Cada día se amplía y profundiza más el abismo que separa al Perú oficial del Perú real. Este hecho se explica porque el Perú oficial está gobernado por un conjunto de mafias cuya tarea central es asaltar y vivir del fisco y cuya preocupación fundamental es perpetuarse en el poder. Estas mafias levitan, se apoyan en una distorsionada constitucionalidad, pero carecen de legitimidad. Nueve de cada diez peruanos las repudian.
¿Por qué se mantienen estas mafias en el poder oficial? Porque los poderes fácticos las sostienen, más allá de las críticas esporádicas e hipócritas de la prensa concentrada, y porque las protestas sociales han amainado, pero siguen latentes. Los grandes empresarios, un pilar central de los poderes fácticos, piden, sin embargo, confianza a las mafias del poder oficial y a los peruanos del país real para salir de la recesión e impulsar el crecimiento.
La confianza es un sentimiento básico que permite la convivencia entre los seres humanos. Sin confianza, no hay amor ni familia, no hay sociedad civil, no hay Estado ni democracia. Hegel sostiene que la eticidad, el momento más alto de la racionalidad y de la universalidad, se basa en la confianza. Pero para los empresarios la confianza combina la obediencia con la dominación y la explotación.
PUEDES VER: La estabilidad política bamba, por Sinesio López
Según Adam Przeworski y Michael Wallerstein, en una sociedad capitalista no queda otra cosa que someterse a la lógica que imponen los dueños del capital. A través de la inversión que determina la producción, el empleo y el consumo de todos, los capitalistas construyen dos jaulas de hierro, una para la sociedad y otra para el Estado. Los diversos grupos sociales tienen que modular sus demandas, aspiraciones y acciones de acuerdo con el nivel de voracidad de los dueños del capital. Las decisiones privadas de inversión tienen consecuencias públicas y de larga duración: determinan las posibilidades futuras de la producción, el empleo y el consumo de todos.
Debido a que las posibilidades futuras de consumo dependen de la inversión privada, todos los grupos sociales se ven limitados (en la búsqueda de sus intereses materiales) por el efecto que pueden tener sus acciones sobre la voluntad de invertir de los dueños del capital, la misma que depende, a su vez, de la rentabilidad de la inversión. En una sociedad capitalista, el intercambio entre el consumo presente y futuro de todos pasa por un trade-off entre el consumo de quienes no poseen un capital propio y las ganancias de los que lo poseen.
La razón por la cual el Estado es estructuralmente dependiente es que ningún Gobierno puede al mismo tiempo reducir las utilidades y aumentar la inversión. Las empresas invierten en función de los rendimientos esperados, las políticas de transferencia de ingresos fuera de los dueños del capital reducen la tasa de retorno y, por tanto, de la inversión. Los Gobiernos se enfrentan a un trade-off entre distribución y crecimiento, entre la igualdad y la eficiencia. Incluso los Gobiernos populares y protrabajadores se ven sometidos a la lógica de hierro del capital. Las mafias del poder oficial ya se han entregado de pies y manos a la voracidad de los grandes empresarios.