Quienes han salido a las calles a protestar en Cuba contra los apagones (a veces de 18 horas al día) y la ausencia de medicinas y otros bienes esenciales han sido llamados enemigos de la revolución. El mundo no se ha sorprendido, pues las protestas se han vuelto algo recurrente en la isla, a pesar de los draconianos castigos que aplican al pueblo sus supuestos benefactores.
Lo que comienza a sorprender a estas alturas es el recurso al desgastado argumento de la revolución y sus soldados amenazados por el pueblo. Pues a estas alturas lo que sucede en Cuba se parece más a Nicaragua, El Salvador o Venezuela, donde las dictaduras no se reclaman como revoluciones, sino como cualquier otra cosa.
El bloqueo de los EEUU es otro argumento trucho de toda hora. Cuba ha mantenido relaciones comerciales con buena parte de la Unión Europea y todos los países de América Latina, lo cual atrajo inversiones importantes para la isla. El veto yanqui no pudo interferir con eso, pero los jerarcas cubanos no pudieron aprovecharlo cabalmente.
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Sin duda hubo un momento que se puede llamar revolucionario, cuando el Gobierno realizó expropiaciones, repartió activos de los propietarios en fuga a Miami, y puso algunos derechos progresistas sobre el papel. Fue una hora de igualitarismo, en que la comparación con el sórdido dictador-caficho Fulgencio Batista tenía cierto grado de sentido.
Muy pronto la cúpula cubana contrajo el hábito de pasar el sombrero. Ostensiblemente como víctima del bloqueo, y veladamente como portaaviones pegado a las costas de La Florida. Primero las compras rusas de azúcar, y luego los donativos de petróleo venezolano. Recursos que sirvieron para todo menos resolver necesidades materiales del pueblo.
Hoy el heredero de los Castro se aferra a la palabra revolución para enfrentar a un pueblo indignado. Pero es que tanto pasar el sombrero ha vuelto a los burócratas cubanos pésimos administradores, y peores proveedores de necesidades populares. En el fondo es la lección estalinista que identifica lo popular con lo militar, y así sobrevive.
Las multitudes que protestan en estos días son comprensiblemente mansas, pues los castigos contra la libertad de expresión son muy severos. Ahora que los intentos de hacer capitalismo de Estado o promover negocios privados han fracasado en términos generales, la expresión revolución cubana deja un sabor amargo.