Luego de dirigirse al país y pregonar que era un reloj de antaño y comprado con plata producto de su esfuerzo, la presidenta del Perú y su defensa nos exponen una estrategia legal tan cínica como lo es la barata manipulación de plantear que cualquier cuestionamiento a su persona y a sus actos públicos es atentar contra la patria. Ahora resulta que el adinerado gobernador regional de Ayacucho, el señor Wilfredo Oscorima, compra un Rolex el día del cumpleaños de la presidenta, pero no se lo regala, sino solo se lo presta. Se lo presta por su cumpleaños y ella, mujer discriminada del ande profundo, exministra de Desarrollo e Inclusión social, supuesta conocedora de la pobreza y de la anemia, pues lo usa, no más.
Usa también pulseras y collares que ahora baratea, pero que dicen mucho. La primera presidente mujer del Perú es aquello, aquello tan pobre y tan anémico de dignidad. Pensar que solo un día antes, el abogado del señor Oscorima declaró a la prensa que su cliente no había prestado nada. Todo resulta demasiado burdo. Dina Boluarte presume, y mucho, también pulseras, collares y otros relojes que ahora niega y baratea recurriendo a la vieja confiable de su origen humilde.
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Las joyas y el lujo, sin embargo, no solo pueden esconder o camuflar trampas o desbalances patrimoniales, corrupción, sino también mucha precariedad humana. Propongo detenernos aquí, para analizar, más allá de lo penal y político, aunque sean ángulos inseparables, el tema de las joyas desde el punto de vista psicológico. Recurro, esta vez, a Abraham Harold Maslow —psicólogo estadounidense, uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología humanista—, quien ha escrito sobre este tema.
Según Maslow, desde los albores de la humanidad, la joyería está directamente relacionada con el reconocimiento social, los cargos y las jerarquías. Saliendo del ámbito de las grandes culturas, en nuestros tiempos, hablamos de una primitiva carencia psicológica que se calma cuando los seres humanos cuidan de sí mismos físicamente, por ejemplo. Las joyas en exceso denotan necesidades de pertenencia a un grupo social o una necesidad de aceptación, a secas, lo cual está directamente relacionado con la apariencia. Sin embargo, también se relaciona con la necesidad desesperada de mejorar la autoestima.
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Una vez lucidas las joyas, los individuos que las ostentan por fin se sienten cómodos con lo que, supuestamente, han conseguido porque las joyas se lo validan. Esto incluye el éxito, así como también satisfacer una urgencia de respeto, reputación, prestigio y estatus, fundamentalmente desde una autopercepción muy frágil; aunque el autor menciona que también todo esto se consigue por la percepción que los demás le transmiten al individuo sobre sí mismo.
Sabido es que muchas personas construyen su seguridad observando la manera en que son percibidas por el resto, por el prójimo, apoyándose en la forma de vestir, los artículos que portan, el auto y en las actitudes que adoptan en distintos espacios. En nuestros tiempos: redes sociales para el común de los mortales, apariciones públicas para una presidente.
Dicho esto, Boluarte demoró semanas paralizando al país, para mentirnos, echándole la culpa a su abogado. El problema es que —como todo indica— las joyas serían solo el inicio del hilo de una madeja que pasa por sus cuentas, por el dinero detectado por la UIF y un aparente desbalance patrimonial. Por otro lado, un día después de haber aprobado, por insistencia, que los profesores descalificados formen parte del magisterio, el Congreso la blinda y la sostiene. El pacto con el Congreso es infame, pero es pacto.