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Opinión

Milei: Libertad económica es más importante que libertad política, por Humberto Campodónico

Ahora la política y la sociedad están subordinadas a la economía. Es urgente pensar alternativas económicas que consideren experiencias de otros países exitosos como los del sudeste asiático.

larepublica.pe
CAMPODÓNICO

El triunfo de Milei en las elecciones argentinas (56 a 44%) ha vuelto a traer a la agenda política a un viejo conocido, el neoliberalismo. Y, ahora, con la aplicación del Decreto de Necesidad y Urgencia y el programa económico, también están en agenda sus relaciones con la democracia política.

Un poco de historia económica

En 1776, el economista escocés Adam Smith dijo que el egoísmo económico de cada uno de los actores del mercado buscando su beneficio se topaba con una mano invisible que procuraba −y lograba− el bienestar de toda la sociedad. Como nos lo recuerda Jacob Viner, de Chicago, el pensamiento de Smith tenía un fuerte ingrediente religioso.

Para los liberales clásicos, el mercado es un medio para lograr un fin: el bien común. Agregaban que toda oferta de bienes genera su propia demanda. Por tanto, la sumatoria de todas las actividades en el mercado tendería siempre al equilibrio de todos los factores −capital y trabajo− y, por lo tanto, al pleno empleo de cada uno de ellos. El mercado se autorregula.

Todo fue más o menos bien hasta la I Guerra Mundial, el crack de la Bolsa del 29 y la Gran Depresión de los años 30. Dice el historiador Eric Hobsbawm que el descrédito del liberalismo económico clásico fue total pues los problemas no se resolvieron con la ley de la oferta y la demanda.

Allí nace el keynesianismo con su economía mixta y Estado de bienestar, que logró superar la crisis del 30 con el “New Deal” y se mantuvo vigente hasta los años 70 del siglo pasado.

Nace el neoliberalismo

En esa época, un grupo de economistas comienza a reunirse para recuperar la vigencia del desacreditado liberalismo. Los mentores son los economistas austriacos Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, sobre todo el último. Con reuniones en París, en 1938, y en Suiza en 1947, logran crear una fuerte comunidad de economistas, a la cual llamaron oficialmente neoliberal, para diferenciarse del liberalismo clásico.

Que después el término haya cobrado vida propia y tenga significados al gusto del cliente es harina de otro costal. También que una cosa es la filosofía del neoliberalismo y otra su programa económico, como lo señala Efraín Gonzales en su último libro. Hasta ahora, aquí estamos en lo primero.

Veamos sus planteamientos. Uno, la libertad económica es más importante que la libertad política, pues es en el mercado donde se puede ser realmente libre. Lo dice Milton Friedman en La libertad de elegir. Y también Hayek en su visita a Pinochet en 1977: “No he sido capaz de encontrar una persona en Chile que no esté de acuerdo con que la libertad personal es mucho mayor bajo Pinochet que con Allende”.

Esto le valió una fuerte crítica de su admirador Mario Vargas Llosa en La llamada de la tribu: “Pero algunas de sus convicciones son difícilmente compartibles por un auténtico demócrata como que una dictadura que practica una economía liberal es preferible a una democracia que no lo hace. Así, llegó al extremo de afirmar en dos ocasiones que bajo la dictadura militar de Pinochet había mucho más libertad que en el Gobierno democrático populista y socializante de Allende, lo que le ganó una merecida tempestad”.

Para los liberales clásicos, el mercado es un medio para el bienestar común. Para los neoliberales, el mercado, a la vez, el medio y el fin. La señora Thatcher afirmaba la doctrina TINA, There is no alternative (No hay alternativa).

Dos, la desigualdad. Para los liberales clásicos, esta sería corregida por la mano invisible. Luego, la Iglesia con la doctrina de la Justicia Social analiza los problemas tanto del socialismo como del liberalismo económico. Comienza en 1891 con Rerum novarum hasta Laudato si del papa Francisco.

Para Milei, y eso viene de Hayek, la justicia social es un robo, pues se trata de quitarles a unos (mediante los impuestos) para darles a otros, medida que va contra el libre mercado: si algunos (que en verdad son muchos) no tienen los ingresos suficientes, pues bien, ese es su problema; que se pongan a trabajar para salir de su situación.

