Cargando...
Opinión

Nuestra banalidad del mal, por Jorge Bruce

“Las intervenciones grotescas de grupos fascistoides como ‘La Resistencia’ no deben ser tomadas a la ligera. La manera en que son tolerados por la PNP y los serenazgos anuncia que son parte de un proyecto de poder”.

larepublica.pe
BRUCE

La célebre frase acerca de la banalidad del mal fue acuñada por la filósofa Hannah Arendt, con ocasión del juicio al funcionario nazi Adolf Eichmann. El alemán había sido secuestrado por los servicios secretos israelíes en Buenos Aires, y llevado en secreto a Tel Aviv (Eichmann tenía aliados poderosos en Argentina) para ser juzgado por genocidio contra el pueblo judío y crímenes contra la humanidad. El oficial alemán había sido el responsable de organizar la deportación de los judíos a los campos de concentración, donde la mayoría serían exterminados. Miles de periodistas del mundo entero acudieron al juicio, el cual terminó con la condena a muerte del acusado, quien fue ahorcado cerca de Tel Aviv en 1962.

Sin embargo, Arendt no se limitó a relatar, para la revista The New Yorker, las incidencias del proceso. En paralelo efectuó un profundo y minucioso análisis de la personalidad del procesado. De este modo escribió lo siguiente: “Fue como si en aquellos últimos minutos [Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.”

En estos días se puede ver en Lima una película extraordinaria —Zona de interés— acerca no de Eichmann sino de Rudolf Höss, amigo del anterior y por entonces director del campo de concentración de Auschwitz, en Polonia. El filme es dirigido por Jonathan Glazer y obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes, entre otros premios. Muestra de manera tan perturbadora como sobrecogedora, en su aparente normalidad, la vida del director del campo, en una casa colindante con el mismo. La mayor parte de la historia transcurre en escenas cotidianas de la vida familiar: paseos a caballo, juegos en la piscina, comidas, cumpleaños y todo aquello que se espera de una familia acomodada con varios hijos, cuya vida transcurre en una casa cómoda rodeada de un cuidado y amplio jardín.

De vez en cuando se observa, tras un gran muro, parte de los edificios del campo. Alguna vez se divisa el humo y el pitido del tren que está llegando, con el cargamento que los espectadores sabemos. A lo lejos se divisa una de las grandes chimeneas humeantes. De esta manera se sugiere lo que está ocurriendo en lo que hoy es uno de los mayores lugares de peregrinación, para que nunca se olvide el horror absoluto de lo que ahí sucedió.

La caracterización de Arendt sobre Eichmann, que podría ser la misma de Höss, es la de un burócrata desapasionado, preocupado por cumplir con la mayor eficiencia posible la tarea que le ha encomendado el Tercer Reich. Es hasta cómico escucharlo cuando dicta cartas por teléfono y termina diciendo: “Heil Hitler, etcétera”. En ningún momento actúa como esos SS de caricatura, que vociferan órdenes y golpean sus tacones levantando el brazo recto, enfundados en sus elegantes uniformes diseñados por Hugo Boss. Más bien se le observa sereno, enfocado, vestido de civil como un alto ejecutivo empresarial. Pero la silueta ominosa del campo y lo que sabemos, sobre todo a través de ciertos ruidos y reacciones aisladas de algunas personas en la casa, no nos permiten olvidar que a pocos metros se está cometiendo uno de los actos más emblemáticos de la inhumanidad.

Adonde quiero llegar es a la inquietante familiaridad de esa negación que normaliza la atrocidad. Cuando Sendero Luminoso y las FFAA cometían crímenes indescriptibles en Ayacucho, la vida continuaba su curso en los principales centros urbanos de la costa. Como si nada estuviera pasando. Cuando el GEIN capturó a Abimael Guzmán, Montesinos armó una puesta en escena para hacerlo pasar por una bestia sanguinaria, mostrándolo encerrado en una jaula, ataviado con un ridículo traje de reo, salido de las historietas del pato Donald. Sus actos fueron calificados —lo siguen siendo— de monstruosos. Es decir, no cometidos por un ser humano, sino por un ser que no pertenece a la condición humana. Paradójicamente, nunca se empleó el término “monstruoso” para referirse a los crímenes del grupo Colina. Tampoco he visto que se utilicen palabras que lo coloquen al margen de la especie en el caso de Montesinos, menos aún de Fujimori. Sin embargo, ambos han sido hallados culpables de crímenes gravísimos, de lesa humanidad.

Lo cual no ha impedido que Fujimori sea indultado y se pasee, orondo y tomándose selfies con guapas fans, por el Jockey Plaza. En una palmaria demostración de que todos esos gestos agónicos eran un simulacro destinado a embaucarnos. Aclaremos. No pretendo equiparar a los personajes citados con los perpetradores de la Shoah. No hay comparación posible, pese a que se cometieron crímenes desgarradores. El sistema nazi implicaba la voluntad expresa de exterminar al pueblo judío. El conflicto armado interno peruano desató un infierno tanático de una década, pero jamás existió el propósito de aniquilar a determinado grupo humano. Por lo menos no de manera consciente y deliberada (en ocasiones me he preguntado si no existía la intención inconsciente de eliminar a los “indios”).

Lo que sí ocurrió, y esto es lo que Zona de interés me reveló, fue una masiva desmentida de las masacres en los Andes centrales. Más aún, esto sigue ocurriendo en el régimen actual. La alegre indiferencia de la presidenta Boluarte ante las ejecuciones extrajudiciales de casi medio centenar de compatriotas continúa echando sal sobre las heridas de los familiares de los asesinados por las fuerzas del orden. Peor aún: se les achaca la responsabilidad a los muertos o a los supuestos azuzadores de las protestas.

Es relevante insistir en este punto: la tragedia narrada con sutileza y brillantez en Zona de interés también se inició con discursos vacíos, descalificaciones violentas del otro, búsqueda de chivos expiatorios. Por eso, las intervenciones grotescas de grupos fascistoides como ‘La Resistencia’ no deben ser tomadas a la ligera. La manera en que son tolerados por la PNP y los serenazgos anuncian que son parte de un proyecto de poder. Un poder en principio al servicio de la corrupción, pero todos sabemos con qué facilidad esos proyectos de copamiento degeneran en dominación abusiva e ilegal.

Arrinconar al periodismo independiente, expulsándolo de los medios masivos y obligándolo a recluirse en medios alternativos, es una de las maneras en que esas fuerzas dictatoriales esperan consolidarse. El periodista Gustavo Gorriti ocupa ahora el lugar que antes se le daba a Soros: el supuesto master mind de la supuesta conspiración caviar. Una vez designado el enemigo, se concentran todos los instrumentos a su disposición para consolidar esa narrativa disparatada pero funcional a sus intereses ilegales: depredación de la Amazonía, restitución de las universidades ilegales, control de la educación escolar, minería y transporte informales e ilegales, etcétera (casi escribo Heil Hitler, etcétera).

Porque si bien la historia se repite, pasando de tragedia a farsa, como nos enseñó Marx en El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte, Slavoj Zizek nos recuerda que en ocasiones la farsa puede terminar siendo más terrorífica que la tragedia original.