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Opinión

Gaza: las atrocidades, la guerra y la paz, por Manuel Rodríguez Cuadros

“Desde la perspectiva estratégica, militar y diplomática, el conflicto desnuda la enorme porosidad de las normas imperativas del derecho internacional, relativas a la paz y seguridad internacionales”. 

larepublica.pe
Columna de Manuel Rodríguez Cuadros

Hannah Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1963), explicó el holocausto de 6 millones de judíos, con  su polémica tesis que asigna la responsabilidad del crimen político extremo  —antes que a las estructuras institucionales—  a la perversión del individuo. Sentó  las bases conceptuales del crimen de genocidio.

El genocidio, sostiene Arendt, más allá de ser un crimen contra un grupo étnico, constituye “un ataque a la diversidad humana como tal, a las características del estatus humano, sin la cual las expresiones  género humano o humanidad dejarían de tener sentido“. Para Arendt, la diversidad es un elemento constitutivo de la condición humana, que afirma la unidad del género humano y la pluralidad de las naciones. Su pensamiento contribuyó a tipificar el delito de genocidio y se erigió en un decisivo antecedente para la creación del derecho penal internacional.

61 años después, el 29 de diciembre de 2023,  el Gobierno de Sudáfrica, que accedió a la democracia de la mano de las luchas de Nelson Mandela contra el apartheid, otra expresión del racismo institucionalizado, presentó contra Israel,  en la Corte Internacional de Justicia,  una demanda por la supuesta comisión del delito de genocidio en contra el pueblo palestino.

La Corte, al admitir la demanda, dictó medidas cautelares. Dispuso que Israel, conforme a la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, debía adoptar todas las medidas necesarias en Gaza para evitar cometer crímenes que tipifiquen como genocidio. Y, a su vez, tomar todas las medidas para impedir y castigar la incitación directa y pública a cometer genocidio contra los palestinos en la franja. El ejército israelí no ha acatado las medidas dictadas por la Corte y los crímenes de guerra son una lacerante continuidad en la guerra.

A los seis meses del conflicto, las cifras son dramáticas. 35.000 palestinos muertos, más que la totalidad de víctimas que hubo en  las guerras de 1948, del Sinaí, de los Seis Días, del Yom Kipur y las intifadas de 1987 y 200-2005.  Las víctimas israelíes rondan las 1.200. Los heridos ascienden a más de 77.000. De los dos millones trescientos mil habitantes en Gaza, el 85% ha evacuado sus hogares, en condiciones desastrosas. La ofensiva israelí ha destruido más de dos terceras partes de todas las estructuras urbanas en el norte de Gaza y una cuarta parte de los edificios en la zona de Jan Yunis, en el sur del territorio. Según el historiador militar norteamericano Robert Pape, entre 1942 y  1945, durante la Segunda Guerra Mundial, los aliados atacaron 51 ciudades y poblados alemanes, destruyendo el 10% de las construcciones del país, en comparación con más del 33 % a que asciende la destrucción en Gaza.

Desde la perspectiva  estratégica, militar y diplomática, el conflicto desnuda la enorme porosidad de las normas imperativas del derecho internacional, relativas a la paz y seguridad internacionales. No solo por la flagrante violación del derecho internacional humanitario y las normas  de la guerra, sino por la impotencia de las Naciones Unidas frente a las políticas de poder.  Así como por la pertinaz determinación de  las fuerzas de defensa de Israel de atacar sin acatar las prohibiciones de cometer crímenes de guerra. Hamás también las violó flagrantemente con el acto de violencia terrorista que dio origen al conflicto.

Ya es una evidencia  que los principales objetivos, declarados por el propio Netanyahu, no se han obtenido con la retaliación militar indiscriminada. La meta de eliminar a Hamás no se ha logrado ni se obtendrá al fin del conflicto  ni en el posconflicto. Hoy el Gobierno israelí negocia con Hamás una solución, exigida por la comunidad internacional. La otra meta,  rescatar a los rehenes, le ha sido también esquiva. Y todo indica que solo la negociación les devolverá a los rehenes la libertad y la vida. 

La violación de las reglas de la guerra, el desprecio por la vida y la seguridad de la población civil, así como la rebeldía frente a las normas imperativas del derecho internacional, dialécticamente se han tornado contra la acción de Israel. Y también dialécticamente han provocado una ola de solidaridad mundial con la causa palestina. Se han abierto fisuras de Israel con los Estados Unidos y la Unión Europea y se ha consolidado una corriente de opinión  ética mundial  solidaria — no con Hamás— con el pueblo palestino.

La guerra en Gaza, como todo conflicto armado, finalmente, se decide en el ámbito de la política. Que usualmente consagra las correlaciones de fuerzas militares. Pero hay casos en que esto no ocurre. Y quien avasalla militarmente puede perder políticamente el conflicto. Es lo que el Instituto Elcano llama “el sentido cognitivo de la guerra”. El propio presidente Biden ha reconocido que “Israel está perdiendo legitimidad internacional por sus bombardeos indiscriminados”.  

Hoy, más que en la fase previa al conflicto, los poderes en el Oriente Medio, los Estados Unidos, la China, la Unión Europea, Rusia, las Naciones Unidas y la enorme mayoría de la comunidad internacional, saben que la única solución sostenible al conflicto es la fórmula de dos Estados. Y previsiblemente ese camino se recorrerá, más temprano que tarde. 

Como en todos los conflictos, la guerra en Gaza superpone al conflicto la búsqueda de una solución pactada. Las negociaciones  ente Israel y Hamás se retomaron el 7 de mayo. Y  parecería que hay avances. Pero también discrepancias que aún impiden un acuerdo, deseado,  sin eufemismos, por la humanidad entera.

 Diversas fuentes acreditadas indican que se habría avanzado en una solución en tres fases. Una primera, de 40 días de tregua, en la que se liberarían 33 rehenes del total de los  128 retenidos por Hamás; el Ejército israelí iniciaría un retiro progresivo. La segunda fase comprendería un periodo de 42 días de alto al fuego, durante el cual se liberarían los rehenes restantes y se establecería un proceso de “calma sostenible”. La tercera fase, de 42 días, también se concentraría en el intercambio de prisioneros y combatientes fallecidos.

Las coincidencias parecen estar avanzadas. Restaría, entre otras discrepancias menores,  un nudo gordiano. La comprensión de lo que  debe entenderse por “calma sostenible”, que califica la situación que sobrevendría al conflicto. Para Hamás, “la calma sostenible” sería  interpretada como un cese permanente de las hostilidades y una retirada completa de los soldados israelíes de la Franja de Gaza. Israel tendría un entendimiento distinto. Se trataría de una situación temporal, pues se opondría —en principio— a explicitar un alto al fuego permanente o el fin de la guerra. En esta fase, las operaciones militares ya son parte de la negociación. La posibilidad anunciada de tornar masivo el ataque a Rafah podría estar vinculada a la evolución de las negociaciones.