larepublica.pe
Rosa María Palacios

Raúl Pérez Reyes, ministro de Transportes y Comunicaciones, dio una entrevista en RPP, el jueves pasado. En modo de queja, por las protestas que su gobierno tiene que mirar durante las visitas de APEC, soltó una expresión que, en el actual contexto de inseguridad, revela mucho. Refiriéndose a la frase “nos están matando”, uno de los lemas de la convocatoria más usados, respondió con una pregunta: “¿A quiénes están matando?”. Parece que inmediatamente cayó en cuenta del desprecio implícito de su respuesta e intentó sugerir que la protesta era por los 49 muertos de fines del 2022 y verano del 2023, y que eso era “politización” y ser de “izquierda radical”, acomodando la metida de pata. Quedó claro que no le preocupan los muertos. Lo que le molesta son las pancartas.

Salvo que se viva en otro país, es fácil saber a quiénes están matando. Basta ver un noticiero apenas te levantas, para encontrar todos los balazos, los sicarios, las granadas, las llamadas extorsivas y los buses abaleados que el ministro no ve. Las cifras de homicidios violentos han superado a octubre las cifras de los ocho años anteriores. Pero, mas allá de la ceguera ministerial frente a un problema que afecta directamente a su sector, hay en sus explicaciones posteriores a su infeliz frase un mensaje mucho más letal para la democracia: hay distintas clases de muertos.

Depende entonces de quién es el muerto, quién lo mató y por qué lo mataron. Habrá que iluminar al ministro, que representa al Gobierno, sobre un asunto que, siendo obvio, parece que no conoce. Desde el punto de vista de los muertos y sus deudos, no hay categorías: o estás vivo o estás muerto. Nada iguala más que dejar de vivir. Según el ministro, es “político”, y por tanto deleznable, protestar por justicia por actos de represión asesina del Gobierno que él integra y es “tolerable” protestar por la incompetencia de su propio gobierno. Ambos, de directa responsabilidad del régimen de Dina Boluarte.

“Depende” es la palabra que puede mostrar mejor el doble talante de este Gobierno y del pacto que lo acompaña en el Parlamento y en la Municipalidad de Lima. APEC ha sido una vitrina para apreciar el fenómeno en toda su dimensión. Hoy en el Perú “terruquear” es su deporte y zamparle la palabra “comunista” como insulto a cualquiera es su práctica. ¿Qué gritaba la micro portátil ‘La Pestilencia’ con megáfonos permitidos por el alcalde Miraflores en la puerta de mi casa? “Terrorista, comunista”. Para mí, que siempre he sido muy de derechas y muy liberal no podía sino hacerme reír. Pero ver el trato que aquellos políticos que apadrinan a estas turbas dan a auténticos comunistas no puede dejar de sorprendernos.

La lista de condecorados por la presidenta, el Congreso y el alcalde de Lima, líderes de economías manifiestamente comunistas, es impresionante. ¿Qué paso con los términos? ¿Se olvidaron? ¿Andan confundidos? China practica un capitalismo de Estado, con este de gran propietario. Sus decisiones económicas internacionales no son meramente comerciales. Son esencialmente geopolíticas. Sería muy ingenuo no entenderlo. Por el contrario, países con iniciativa privada libre, como Estados Unidos, tienen una enorme dificultad (al no tener gigantescas empresas públicas) para movilizar inversión fuera de sus fronteras con visión geopolítica, salvo con legislación directa para ese fin. China aprovecha su ventaja y hoy domina la escena exportadora e inversora peruana. APEC tiene que servir para entender que los intereses de China (poner una cabecera de playa en América de Sur) no siempre coincidirán con los de Perú, que necesita diversificar los destinos de su oferta exportable antes de que, a la larga, terminemos con un mono comprador, lo que sería gravísimo. Porque, como se ha dicho tantas veces, si los chinos se resfrían, a nosotros nos da una pulmonía letal.

El Perú puede y debe comerciar con el mundo entero porque solo la libertad de comercio hace más prósperos a todos los países. Nuestra posición internacional desde 1990 es la misma y esta se recoge en la Constitución de 1993. Esa es nuestra ancla: el libre mercado comercial. Los resultados son extraordinarios y esos son los que debemos profundizar. Pero para que exista libre comercio, una de las libertades fundamentales, deben estar vigentes todas las otras. No hay forma de tener libertad de comerciar sólida si no hay libertad de crear, de pensar, de vivir. Las economías estatistas lo saben. Su techo está en el recorte de esas otras libertades. Por eso no se pueden meter bajo la alfombra, como si eso no existiera, las graves violaciones a los derechos fundamentales que muchas de las economías con las que comerciamos toleran o promueven. La presidenta Boluarte, con todo el vestuario multicolor y todas las medallitas del mundo, no puede desaparecer esa realidad, como no puede desaparecer su responsabilidad en todas las muertes ocurridas por su propia orden o su negligencia.

Viene una guerra comercial entre Estados Unidos y China. Lo mejor que le puede pasar a nuestra pequeña economía es que no se nos fuerce a alinearnos con ninguno de los dos, aunque todos vamos a perder. Eso parece inevitable bajo el Gobierno de Donald Trump. Al elevar los aranceles a China, como ha prometido, China elevará los aranceles a Estados Unidos. Eso impactará duramente en la economía mundial y en todos los esfuerzos que por décadas se han sostenido para liberalizar el comercio internacional y que son la base de mucha de la prosperidad del planeta en los últimos 100 años. Si Trump no retrocede y no modera sus ofertas, este APEC tal vez sea una despedida de un mundo que ya no volverá.

Mientras tanto en el Perú, este fin de semana nos deja un par de lecciones; hay muertos y muertos; y hay comunistas y comunistas. Todo depende de quién es el muerto y quién es el comunista.