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Opinión

Cuando muere la esperanza, por Ramiro Escobar

“Al cerrar estas líneas, Unicef ha informado que los niños muertos en la Franja de Gaza son más de 3.000 [...] A la vez, hay por lo menos 20 niños israelíes secuestrados por Hamás, y varios más muertos”.

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ESCOBAR

Habitualmente, al presentarse un problema en las sociedades humanas, los ciudadanos e incluso las autoridades extraen del saco de la desesperación una frase clásica: “Los niños y los jóvenes son el futuro, la esperanza de que las cosas cambien”. ¿Pero qué pasa cuando esas pequeñas esperanzas —de cuerpo, alma y espíritu— caen fulminadas en medio de una guerra tan despiadada?

Al cerrar estas líneas, Unicef ha informado que los niños muertos en la Franja de Gaza son más de 3.000. Es decir, miles de infantes que, en un día milagroso, podrían haber sido ciudadanos juiciosos, acaso líderes para la paz. A la vez, hay por lo menos 20 niños israelíes secuestrados por Hamás, y varios más muertos como parte de las desalmadas incursiones del grupo islamista.

La desproporción de las cifras es desoladora y decidora. Pero en verdad un niño victimado, uno solo, del origen que sea, ya debería haber alentado —en los soldados y en la población— la conciencia de que se ha cruzado el límite de lo brutal, de lo inhumano. El futuro de Palestina e Israel está siendo destrozado en el presente. Las pequeñas esperanzas han sido asesinadas.

Tan turbados están los protagonistas —o entusiastas— de esta guerra sin rumbo que, incluso, se ha manipulado irresponsablemente las noticias sobre los niños fallecidos. Según la periodista de la BBC Marianna Spring, especializada en desinformación, en los inicios del conflicto se informó sobre la muerte en Gaza de un niño llamado Omar, como consecuencia de un bombardeo.

En las redes sociales, los partidarios de no creerle nada a los palestinos, o peor aún de creer que todos ellos se merecen lo que está ocurriendo, soltaron la versión de que su cadáver, que aparece en una foto cargado por un hombre, era en realidad un muñeco. Spring exploró el origen de la noticia, llegó a contactar al fotógrafo que hizo la toma y comprobó que Omar no era un pelele.

Pero, bueno, no importa destrozar los sentimientos de Yasmeen, su madre. No importa porque, según ese torpe adagio aún vigente, en la guerra todo vale. Como tampoco importa que días después, cuando apareció la foto del niño israelí Omer junto con su familia, luego de que todos fueran asesinados por Hamás, circularan posts diciendo que eran “actores profesionales”.

Una sola letra diferencia el nombre de los dos pequeños, y una sola idea fija se observa como clavada en la mente de quienes odian a mansalva en medio de estas masacres: yo no le creo nada al ‘enemigo’, y si tienen que morir niños, ese es el costo de cualquier conflicto. No es la primera vez que esto ocurre, claro. Pero esta vez hasta parece haber una vacuna contra el escándalo.

En estos días de horror también han circulado fotos, reales o producidas digitalmente, de niños palestinos e israelíes abrazándose o compartiendo gestos de ternura. Eso, que para algunos es una ingenuidad, revela la parte más lúcida y solidaria de nuestra especie: la capacidad de imaginar un mundo donde los niños sean una real esperanza y no víctimas de los halcones de la guerra.