No son muchos los análisis disponibles que desarrollen enfoques sistemáticos, periódicos y comprehensivos de la situación y evolución de América Latina. Signada estructuralmente por su dispersión, divisiones e inmensidad territorial, no es fácil encontrar estudios que sean regionales y que, a la vez, consideren las particularidades de cada país.
Son muchas y muy grandes las excepcionalidades en esta gran región con más de 600 millones de habitantes y que ocupa más de 20 millones de km, un área inmensa². Una región más extensa que Rusia, Canadá, China o los Estados Unidos.
Por eso, las simplificaciones sobre Latinoamérica en cuanto a su cultura, diversidades (étnicas, culturales o políticas), y hasta sobre sus potencialidades y capacidades económicas, no conducen a buen puerto. Por consideraciones como estas, resultan particularmente útiles los análisis de la realidad latinoamericana en su conjunto.
Debo destacar, como ejemplo, las contribuciones del académico argentino Daniel Zovatto, hasta hace poco director regional de IDEA Internacional para América Latina y el Caribe, cargo que ocupó desde 1997. Él se distingue tanto por su rigor y sistematicidad como por su notable capacidad de producción intelectual.
Zovatto pone énfasis en lo que, dentro de la coyuntura, llamó “entorno VICA”. Sigla de una dinámica marcada por la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad.
Más allá de la coyuntura, el reciente ritmo latinoamericano ha estado enmarcado por unos de los más intensos rallys electorales de los últimos años. El 2024 es el punto culminante del superciclo electoral 2021-2024: varias elecciones presidenciales y subnacionales. Y sus resultados están trayendo una reconfiguración del mapa político-electoral regional.
Nos recuerda Zovatto que, durante los tres años de este ciclo, se llevaron a cabo once elecciones presidenciales: Ecuador, Perú, Chile, Honduras, Costa Rica, Colombia, Brasil, Paraguay, Guatemala, Ecuador (por la salida adelantada del presidente Guillermo Lasso) y Argentina. Además, lo que Zovatto refirió como la farsa electoral en Nicaragua el 2021.
En estos procesos —variados entre sí—, el investigador identifica varias tendencias dentro de las que destacan siete: voto de castigo a los oficialismos, profunda polarización, necesidad de segundas vueltas para definir la presidencia, reversión de resultados entre la primera y la segunda vuelta, gobiernos fragmentados sin mayoría parlamentaria propia, coaliciones inestables y surgimiento de candidatos populistas con rasgos autoritarios. Esto último, una suerte de extendido lugar común, que obviamente no es fuente de estabilidad o buen gobierno.
En tres de las cuatro elecciones presidenciales del primer semestre del 2024, se observó un cambio de tendencia: del castigo a los oficialismos a la continuidad. En otras, una “onda” de continuismo y de reelección, resultados a contracorriente de la tendencia global predominantemente de anticontinuismo.
En El Salvador, Nayib Bukele logró su reelección por amplio margen, si bien contra la Constitución. En la República Dominicana, Luis Abinader también fue reelegido. Este último sí dentro del orden jurídico vigente. Y en México, la alta popularidad de AMLO le abrió el camino al partido Morena y a la victoria de Claudia Sheinbaum, quien asumirá como presidenta el 1 de octubre.
Solo en Panamá tuvo lugar el voto de castigo, una constante desde las elecciones de 1994: victoria de José Raúl Mulino, candidato del partido Realizando Metas del expresidente Ricardo Martinelli, condenado a 128 meses de prisión por lavado y asilado en la Embajada de Nicaragua en Panamá para evitar la cárcel.
Como bien destaca Zovatto, los claros ganadores de estas cuatro elecciones son partidos que no tienen más de dos décadas de existencia: PRM en la República Dominicana (desprendimiento del PRD), Morena en México, Realizando Metas en Panamá y, el más reciente de todos, Nuevas Ideas en El Salvador. Los tres últimos hechos a la medida de sus líderes y puestos al servicio de estos: AMLO, Ricardo Martinelli y Nayib Bukele, respectivamente.
Como resalta Zovatto, el primer semestre del 2024 deja claras señales de una reconfiguración político-electoral en América Latina. Destaca la emergencia de nuevas fuerzas políticas y el castigo a los partidos tradicionales. Menciona también la preferencia relativa por líderes de centroderecha en varios países, lo que indicaría un cambio en prioridades y expectativas de los votantes.
Durante los primeros dos años del superciclo electoral, la tendencia era el voto de castigo a los oficialismos, con una preferencia hacia los gobiernos de centroizquierda. Desde el 2023, y especialmente en el primer semestre del 2024, esta tendencia ha cambiado. Así, en tres de las cuatro elecciones del 2023 ganaron presidentes de centroderecha: Santiago Peña en Paraguay, Daniel Noboa en Ecuador y Javier Milei en Argentina. Lo mismo ocurrió en tres de las cuatro elecciones presidenciales del recién concluido primer semestre: El Salvador, Panamá y República Dominicana.
La política en América Latina está en plena metamorfosis, y sus próximos capítulos serán cruciales para definir su rumbo, Mientras, la gente va dejando atrás su pasividad y busca estar presente en las decisiones sobre asuntos mayores.
En un contexto así, suena disfuncional que alguien considere en el Perú viable la candidatura presidencial del exdictador Fujimori, condenado, entre otros delitos, por crímenes de lesa humanidad y luego indultado por el Gobierno de Boluarte. En clara violación del derecho internacional, esa candidatura sería inconstitucional. Además, para muchas familias peruanas que fueron víctimas directas del nefasto grupo Colina, sería una provocación y una fuente mayor de discordia y tensión.