En el marco del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, se hace necesario, otra vez, reflexionar sobre esta problemática estructural y sistemática. No solo con relación a las manifestaciones más crudas y extremas, como son los hechos de feminicidio o violación sexual, sino también en la forma en que estos son representados en los medios de comunicación. Porque los estereotipos y roles de género que se normalizan y perpetúan en el abordaje de estos sucesos son violencia también.
Hace 8 años, vimos en bucle en televisión nacional, cómo Adriano Pozo arrastraba y golpeaba a Arlette Contreras por el pasillo de un hotel en Ayacucho. Este emblemático caso, que convocó marchas históricas y masivas contra la violencia de género y la indolencia de las autoridades, también reveló de qué manera los medios pueden revictimizar y contribuir a la normalización de estereotipos de género que desvían la atención en lugar de abordar el hecho, condenándolo, contextualizándolo y profundizando respecto a sus causas.
Por el contrario, el tratamiento actual de la violencia de género y la representación de las mujeres en general continúa siendo problemática. Son víctimas, villanas, hipersexualizadas u objeto de burla. No hay espacio para complejizar. Esto alimenta la construcción de narrativas que justifican, promueven y minimizan la violencia. Como consecuencia, se perpetúa la desigualdad.
Lo enunciativo ya no es suficiente. La mayoría está (o dice estar) en contra de la violencia contra las mujeres. Por ello, es crucial adoptar un enfoque más crítico y contundente que tenga como base la idea de que las comunicadoras, comunicadores y periodistas, no solo informan. Hay una responsabilidad mayor en evitar la revictimización, el sensacionalismo y en exponer las raíces sistémicas de la violencia de género. El imaginario colectivo es moldeado por la información que se recibe y, por ende, por la forma en la que está construida. Es necesario que esta esté atravesada por empatía y respeto.
La reproducción de un mensaje sexista y xenofóbico como el que se comentó en el programa A presión entre risas es prueba de cómo la banalización de una situación delicada como es la de muchas ciudadanas venezolanas migrantes en el Perú, es después legitimada por personas cuya opinión tiene un altísimo alcance. En un contexto así, la educación mediática es fundamental tanto para emisores como receptores. Tratar y consumir críticamente la información es determinante en la prevención de la violencia de género.
A dos días de reivindicar un nuevo #25N, recordemos que la lucha contra la violencia hacia las mujeres va más allá de la erradicación de actos físicos violentos. Se trata también de transformar la forma en que se conceptualiza y representa. Al cuestionar narrativas nocivas que solo legitiman la misoginia se contribuye en la construcción de una sociedad más justa.