El evento apenas había comenzado cuando alguien de entre la multitud —cuchillo en mano— cruzó el anfiteatro y se abalanzó hacia uno de los panelistas con un solo objetivo: matarlo. En un acto reflejo, este pudo detener el primer ataque con la mano, pero no pudo evitar ser derribado mientras el arma entraba una y otra vez en su cuerpo. En total, fue apuñalado 11 veces antes de que el agresor fuese reducido por el público, desarmado y arrestado por las autoridades. Su víctima yacía en el suelo y, aún en shock, podía escuchar las voces desesperadas de su entorno, que trataban de darle primeros auxilios mientras intentaban trasladarlo a alguna clínica cercana en esa mañana de otoño de 2022.
Salman Rushdie, escritor y objetivo del atacante, sabía que ese momento iba a llegar. Había pasado casi la mitad de su vida escoltado por guardaespaldas o en la oscuridad, buscando posponer lo que ahora parecía inevitable y que tomó la forma de un hombre radicalizado que respondía al nombre de Hadi Matar, de ascendencia iraní y con apenas 24 años. El asesino potencial (y ahora reo en la cárcel de Chautauqua, EEUU) había logrado lo que muchos otros habían intentado por años al atacar a quien las autoridades religiosas consideraban un enemigo declarado del Islam.
Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato (Random House, 2024) es la respuesta del escritor al atentado que casi le cuesta la vida pero que lo ha dejado con secuelas físicas y emocionales. En poco más de 200 páginas, Rushdie reconstruye y rememora el proceso de recuperación que le tomó más de un año entre el ataque en un acto público (irónicamente, una charla sobre la importancia de cuidar a los escritores de riesgos externos) y el inicio de la escritura del libro. El tono del libro combina la reflexión con la ironía, todo ello envuelto en una escritura muy cuidadosa que no desaprovecha los diálogos imaginarios.
La sentencia de muerte contra Rushdie comenzó en 1989, luego de la publicación de Los versos satánicos. El ayatola Jomeini condenó al autor por “blasfemia” y exhortó a los “valientes musulmanes” a asesinar a los implicados en su circulación para evitar que la presunta afrenta contra el profeta Mahoma se extendiese. Desde entonces, Rushdie vivió como un hombre marcado. No importa dónde estuviese, su presencia pública era una invitación para que se cumpliese la fatua en manos de cualquiera potencial homicida. Hubo al menos un intento del Gobierno iraní para terminar con la amenaza, pero este fue interrumpido por grupos ortodoxos que mantuvieron vigente la fatua contra el escritor.
La fatua incluía también a los “editores y editoriales” que participaron en el libro. Los traductores del libro fueron particularmente atacados: el italiano Ettore Capriolo, el japonés Hitoshi Igarashi (apuñalado y muerto como consecuencia de las heridas) y William Nygaard, asesinado a tiros muy cerca de su hogar en Oslo. Lejos de menguar, la fatua fue revivida una vez más en agosto de 2022, lo cual motivó directamente el ataque contra el escritor.
La amenaza contra Rushdie se sitúa en una lista lamentablemente larga de amenazas y ataques contra artistas por el radicalismo islámico. A cinco años de la fatua contra Rushdie, el escritor egipcio Naguiz Mafuz (autor de El callejón de los milagros) fue atacado por radicales islamistas. Sobrevivió con secuelas graves, que consiguió sobrellevar con largas sesiones de terapia. El ataque más sangriento se produjo varios años después, cuando una célula islamista entró en las oficinas de la revista Charlie Hebdo y asesinó a 12 personas. Mafuz y el equipo de Charlie Hebdo habían sido señalados como objetivos por sus supuestas ofensas a la religión.
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Cuchillo, según lo manifiesta su autor, es su manera personal de continuar con su vida haciendo frente a uno de los episodios más difíciles que ha tenido que enfrentar. Hay dos personajes centrales en su relato. El primero es su esposa, la poetisa afroamericana Rachel Eliza Griffiths. Habían contraído matrimonio no hace mucho, y luego de superar la pandemia ella tuvo que enfrentar el atentado contra Rushdie. El escritor reconoce que, sin su apoyo, la recuperación física y del trauma dejado por el ataque hubiese sido imposible. Con ello, el relato permite entrar en un entorno más personal y saber cómo la tragedia afectó también a su familia, especialmente a sus hijos.
El otro personaje es, por supuesto, el homicida frustrado. Rushdie se niega a llamarlo por su nombre (lo llama simplemente “A”) y se niega también a hablar con él, pero incluye un diálogo imaginario donde Rushdie intenta comprender qué lo llevó a buscar asesinarlo. Confrontarlo (al menos en la ficción) le permite a Rushdie recordar cómo el arte se impone a la ortodoxia y cómo recibe y abraza “la discusión, la crítica, incluso el rechazo”. “Pero —agrega Rushdie— no la violencia”. Nos enteramos también del proceso de radicalización de “A” y de las sentencias que deberá cumplir en prisión si un jurado lo declara culpable.
Cuchillo debería haber sido un libro innecesario. Ya que el libro ha sido escrito, y que su autor sobrevivió y puede reclamar para sí una victoria contra la muerte, recordemos también a quienes al igual que Rushdie están bajo amenaza por grupos de poder, o sufren el acoso de sectores radicalizados. Estos sectores no necesariamente proclaman fatuas como la de Jomeini, pero lanzan ataques más sutiles, hostigando artistas, opositores y defensores de valores contrarios al de ellos. A veces es una amenaza directa replicada por ejércitos de fanáticos, reales o virtuales. En otras ocasiones, buscan censurar manifestaciones como películas, obras de teatro, esculturas o libros, instigando ataques que deben merecer toda nuestra condena.