Si hay un verbo que define el periodo político que hoy vive el Perú es el de “durar”. Los sinónimos que ofrece el castellano son muchos: resistir, aguantar, continuar, seguir, subsistir, perdurar, persistir, alargarse, prolongarse. La definición de la RAE dice: “continuar siendo”. Y como bien sabemos, lo que anhela seguir siendo, no puede ser cosa distinta de lo que ya es. Por esa razón no hay ninguna esperanza de cambio para los meses venideros, ni para los años 2024 y 2025. Lo que es, seguirá siendo. Durar es el verbo, y duro el adjetivo. Lo que es duro “no se presta a recibir nueva forma” dice el diccionario.
El Gobierno de Boluarte, cuya agenda de punto único ha quedado más que clara en los 12 últimos meses, tiene un triunfo para exhibir: está durando. ¿Por qué entonces cambiar de rumbo si el objetivo está cumplido? ¿Quién haría algo diferente si lo que está haciendo garantiza el resultado actual? Visto desde esa perspectiva todo lo que le podemos criticar al régimen le es irrelevante, ¿inseguridad ciudadana con cifras de espanto? ¿Recesión negada y déficit fiscal maquillado? ¿Obras inconclusas frente a un requeteanunciado El Niño? ¿Corrupción parlamentaria y dispendio presupuestal del Congreso? Nada de eso importa. Lo que importa es durar. Un día a la vez y cada día con su afán.
El Gobierno basa su evidente éxito, de propósito único, apoyado en dos columnas. La primera, un pacto de facto con el Congreso. ¿Interesa que Boluarte ganara el 2021 pidiendo una asamblea constituyente? ¿Importan sus 16 meses como leal ministra de Castillo? ¿Se recuerda que el Congreso estuvo a punto de inhabilitarla por sus gestiones, mientras era ministra, a favor del club Apurímac? Todo es irrelevante frente a una realidad contundente. Como segunda vicepresidenta, su sucesor solo puede ser un congresista y este tiene que llamar a elecciones de inmediato. Cae Dina, se va el Congreso. La mutua conveniencia obliga a la convivencia.
Hay, sin embargo, un problema. Boluarte/Otárola tienen como único objetivo el poder. Los 130 parlamentarios quieren, además del poder, algunas cositas más. Por ejemplo, un presupuesto público desbordado para gastar, en ellos mismos, como nunca se ha visto en el Perú. Todos los vicios de una incorrecta administración pública están exacerbados: clientelismo, nepotismo, ausencia de meritocracia, cuando no estamos hablando de corrupción pura y dura, amparada por el propio Parlamento haciendo malabares jurídicos para justificar lo que sea.
El Congreso ofrece al Ejecutivo cierta protección de los organismos que controla directa o indirectamente. Tal es el caso del defensor del Pueblo o del Tribunal Constitucional. Pero requiere que el Ejecutivo se someta a sus pedidos, al punto que el Gobierno puede desacatar una resolución de la Corte IDH y hacerse el loco diciendo que no ha ocurrido lo que todo el continente ha visto. Los organismos que aún no dominan en el sistema electoral y el sistema de justicia están siempre en la mira, luego de la caída de Benavides que fue funcional a los intereses del pacto hasta que cometió el error de disparar hacia Boluarte. El retirado proyecto de Chiabra fue solo un globo de ensayo que salió muy mal.
La segunda columna de apoyo es la que brinda la población. Entiéndase bien. No es que el Ejecutivo o el Legislativo sean populares. No solo no lo son, son profundamente detestados. Ninguno de los poderes del Estado pasa de 10% de aprobación. Sin embargo, no hay una ciudadanía que masivamente proteste contra el actual estado de cosas. Indiferencia, hartazgo, miedo (la represión ha sido dura para poder durar), complacencia con la corrupción, desesperanza; diagnostíquelo como quiera. Hay un divorcio profundo entre el descontento masivo y la acción frente a esa circunstancia. No hay, para la gran mayoría, un futuro que se nos escapa de las manos, por el cual vale la pena luchar. Solo un presente mediocre hacia el abismo, que garantiza que todo será igual y una resignación extendida que lo acepta.
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¿Importa un cambio de ministros ya desastrosos? En otras circunstancias varios ministros, empezando por el de Economía, estarían en sus casas, despedidos por el presidente o censurados por el Congreso (que apenas ha censurado uno en un año), pero estos han aprendido de sus mentores que la única tarea que tienen pendiente es la misma: durar. ¿Para qué? Eso es irrelevante.