No debería haber sido una sorpresa la votación que le dio la confianza al gabinete Adrianzén, como lo requiere el artículo 130° aún vigente de la constitución. Como tampoco debería generar extrañeza el rechazo a las mociones de vacancia de la presidenta Dina Boluarte.
Ambas votaciones, en la que 70 congresistas apoyaron al gabinete, y la que ocurrirá con las mociones para destituir a Boluarte —si se llegan a admitir—, son dos caras de la misma moneda que no implican ninguna simpatía por el gobierno, sino un análisis de pura conveniencia de que, por ahora, su permanencia es preferible al final adelantado.
Eso explica la aparente contradicción entre los discursos encendidos contra el gobierno que se vieron en el hemiciclo el miércoles, y la ausencia de elogios o falta de expectativa por el nuevo gabinete, y la votación holgada a su favor que logró al final de la jornada.
Hay razones para apoyar la salida temprana de Boluarte, desde las muertes no explicadas en las protestas político-sociales al inicio de su gobierno, hasta las denuncias por enriquecimiento ilícito, para no hablar de una administración gubernamental mediocre.
Hay razones, también, para discrepar del abreviamiento de esta presidencia, como que ambos casos se investigan en las fiscalías —a distinta velocidad, la segunda con más rapidez que la primera—, o que despedir a un gobierno por mediocridad no está previsto en la constitución, según la cual el mandato debiera llegar hasta el 2026.
En esas evaluaciones confluyen posiciones políticas, pero, también, razones prácticas como las consecuencias de un octavo presidente en nueve años; lo inviable de poner a un miembro de un congreso con tan mala reputación como el actual en palacio; o el impacto económico —en las empresas y principalmente en las familias— de la incertidumbre de los recambios en el poder.
Tiene, por ello, razón Mirko Lauer cuando en su columna de ayer señaló que “vemos gente impaciente buscando acelerar la partida de Boluarte. Pero lo que prácticamente no vemos es gente preparándose para el momento en que esa partida suceda”.
Del wishful thinking de quienes quieren sacar a Boluarte, al realpolitik de quienes aún la quieren en palacio.