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Opinión

Uchuraccay y nosotros, por José Ragas

Julio Mendívil ha escrito el tipo de libro que se escribe una sola vez en la vida, y que requiere tiempo, reflexión y valentía para poder crearlo, pero sobre todo para cerrarlo y entregarlo a los lectores. 

larepublica.pe
José Ragas

Cuando recibí la invitación del Lugar de la Memoria (LUM) para presentar el nuevo libro de Julio Mendívil en la última Feria Internacional del Libro (FIL) en Lima, podía apostar a ojos cerrados que se trataba de un estudio sobre música. Después de todo, Julio se ha ganado un nombre a nivel internacional como un estudioso de la música popular en Perú y sus contribuciones van más allá del territorio nacional, pues es profesor en una universidad austríaca, pero comparte su tiempo en conferencias e invitaciones en distintas ciudades del mundo.

Estoy acostumbrado a leer sus trabajos, y en mi oficina aquí en Santiago de Chile tengo un espacio con sus trabajos. Su nuevo libro, sin embargo, no era sobre música o algún tema parecido. Era un relato personal y reflexivo sobre cómo la violencia política irrumpió de manera temprana y violenta en su familia, cambiándola para siempre. Si menciono todo esto es para enfatizar mi propio desconocimiento e ignorancia respecto de la vinculación de Julio con uno de los episodios más trágicos de nuestro pasado reciente, Uchuraccay.

Como es sabido, en enero de 1983 un grupo de periodistas se adentró en la sierra de Ayacucho para investigar el linchamiento de un senderista a manos de comuneros de Huaychao. Cuarenta años después, no sabemos muy bien qué ocurrió luego de que se encontraran con un grupo de comuneros de una localidad cercana y lo que posteriormente desencadenó la muerte de todos ellos, junto con el de su guía y otro comunero más. Las explicaciones oficiales no fueron suficientes y la evidencia fue manipulada, generando más incertidumbre sobre las causas de la tragedia.

Uchuraccay y nosotros. La ausencia de mi hermano Jorge y de la nación (publicado por el LUM y la editorial Punto Cardinal) reconstruye la muerte de Jorge Mendívil, en ese entonces periodista de El Observador, y cómo su muerte cambió el entorno familiar y la trayectoria de cada uno de sus integrantes. Es un libro testimonial muy valioso, que nos permite comprender desde un plano no solo personal sino íntimo y colectivo (“la nación”), la manera en que la violencia política fue corroyendo el tejido social del país en sus unidades más básicas: el individuo y su entorno inmediato. Este libro se suma a otro publicado recientemente por el LUM sobre la familia Jáuregui del distrito de Soras, también de Ayacucho.

El autor vuelve sobre los pasos de su hermano, confrontando la información disponible y señalando los vacíos, los prejuicios en torno a la misma y las dificultades que tuvieron para conocer lo que ocurrió. La muerte de Jorge cambió a cada uno de los integrantes de la familia de la familia Mendívil Trelles. Como lo señala el autor, mientras la madre asumió la difícil tarea de pedir públicamente justicia para quienes asesinaron a su hijo, el padre tomó una actitud más bien reservada y taciturna. Desde entonces, el destino del hijo y hermano asesinado se convirtió (lo quisieran o no) en una marca de identidad para ellos. Es decir, pasaron a ser deudos o víctimas, creando un desgarramiento que los acompañó tanto dentro como fuera del país.

Es aquí donde el autor, luego de incorporar reflexiones teóricas muy atinadas, realiza una crítica a la noción de “víctima” y le busca devolver una agencia de la que ha sido desprovista y que convierte a las víctimas en sujetos pasivos, cuando no necesariamente lo son. De hecho, el pedido de justicia que las familias lideraron durante los últimos cuarenta años para llevar a tribunales a los responsables o encontrar los cuerpos de los desaparecidos son ejemplos de cómo se resistieron a la inacción y la inercia. La señora Gloria, madre de Jorge y de Julio, tuvo un rol muy importante al exigir públicamente respuestas por parte del Estado, una labor a veces solitaria pero que fue reconocida con gratitud por muchas otras personas que compartían una situación similar.

Podemos leer el libro como un proceso interno por parte del autor no solo frente a la muerte de su hermano sino de cómo comprender la complejidad de la violencia política en Perú a partir de su replanteamiento de quiénes fueron las víctimas. La comunidad de Uchuraccay, responsable del asesinato de Jorge, fue poco después arrasada por Sendero y sus pobladores tuvieron que huir. Solo mucho después se promovió el retorno y la creación de un nuevo asentamiento. Así, los victimarios sufrieron también la violencia directa, desafiando la visión unidimensional que tenemos de esos años y complejizando nuestros propios marcos de referencia.

Julio Mendívil ha escrito el tipo de libro que se escribe una sola vez en la vida, y que requiere tiempo, reflexión y valentía para poder crearlo, pero sobre todo para cerrarlo y entregarlo a los lectores. Es un texto incómodo, y está bien que así sea: considerando la sobre-simplificación grosera que algunos bandos políticos hacen del periodo 1980-2000, este libro es un recordatorio de que la comprensión del mismo es un ejercicio continuo, pero que debe moverse hacia la reconciliación. Y entender esto último como un proceso colectivo y nacional de búsqueda de justicia y de superación.

Estamos aún muy lejos de alcanzar algo parecido a la reconciliación en el país. Con sectores negacionistas cada vez más empoderados y gobiernos de turno que ven en la impunidad una forma de mantenerse a flote, la tarea es difícil. Sin embargo, como señala el autor hacia el final del libro, es necesario intentar una reconciliación “que no renuncia a la justicia ni promueve el olvido”. Y hacer esto no solo por lo que pasó a Jorge y a los otros muertos en Uchuraccay sino también a muchos peruanos que sufrieron esos años de demencia.