Esta aseveración presupone que los actores en el mercado tienen el mismo punto de partida: económico, social y cultural. No es así, claro está. La medida de desigualdad (el coeficiente Gini) es el mismo en los países de la OCDE que en América Latina. Antes de impuestos. Una vez recaudados, la desigualdad en la OCDE se sitúa en 0,32, mientras en América Latina se queda en 0,47. El presupuesto público permite aplicar medidas y políticas para disminuir la desigualdad. Claro, siempre que haya una recaudación acorde.

Podríamos seguir. Está el tema del cambio climático. Si el crecimiento económico desde la Revolución Industrial del siglo 18 nos ha llevado a esta situación, entonces algo está mal y, por tanto, los Estados tienen que intervenir de manera concertada, con Naciones Unidas, para frenar los gases de efecto invernadero. No, dice Milei: “La elevación de la temperatura es un problema cíclico. Si los precios fueran libres, no habría ningún tipo de problema. El Estado no debe intervenir”.

Los economistas neoliberales volvieron a los puestos de gobierno desde 1980 con los gobiernos de Reagan y Thatcher, con gran aceptación en el inicio de la globalización. Sin embargo, en el 2008, el sistema financiero mundial globalizado y totalmente desregulado colapsó por la crisis que tuvo como detonantes a los bonos basura hipotecarios. La Gran Recesión de EEUU, que se extendió a todo el mundo, nos volvió a decir: los mercados no se “autorregulan”. Ha llegado el momento de mirar a las economías asiáticas y su modelo de economía mixta que hoy crece.

De vuelta al futuro

Los problemas de la Argentina son ampliamente conocidos, así como también la frustración ciudadana, que dura décadas. Lo cual incluye desgobierno y corrupción. La gente pide “que se vayan todos”. Aquí lo conocemos bien, desde Fujimori en 1990 hasta Castillo en el 2021. En Brasil y El Salvador ganaron Bolsonaro y Bukele en el 2019. En México, Colombia y Chile, si bien hace poco ganaron partidos con cierta trayectoria, los planteamientos eran radicales.

Ese hartazgo permitió la entrada del neoliberal Javier Milei, a quien no le gusta el término. Surgió de la nada y derrotó a “la casta”. Notable. Pero al asumir la presidencia, se ha aliado con la más rancia casta de la ultraderecha de toda la vida.

Milei acaba de lanzar un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU), a la vez que un paquete de liberalización y desregulación de la economía, así como la privatización de las empresas públicas, entre muchas otras. Pasamos de la filosofía al programa económico. Se aprecia un apego casi total a lo primero. Para Milei la teoría es la realidad.

Que el nuevo presidente tiene el derecho de aplicar sus políticas, lo tiene. En otro artículo analizaremos si el shock de reducción de demanda que se ha planteado (impacto de 5% en el PBI) puede parar la inflación y la devaluación. Con un frenazo de esa naturaleza, la economía se va a parar, de todas maneras. Pero ¿eso le alcanza?

Las otras medidas se refieren a la desregulación, en todos sus niveles. Estos programas se han aplicado antes (con Domingo Cavallo en los 90). Y terminaron muy mal. Es cierto que la economía y el comercio han estado sobrerreguladas. ¿Pero la sola desregulación va a funcionar? No. Está comprobado, con solo los dos botones de muestra de 1930 y del 2008, que  los mercados no se autorregulan.

Hay muchos temas a analizar: ¿El costo afecta a todos por igual? ¿Cómo les va a ir a los informales con una economía en recesión? ¿El alineamiento geopolítico (salida del BRICS) será solo para refinanciar su deuda o para alinearse con el hegemón?

Sus medidas son cuestionadas porque irían en contra de la Constitución. La más grave es el proyecto de ley de emergencia que pide plenos poderes al Congreso en todos los ámbitos hasta el 2025, e incluso extenderlos hasta 2027, cuando finalizaría su presidencia, para que “pueda avanzar la libertad”. ¿Eso es equilibrio de poderes? Ya se está diciendo: “Los argentinos elegimos un presidente, no un emperador”.

Para terminar, la teoría nos dice que Milei cree firmemente en la superioridad de la libertad económica, lo que tiene implicancias antidemocráticas. Hayek dijo: “Ninguno de los dos sistemas excluye necesariamente al opuesto. Una democracia puede muy bien esgrimir poderes totalitarios, y es concebible que un autoritario actúe sobre la base de principios liberales”. (Los fundamentos de la libertad, 1988). Su alumno está en las andadas y esa ansia de poder total es muy peligrosa.