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Opinión

Gobernar: liderazgo y voluntad política, por Marisol Pérez Tello

Existe decisión y voluntad para vigilar las marchas, como en el uso de la casilla electrónica de Sunafil, monitoreando a los trabajadores en los dos últimos paros y reprimiendo indirectamente la protesta social. No fueron creadas para esto

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Las protestas convocadas por seguidores de Morales han provocado bloqueos de carreteras que afectan la economía boliviana. Foto: AFP

Para gobernar, se necesita liderazgo y voluntad política, además de un norte claro que genere certeza e inspire confianza y, sobre todo, esperanza en un futuro mejor.

El liderazgo es fundamental para unir esfuerzos en medio de las diferencias, hacia un destino compartido que garantice seguridad física y jurídica, y permita mejorar la producción y distribución de la riqueza en un país lleno de recursos, pero carente de buenos gobernantes.

La voluntad política es clave para ejecutar los procesos necesarios. En nuestro país, muchas leyes quedan sin cumplirse por falta de esta voluntad, y otras se diseñan para diluir responsabilidades, como en el tráfico de influencias, donde quienes detentan el poder actúan sin respeto por normas que deberían aplicarse a todos.

La falta de voluntad política se evidencia en la falta de coordinación. No se requieren más leyes, sino voluntad de actuar. Un ejemplo es el Acuerdo Nacional por la Justicia que se llevó a cabo en 2016 para impulsar la reforma sin base legal, solo con el compromiso de lograr cambios. Ahora plantean un proyecto sin respetar el equilibrio de poderes, sobre la base de un liderazgo que la presidenta no tiene.

En contraste, existe decisión y voluntad para vigilar las marchas, como en el uso de la casilla electrónica de Sunafil, monitoreando a los trabajadores en los dos últimos paros y reprimiendo indirectamente la protesta social. No fueron creadas para esto; es absurdo medir la asistencia a un paro usando recursos y personal destinados a otros fines.

Mientras tanto, el presidente del Consejo de Ministros pide cuidar la imagen del país. Son ellos quienes la dañan. Una buena imagen se construye con un gobierno legítimo, que escuche a su pueblo y abrace su derecho a expresarse. Las marchas no son una amenaza; son un llamado a cumplir el anhelo de un Perú más justo y unido, un futuro en el que ya nadie deba esperar para ver los cambios que merece.